Escenario

‘Valentina o la serenidad’: Confrontar los miedos con esperanza

CORTE Y QUEDA. Analizamos el más reciente filme de la cineasta Ángeles Cruz a propósito de su reciente estreno en la cartelera nacional

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Fotograma de 'Valentina o la serenidad'.

CORTESIA

Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Morelia hace un año y posteriormente nominada al Ariel a mejor coactuación femenina, revelación actoral y guión, Valentina o la serenidad, segundo largometraje de la actriz y directora Ángeles Cruz llegó recientemente a las salas de cine nacionales con un tema recurrente en el cine mexicano reciente pero que, el contexto tanto de sus personajes como de sus intérpretes no solo la distancia sino la destaca del resto pues construye desde la particularidad un sentimiento universal.

Tótem, primer largometraje del colectivo Unidad de Montaje Dialéctico, entre los muchos temas que toca está el de dos arqueólogos que, encomendados por el gobierno en turno, realizan la búsqueda en vano de una cabeza olmeca que, se sospecha, se encuentra sumergida en un río en el sur del país. La cabeza se espera que a su rescate pueda convertirse en un tótem nacional.

El documental entre otras historias que relata es la del modus operandi en que grupos criminales disuelven cuerpos en ácido y desaparecen personas o la de cómo grupos de madres buscadoras a través de varillas que entierran en la tierra siguen el olor a muerte, cuestionando así la necesidad estatal de la creación de un símbolo de unión nacional, pues parece ser la muerte quien ocupa el estandarte y tótem de nuestro pueblo.

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A lo largo de los últimos años la producción fílmica en el país se ha plagado de historias de luto, tan solo en 2024, Tótem, de Lila Avilés (casualmente compartiendo nombre con el documental del colectivo) se hizo con el premio Ariel a mejor película al mismo tiempo que cintas como Después de Sofía Gómez Córdova; Arillo de hombre muerto de Alejandro Gerber o No nos moverán de Pierre Saint-Martin Catellanos estrenaban en el FICG; Luto de Andrés Arochi en el GIFF y Fragmentos de olvido de Rubén Villa; La puerta verde de Guillermo Vejar y Todavía conmigo de Alfonso Pineda en FIC Monterrey.

Este interés temático que recorre México parece limitarse a una visión pues desde esa amplia casa clasemediera de Tótem en la capital hasta la tapatía que habita Ludwika Paleta en Después o la queretana de la ópera prima de Rubén Villa, el luto sea a modo de road trip, thriller o ciencia ficción solo apunta a un diminuto demográfico social del que el resto de país no formamos parte. Y aquellas que nos voltean a ver lo hacen más desde la burla o el miedo.

Por ello, sorprende que una cinta como Valentina o la serenidad tocando el mismo tema, pero infinitamente mejor que la mayoría de las mencionadas se haya ido, para vergüenza de su jurado, con las manos vacías en su paso por el FICM y con tan solo nominaciones en los Ariel injustamente para su directora, pero ya ni se diga para la pequeña Danae, quien carga con una cinta que de tragedia se convierte en esperanza.

Fotograma de 'Valentina o la serenidad'.

CORTESIA

Valentina es una pequeña niña que junto con su amigo Pedro al grito de ¨kandi¨ se convierten en superhéroes capaces controlar el viento, las aguas y los árboles, su único límite parece ser su imaginación y claro, el trapo de su casa que usa como capa. Sin embargo, cuando Valentina recibe la noticia de la muerte de su padre incapaz de procesarla y comprender su partida comienza a buscarlo en las aguas del río y en las estrellas del cielo.

La madre de Valentina, interpretada por Myriam Bravo, aún con la pérdida lidia con una niña que se aferra a buscar a su padre, aunque eso la lleve a extremos como el dejar de comer esperando que la muerte los vuelva a reunir. Contrario a su largometraje predecesor y ópera prima, Nudo mixteco, filmado también en Villa Guadalupe Victoria en Oaxaca, este apenas vislumbra una comunidad pues el entorno está atravesado por un bosque con casas, escuelas y caminos regados en él y una vida atada al mismo.

El retrato de violencia y misoginia que Nudo Mixteco hacía en el interior de las comunidades indígenas queda de lado, pues el interés se centra en la percepción individual; la de una niña que intenta comprender la muerte. Esto no borra o inválida la identidad cultural que carga la cinta pues su protagonista al no encontrar respuestas se refugia en el bosque y en los susurros que le lleva el río, que reconoce como la voz de su padre; elementos íntimamente ligados a la cosmovisión comunitaria de la región al estar en permanente contacto con la naturaleza.

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En un cine nacional concentrado en la capital, con mucha suerte de vez en cuando en alguna otra urbe y, por ende, sus historias limitadas a lo urbano, es revitalizante que una producción se acerque a una realidad desde la ficción pues el campo y los pueblos parecen haber sido sentenciados al documental desde hace tiempo, muchas veces con valiosos y necesarios resultados, otras más desde el relato folclórico atractivo para el habitante suburbano o el extranjero.

Valentina o la serenidad es una historia de ficción concebida e interpretada por su pueblo y que, a diferencia de muchas mencionadas y cientos más de la filmografía nacional convierte el luto en un proceso de ternura y empatía, mismas con las que son tratadas sus personajes. Su directora no es indolente a la realidad nacional y pudiendo retratar la muerte desde el horror, la desgracia y la tristeza o convertirla en el morbo de cuerpos violentados y tragedias opta por abrir paso a la esperanza.

La inocencia de Valentina no es plasmada de forma condescendiente ni burlesca, al contrario, se convierte en la herramienta con la que su madre y su entorno pueden también afrontar la pérdida y seguir adelante. 

Fotograma de Valentina o la serenidad.

CORTESIA

Estos son sentimientos universales pero anclados a un contexto y personajes específicos porque en el pequeño Pedro que va a entregarle la tarea a casa de Valentina está la nobleza y el cariño de los niños de ¿Dónde está la casa de mi amigo? de Abbas Kiarostami y la curiosidad de Valentina recuerda a la pequeña Ana de El espíritu de la colmena de Víctor Erice sin embargo aunque comunidades hay aquí como allá, nunca la comprensión de la ausencia será la misma como la de esté pequeño microcosmos que Ángeles Cruz pone en pantalla donde las flores en el río se llevan a nuestros amados y sus voces nos siguen desde el viento de los árboles.

Puede que, con la violencia, las crisis de desaparecidos y las injusticias la muerte se haya vuelto nuestro estandarte nacional, nuestro único vínculo en común pero la cinta no se tira al pesimismo ni al idealismo. Ésta aboga por la comunidad como un nuevo símbolo nacional, estructura que rige desde los pueblos indígenas, las uniones barriales en las ciudades hasta los colectivos.

Si desde el cariño y la cooperación comunitaria podemos sobreponernos al luto también lo haremos al futuro donde estas como aquí no solo ocupen las pantallas sino también la vida pública y que deje de ser un sueño que las visiones de nuestros niños sean tomadas tan en serio que puedan ayudarnos a dictar el destino de nuestros pueblos.