Escenario

‘Jíkuri’: Película etnográfica que pone en duda la civilidad de la alta cultura europea

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Federico Cecchetti compitió hace unos días en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara

cine

Fotograma del filme.

Cortesía

Federico Cecchetti continua en su nueva película, Jíkuri: Viaje al país de los Tarahumaras, la exploración de la cosmogonía de los pueblos originarios de México, centrando ahora la atención en el pueblo tarahumara, usando de pretexto, el viaje que realizó en la década de 1930 el poeta y dramaturgo francés Antonin Artaud para conocer más de la cultura.

Artaud viaja a la sierra tarahumara para conocer más sobre la forma en que ellos ven el mundo, en el lugar entabla amistad con uno de los pobladores, quien es asignado como su guía, cuando el extranjero abandona el lugar tras experimentar los efectos de la danza del jíkuri, lo que le hace, bajo la tradición en la zona, perder una de las tres almas tiene. Para impedir se pierda por completo, deberá completar una de las dos restantes aunque para ello, deberá aceptar la cosmogonía del pueblo.

Jíkuri: Viaje al país de los Tarahumaras no es una película sencilla, necesita de un espectador activo que se involucre con lo que pasa en pantalla y, de esa forma, entrar al juego que ella propone, una película que se permite ser lo que desea ser, que no teme en ser incomprendida sino que apuesta a que su discurso e ideas llegaran a terrenos propicios para ser entendida y, sobre todo, revisitada una vez vista por primera vez, pero con mayores conocimientos para comprender aún más cosas de las que ocurren.

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Jíkuri parte de los escritos de Artaud pero llevados al terreno de la imaginación, usándoles de pretexto para plasmar en pantalla parte del conocimiento de los habitantes de la zona, en ese sentido resulta fascinante ver en pantalla la forma en que en Europa se busca curar la inestabilidad mental del escritor, usando electrochoques para ayudar al paciente, contrastando con las danzas tarahumaras que buscan curar el alma de aquel está mal, en su tradición se dice que las mujeres tienen cuatro y los hombres tres, y que cuando una de ellas está mal, causa trastornos que deben ser equilibrados de nuevo. Y en ese aspecto la cosmogonía parece tener un sentido más humano y místico.

La cinta presenta muchos momentos donde el pensamiento y tradiciones europeas chocan, detalles que ayudan para mostrar las diferencias, tenemos, por ejemplo, la secuencia donde los tarahumaras se están bañando en el río y hacen que el francés se meta al agua contra su voluntad, en espera su hedor desaparezca un poco. También hay que destacar cuando, en Europa, el poeta intenta recrear la danza y sus sonidos en la institución psiquiátrica.

Quizá una de las mejores secuencias de la cinta es aquella donde somos testigos de la primera danza, donde vemos como el Jíkuri comienza a tomar forma, lo que provoca el pánico y abandono del poeta. Eso permite que más adelante, cuando está encerrado en Europa, en sueños se le aparezca su guía y, en ese mundo, ambos ya puedan entender el idioma del otro, lo que les permite también el realizar en ese espacio la danza que liberara e impulsará a ambos.

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François Negret da vida al poeta, pero es José Cruz Apachoachi, quien interpreta a Rayenari, quien domina con su presencia la película, no sólo su capacidad de transmitir llega al espectador, sino que su naturalidad en pantalla resulta asombrosa. Su personaje no sólo asume su destino, marcado por haber soñado al extranjero antes llegará a su tierra, sino en el sacrificio que debe hacer para convertirse en curandero, para poder ayudar a guiar a su pueblo, y quien lo requiera, para estar bien.

Jíkuri: Viaje al país de los Tarahumaras es una interesante aproximación a la cosmogonía tarahumara, es una cinta que exuda respeto y atención a los pueblos originarios mientras se permite hacer apuntes que ponen en duda la civilidad de la alta cultura europea. Una cinta etnográfica que no se permite la clasificación y que, con ello, se impulsa para ser algo más.