Escenario

‘Oh, Canada’: Trascendiendo fronteras

CORTE Y QUEDA EN CANNES. El más reciente filme de Paul Schrader compite por la Palma de Oro del Festival de Cannes donde ha cautivado en su primera proyección

cine

Fotograma del filme.

Cortesía Festival de Cannes

Aunque el título se refiere a la línea geográfica que divide a Estados Unidos con el país del norte, el espacio que Paul Schrader captura es metafísico; el umbral entre la vida y la muerte, y también el horizonte moral y los límites que se violan en ese terreno.

A los 77 años, el cineasta y escritor que ganó una Palma de Oro por su guion de Taxi driver, en 1976, presenta en competencia un filme que, aunque modesto, refleja los principios de un cine que Schrader clasificó como trascendental en su libro Transcendental Style in Film: Ozu, Bresson, Dreyer (1972/2018).

Schrader escribe que lo que une en sus búsquedas temáticas y estilísticas a cineastas tan disímbolos como el japonés, Yasujirō Ozu; el francés, Robert Bresson y el danés Carl Th. Dreyer, es que todos investigan el “misterio de la existencia”. Oh, Canada es casi un cortometraje, un pequeño ensayo que igual contiene los grandes temas que ocupan a Schrader y a esos cineastas que tanto admira.

Oh, Canada es la segunda adaptación al cine que hace Schrader de una novela de Russell Banks. Después de la primera, (Affliction, 1998), se volvieron tan amigos que Schrader pasaba todos los veranos con el escritor y su familia en las montañas Adirondack al norte de Nueva York.

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Sin embargo, en 2022, Banks le pidió al cineasta que no fuera puesto que estaba sufriendo terriblemente los efectos de la quimioterapia por un cáncer recién detectado. Narrando el calvario por el que pasaba, Banks le mencionó a Schrader que, curiosamente, en 2021 había escrito Foregone (2021), una novela sobre un personaje que estaba pasando por lo mismo, solo que el protagonista no era escritor, sino un famoso documentalista que, a unas horas de su muerte, da una entrevista en la que revela la falsedad de su aparentemente ejemplar carrera. Banks falleció en enero del 2023, y Schrader decidió llevar la historia a la pantalla y dedicársela a él.

Richard Gere, de 74 años interpreta al mucho mayor, Leonard Fife, quien sorprendentemente acepta ser entrevistado por dos exalumnos (Michael Imperioli y Victoria Hill) para un documental. A pesar de los terribles dolores que lo aquejan y a estar reducido a una silla de ruedas, Fife recibe a los cineastas en el elegante apartamento en Montreal que comparte con su esposa de 30 años (Uma Thurman).

Fife insiste en que su esposa esté presente durante la entrevista, pero cuando ella se da cuenta que el anciano comienza a revelar detalles escabrosos de su vida, trata de retirarse. El insiste en que se quede puesto que lo que dirá ante la cámara será su última oportunidad de confesarse; será su expiación. De hecho, describe la entrevista como “una última plegaria” y es necesario que ella lo escuche para obtener el perdón.

El momento seminal en la vida de Fife, y de donde viene el título del filme, es 1968 cuando huye a Canadá para evitar ser enviado a Vietnam. Alrededor de 60 mil jóvenes estadounidenses hicieron lo mismo durante los años que duró la guerra, pero no todos lograron como Fife fincar los cimientos de su reputación en ese hecho. A partir de esa objeción moral a lo que Estados Unidos estaba haciendo en Asia, Fife comenzó a construir su leyenda de “artista comprometido”.

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Esa fama lo acompañaría cuando ya como documentalista denunciaría con su lente injusticias similares. Algo parece querer decir Fife que derrocaría ese mito fundacional. Apenas si tiene fuerza para hablar, pero insiste en narrar las circunstancias en las que se encontraba cuando tomó la decisión de irse a Canadá.

A pesar de solo contar con 22 años, Fife ya había dejado varios rastros de dolor en su camino: dos matrimonios fallidos, hijos abandonados, seducciones y traiciones. A medida que va entrando en más detalles, la esposa se da cuenta de que, en su relato, Fife se está auto incriminando y poniendo en peligro su legado. Trata de pararlo, pero él insiste en no ahorrar ningún detalle que lo haga ver menos canalla de lo que en realidad fue.

Mientras habla, vemos la recreación de los hechos (interpretado de joven por Jacob Elordi). Fife piensa que esta especie de confesión va a ser la única forma de expiar una vida en la que vivió en “mala fe”, por usar el término acuñado por el Existencialismo de Sartre, tan de boga en esa época; es decir, fuera de sintonía consigo mismo.

El momento preciso en el que se encuentra Fife frente a la cámara, refleja la “paradoja de lo espiritual dentro de lo físico”, que “no puede ser ‘resuelto’ por ninguna lógica terrenal o acción humana”, como lo describe Schrader en su libro. El dolor físico y psíquico abre las compuertas de la autoconciencia y le da a Fife la última oportunidad de redención. Es solo en las entrañas del dolor cuando el hombre se enfrenta inevitablemente con su Verdad.

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Schrader menciona La Muerte de Iván Ilich de Tolstoy como referente. En esa obra maestra, Tolstoy nos revela en todo su horror cómo un hombre irreflexivo que vivió su vida solo siguiendo lo que otros esperaban de “él se enfrenta a la hora de su muerte a su único momento de Verdad”.

La novela corta que Tolstoy escribió después de una profunda crisis espiritual, narra la historia de un juez que en el horno de la enfermedad que va consumiendo su cuerpo poco a poco, la verdad que se le escapó durante toda su vida se le aparece al fin en toda su claridad. “... se vio a sí mismo -todo aquello por lo que había vivido- y vio claramente que no era real en absoluto sino un terrible y enorme engaño que había ocultado tanto la vida como la muerte”.

Es en las últimas horas de sus cuarenta y cinco años de vida que Ivan Ilych finalmente se vuelve uno consigo mismo. Schrader le da también a su personaje la posibilidad de redención, y nos lo revela con un mínimo detalle de exquisita belleza que solo el cine; el cine trascendental, podría capturar.