Cultura

“Waikikí”, una divertida y mordaz historia sobre los claroscuros del México de los años 50

El asesinato de la estrella del cabaret, “Katmandú”, da pie para que emerjan esos claroscuros de una ciudad, de un país: la pobreza, corrupción, la doble moral y sobre todo las ilusiones rotas de sus habitantes. “Waikikí” es una novela escrita a cuatro manos por Ana García Bergua y Alfredo Núñez Lanz

entrevista

Ana García Bergua y Alfredo Núñez Lanz nos llevan a ese lugar conocido como “La casa de todos”, donde se juntaron ricos y pobres.

Editorial Planeta

“Waikikí” es una divertida y punzante narración que describe los claroscuros del México de los años 50 del siglo pasado: la fiesta interminable en los cabarets contrapuesta a una moral recatada, la pobreza de la mayoría de los ciudadanos frente a la riqueza producto de la corrupción de políticos y líderes sindicales o las ilusiones rotas de la mayoría y los privilegios de unos pocos por un injusto sistema social y económico.

“Waikikí” también es una novela donde la esperanza es lo único que mueve y alienta a sus personajes: Mario, el migrante que huye de su pueblo a la Ciudad de México en busca de un futuro mejor; Esmeralda, la bailarina que desea triunfar; o Chuy, el homosexual que quiere una familia y casa. Todo esto se ve truncado por el asesinato de “Katmandú”, la bailarina estrella del cabaret, un hecho que revela todos esos subterráneos del ecosistema mexicano.

Es también “Waikikí” una novela escrita a cuatro manos por Ana García Bergua y Alfredo Núñez Lanz que nos lleva a ese lugar conocido como “La casa de todos”, donde se juntaron ricos y pobres: desde Agustín Lara y Salvador Novo, María Victoria, Tongolele o los políticos en turno, con cargadores, albañiles, oficinistas …, toda la diversidad social de ese tiempo en busca de placer.

Y “Waikikí” es una novela policíaca que muestra el gusto de narrar historias. Parte del asesinato real de la bailarina Suy Muy Key en 1951, en el Hotel Pal. Tenía 22 años, los mismos que “Katmandú”, cuyo homicidio deben aclarar los “imposibles detectives”: el sacaborrachos del cabaret Mario y la tiple Esmeralda para quedar limpios.

- Esta novela muestra ese gran placer de contar historias.

Ana: De hecho, la historia surgió del gusto por hacer una novela policíaca y de colaborar entre los dos. La premisa fue el disfrute de crear estos personajes, de recuperar los ambientes de esos años. Pero, además, de mostrar que Esmeralda requería contar lo que le pasa con su voz y su diario es un pretexto para que el lector sepa lo que ella vive.

Alfredo: Narrar es un aspecto fundamental de nuestro libro. Se ha perdido ese modesto objetivo de conmover y entretener al lector mediante una historia. Creo que ahora la literatura se ha vuelto más de denuncia, hay un aspecto muy quejoso y lo veo no sólo en México, sino en muchas partes del mundo.

Últimamente parece que sólo se busca denunciar cualquier tipo de cáncer social y entonces se pierde esa parte que es lo que une a los escritores con los lectores: el placer de narrar.

No es malo denunciar, porque la realidad es tremenda, compleja y es lógico que queramos señalar lo equivocado, pero eso lleva a la literatura a ser propagandística de ciertas causas. En el caso de “Waikikí”, Ana y yo vamos narrando una historia divertida, aunque no deja de ser crítica de todo ese machismo represor de la época, de esa doble moral que se vivía en los años 50 del siglo pasado, de esa ciudad que por un lado estaba ansiosa de espectáculo y por otro lado muy conservadora.

- La novela revela que México no cambió mucho en 72 años: sigue habiendo mucha pobreza, corrupción, caciques sindicales, políticos…

- Ana: Queríamos que fuera una novela crítica que a la vez describiera con mucha precisión, casi que pudiéramos ver esa realidad que se vivió y muy parecida a la que tenemos ahora. De hecho, era el año del “tapado” y ahora estamos con las corcholatas. Ese 1951 era un año de modernización de la ciudad, eso también producía una sensación de esperanza.

