Nacional
Bertha Hernández

Claudia Sheinbaum y los anteriores inquilinos del Palacio Nacional

Cuando, por fin, la presidenta Claudia Sheinbaum se instale en la zona habitacional de Palacio Nacional, para residir en él por espacio de seis años, acaso sea informada de los muy diversos personajes que han ocupado alguna parte del enorme inmueble que es, hoy por hoy, una versión condensada de la historia de México.

Los edificios tienen historia: su permanencia hace que los significados, sucesos y leyendas se vayan acumulando. Pocos inmuebles tienen la historia que posee el Palacio Nacional. Cada vez que un sismo o las inundaciones afectan a la ciudad de México, nunca falta quien recuerde que fue Hernán Cortés el que se empeñó en crear una ciudad de traza española en el sitio mismo de su victoria militar. Como no podía ser de otra manera, aquel hombre, deseoso de dejar una huella permanente de sus logros y victorias, reservó para sí el enorme terreno donde una vez se levantaron las llamadas casas nuevas del tlatoani Moctezuma, justo a un lado de la enorme construcción que hoy llamamos Templo Mayor. Si se excavara en diversos puntos de los 40 mil metros cuadrados que abarca el Palacio Nacional, sin duda, aparecerían numerosos vestigios del palacio mexica. Un indicio se encuentra en la ventana arqueológica abierta en los patios del ala norte de Palacio, en lo que hoy se conoce como Patios Marianos.

En realidad, Cortés no llegó a enseñorearse en la construcción, La corona española lo adquirió y lo destinó a ser el asiento de la administración virreinal, con una zona reservada a ser la residencia de los representantes máximos de la corona en la Nueva España, los virreyes. En los tres siglos que duró el orden virreinal, la zona habitacional se encontraba en el extremo del ala norte del que entonces se llamaba Real Palacio.

Como sigue ocurriendo casi 500 años después, la planta baja y el entresuelo del edificio estaban destinados a oficinas administrativas. Trescientos años no pasan en balde, y el uso intensivo del enorme edificio lo deterioró. En consecuencia, no fueron pocos los virreyes que ordenaron sucesivos arreglos, modificaciones e incluso reconstrucciones, como ocurrió después de las revueltas populares de 1624 y 1692. Rehacer el Palacio no fue cosa sencilla; incluso, hubo representaciones artísticas de la Plaza Mayor, que muestran la ruina en que en algún momento estuvo el hogar de los virreyes. Entre esos numerosos arreglos, importan los hechos por el virrey conde de Revillagigedo, que además de expulsar a los vendedores de la Plaza Mayor, rehacer el empedrado y limpiar a fondo el edificio, le devolvió una sobria belleza, y, sobre todo, dignidad, porque los patios del palacio eran un horror de basura y mugre. Sin miramientos, el virrey, no bien llegó, se refirió a la planta baja de Palacio como “un muladar”.

Palacio Nacional

INAH

Con un edificio de esa magnitud, las funciones administrativas federales tuvieron, durante mucho tiempo, cabida en Palacio Nacional. Incluso, la Cámara de Diputados tuvo su recinto ahí, hasta que un incendio redujo a cenizas esa parte del Palacio. Hoy existe una reconstrucción del sitio donde se discutió y promulgó la Constitución liberal de 1857. Pero Porfirio Díaz ordenó un remozamiento importante de la construcción y el piso adicional que mandó construir en 1926 el presidente Plutarco Elías Calles acentuó el carácter administrativo y de gobierno del inmueble. Esa vocación administrativa se amplió con los sucesivos proyectos de construcción de edificios nuevos, ubicados en la parte trasera del terreno, y dedicados en su totalidad al servicio público. Como no podía ser de otra forma, en vista del progresivo hundimiento de la Ciudad de México y en particular de lo que hoy llamamos Centro Histórico, Palacio Nacional, como la Catedral Metropolitana, ha sido objeto de trabajos de recimentación.

El asunto habitacional, que es un capítulo interesante de la vida privada de los gobernantes mexicanos, tiene, como todo, una historia de altibajos y contrastes.

LOS OTROS INQUILINOS

Por lo que se sabe, el departamento que hoy ocupa el presidente López Obrador, y en breve ocupará la presidenta Sheinbaum, es una obra relativamente reciente, ordenada por el presidente Felipe Calderón. Mide unos 300 metros cuadrados y se encuentra en el tercer piso del ala sur del Palacio Nacional, cercano al Jardín Botánico. Pensado originalmente como un área de descanso transitorio, se volvió residencia presidencial cuando, en 2018, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador anunció su propósito de vivir en el Palacio.

Muchos fueron los inquilinos anteriores del edificio. Primero, los numerosos virreyes de la Nueva España. Agustín de Iturbide en su calidad de emperador, prefirió seguir viviendo en el palacio de la calle de San Francisco, que hoy llamamos Madero. Pero numerosos presidentes del siglo XIX sí vivieron en Palacio Nacional, empezando por el primero de la lista, Miguel Fernández Félix, conocido por Guadalupe Victoria, quien, soltero, tenía en calidad de huésped al ya anciano y un poco plagoso Fray Servando Teresa de Mier.

La creencia general es que todos los presidentes y mandatarios vivieron en Palacio Nacional, entre 1822 y 1884. Pero se sabe por abundantes testimonios, que diversos presidentes prefirieron mantener sus hogares. En algunas de sus primeras presidencias, Antonio López de Santa Anna era inquilino de Andrés Quintana Roo y Leona Vicario, en la cercana plaza de Santo Domingo. Aunque Porfirio Díaz sí vivió en Palacio durante su primera presidencia, entre 1876 y 1880, acabaría viviendo, realmente, en su casa de la Calle de la Cadena, hoy Venustiano Carranza, muy cerca de la esquina con la calle que hoy llamamos Bolívar.

Otras fuentes permiten documentar los hogares de los presidentes, preferidos a Palacio Nacional para diversos propósitos. Se sabe que el hogar del presidente Manuel González (1880-1884) estaba en Peralvillo, y es posible afirmarlo porque la demanda de divorcio interpuesta por su esposa, Laura Mantecón fracasó debido a que el presidente manco, compadre de Porfirio Díaz, la acusó de abandonar el hogar conyugal, que no era Palacio Nacional.

El Castillo de Chapultepec se volvió residencia gubernamental cuando Maximiliano, que pasó una noche infernal en Palacio Nacional a causa de algunos muebles infestados de pulgas, decidió que no deseaba vivir ahí. Madero, aunque pasaba buen tiempo en el hogar familiar en la colonia Juárez, también eligió vivir en el Castillo. Los presidentes revolucionarios tuvieron residencias alternas al Castillo: Adolfo de la Huerta vivió en lo que hoy es la Casa del Lago, perteneciente a la UNAM; Pascual Ortiz Rubio tenía casa en la colonia Condesa, y Álvaro Obregón tuvo su última casa, de la que salió para ser asesinado, en la avenida Jalisco de la colonia Roma. La residencia más famosa, acaso, sea la de Plutarco Elías Calles, que vivía en la muy nueva, en los años 30 del siglo pasado, colonia Anzures, aunque era huésped frecuente en la casa de su hija Hortensia, en la colonia Condesa.

Pero quienes vivieron en Palacio Nacional tuvieron oportunidad de familiarizarse con el rumbo, y algunos hasta puede decirse que hicieron vida de hogar, cosa no muy sencilla, porque el gran edificio es, por la mañana y por la noche muy, muy frío, y la imaginación popular le cuelga unas cuantas leyendas y una media docena de fantasmas.

(Continuará)