Cultura

"Patología de la pobreza", de Ruy Pérez Tamayo

En el marco del homenaje que El Colegio Nacional rendirá al doctor Ruy Pérez Tamayo, el 30 de enero, a las 6:00 p. m., compartimos con los lectores de "Crónica" un fragmento de este artículo

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Ruy Pérez Tamayo fue profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.

El Colegio Nacional

En el marco del homenaje que El Colegio Nacional rendirá al doctor Ruy Pérez Tamayo, el próximo 30 de enero, a las 6:00 p. m., compartimos con los lectores de "Crónica" un fragmento de "Patología de la pobreza", texto del destacado médico, docente, fundador de instituciones e innovador de la medicina mexicana, publicado en 2016 como parte de la colección Opúsculos.

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En este volumen he reunido tres breves artículos escritos en un lapso de 16 años, de 1983 a 1999, que tratan distintos aspectos de las relaciones entre la pobreza y la enfermedad, generados a partir de mis experiencias como médico en instituciones hospitalarias públicas de nuestro país. Los dos primeros se refieren a un estudio sobre este tema realizado en 1970 por mi maestro y amigo, el doctor Alejandro Celis, mientras que el tercero es un comentario sobre un libro del doctor Julio Frenk y colaboradores. Aunque algunas de las cifras citadas en estos trabajos se han modificado un poco en los años siguientes, la situación actual en nuestro país sigue siendo esencialmente la misma.

[…] El título de este texto sugiere de inmediato un programa obvio para ser desarrollado. Primero: enunciar la gran importancia de los factores económicos en el tipo y la frecuencia de la patología, usando copiosos ejemplos; segundo: documentar con cierto detalle la relación íntima de la pobreza con la enfermedad, por medio del bien conocido caso de la tuberculosis y quizás algún otro; tercero: concluir con Sigerist, en 1943, que el problema “[…] no sólo requiere medidas médicas, sino otras económicas y sociales más amplias […] el problema de la salud pública es, en última instancia, político”.

Ruy Pérez Tamayo falleció el 27 de enero de 2022.

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Pero seguramente mi buen amigo Federico Ortiz Quesada no me invitó a participar en este coloquio para cubrir el tema con una serie de lugares comunes y de proposiciones reiteradas que ya todos conocemos y hasta estamos un poco cansados de oír. Más bien me inclino a pensar que sus intenciones fueron subversivas, que en sus cavilaciones nocturnas (porque este coloquio sólo pudo ser concebido de noche) Federico tuvo la intuición momentánea de que la presencia de un espíritu iconoclasta, de un daimon entre sus ponentes, agregaría un poco de pimienta a sus sólidos y bien equilibrados platillos intelectuales. Ergo, la invitación para estar aquí me honra y agradezco que fue hecha de la única manera en que podía aceptarla: cediéndome toda la libertad para desarrollar el tema de acuerdo con mis propias luces, junto con toda la responsabilidad de sus resultados.

Empiezo por rechazar a uno de los dos miembros del binomio “pobreza y enfermedad” por confuso y polivalente. Desde luego, me refiero a la pobreza. Creo que es imposible definirla con precisión, podemos intentar hacerlo en forma cuantitativa, tomando en cuenta no los ingresos absolutos per cápita sino la capacidad adquisitiva real que el individuo genera con su trabajo, lo que depende del valor de la moneda en el momento que se considere. Podemos decidir que ser pobre significa no obtener los recursos necesarios para satisfacer las necesidades de una vida modesta pero digna. El problema que se nos presenta ahora es definir lo que significa una vida “modesta pero digna”. Obviamente, esto quiere decir algo muy distinto para un maestro normalista, para un diputado federal y para un gerente de la iniciativa privada. En otras palabras, los términos “modesta pero digna” son relativos, varían amplísimamente y dependen de múltiples factores que afectan a cada individuo de manera diferente, entre ellos: tradición familiar, grupo social, nicho económico, nivel educativo, ambición personal y muchos otros más.

Cartelera de El Colegio Nacional.

Lo que para un obrero de la construcción (léase peón albañil) desbordaría sus sueños más portentosos y fantásticos de una vida “modesta pero digna”, para un profesor universitario sería la pobreza más estrecha y para un alto empleado del mundo financiero sería la miseria más abyecta e insufrible. No cabe duda, pues, que cualquier definición de pobreza que intente tomar en cuenta a los pobres (o sea, a los seres humanos en su casi infinita variación) está destinada a sumirse en la irrelevancia a través de la generalidad.

Los economistas, esos augures contemporáneos, dignos herederos de Calcas Testórida, han tenido desde hace tiempo una conciencia muy clara de estos problemas. Como son hombres prácticos, desde el principio decidieron cortar el nudo gordiano de la complejidad casi infinita de la sociedad humana usando la espada de la arbitrariedad. “La pobreza se define —dijeron con tono profesional— en términos absolutos para cada sociedad y en cada época”.