- Están en construcción Ciudad Universitaria y La Torre Latinoamericana lo que reflejaba una sensación de estar cambiando de era, de pasar a otra cosa, pero finalmente nos dimos cuenta que fueron ilusiones, como las que tienen los personajes del “Waikikí”, porque el país no cambió.

A la par está la migración del campo a la ciudad, un tema del cine mexicano de ese tiempo, con la ilusión de las personas de provincia de mejorar sus vidas o que buscaban huir de secretos y problemas.

Alfredo: Era una ciudad abierta a la adopción de nuevas formas estéticas, por ejemplo: está en ese momento trabajando Mario Pani con innovaciones arquitectónicas. Es también una ciudad que adopta nuevos sabores, nuevos ritmos en la música con la llegada de músicos cubanos, venezolanos…

Pero en el tema de la ilusión, nuestros personajes Mario y Esmeralda son dos ilusos, es decir: los ilusiona la ciudad, el mejorar, el lograr sus objetivos, que no llegan.

Son dos personajes contrastantes: Mario tiene esa dualidad de lo virginal e inocencia ante muchas cosas y Esmeralda es la luchadora con un dolor profundo que arrastra desde la infancia. Dos seres incompletos.

Ella busca tener un papel preponderante en los shows y no lo encuentra y Mario está en busca de su identidad. Pero, sobre todo, ambos buscan un lugar para ser ellos mismos.

¿Ellos son muestra de las ilusiones rotas en un país que tiene una historia de ilusiones rotas?

Ana: Mario y Esmeralda están perdidos en medio de la historia, un poco como estamos todos ahora. Y me acuerdo que hace tres años en el teatro Sergio Magaña había una obra que se llamaba “Rentas congeladas” que, aunque hablaba de los años 60, retrataba ese problema donde los jóvenes no tenían donde vivir porque la gente pagaba renta congelada y nadie dejaba su casa.

Y sí. Esmeralda y Mario tienen la ilusión de tener un lugar, pero no solo físico, sino también en la sociedad, en el mundo. Porque Esmeralda tiene esa parte creadora que necesita expresarse.

Alfredo: Ellos están en búsqueda de su identidad, pero también en un momento donde México adopta una nueva identidad. De hecho, es cuando llegan las comidas gringas, otras músicas…, un tiempo donde se construye esta nueva identidad.

Es un momento donde la ciudad estaba poblada de centros nocturnos, los cuales se llamaban clubes de medianoche o cabarets en la colonia Obrera o el Centro de la ciudad. Había una necesidad de espectáculo, porque era una sociedad muy teatral y por eso cada ciudadano representaba un papel. En el caso de Mario, él se representaba a sí mismo hasta que llega un momento en que se libera y rompe con su familia, con la religión al destruir su escapulario, con la moral y se descubre.

- Más de 70 años después aún vivimos una época difícil como la de los años 50 del siglo pasado.

Ana: Estamos en una época de movimiento que algunos quieren abanderar, pero no es lo que buscaban muchos. Es un tiempo difícil, un poco como lo era la sucesión de Miguel Alemán Valdés al periodo de Adolfo Ruiz Cortines, quien instauró una campaña moralizadora y terminó con los horarios de estos clubes nocturnos que abrían hasta las seis de la mañana. Todo el desenfreno que fue el Alemanismo, esa fiesta loca, le ponen un alto.

Alfredo: Estamos en una realidad muy convulsa, porque se hizo el divide y vencerás. Veo a una sociedad muy polarizada que, en lugar de buscar la integración, cada vez más oye discursos políticos que la separan. Pero a diferencia de esa sociedad de los años 50, que no tenía tanto pleito de unos contra otros y donde el dedazo y el presidencialismo contenían todo, ahora existe una obligación de tomar partido que pulveriza la integración.