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Diez años de Ayotzinapa: de danza y dolor, de besos y despedidas…

 Una década sin cumpleaños feliz. Gabriela Guadalupe sigue imaginando a su padre en el campo de futbol, entre los danzantes con rostro de madera, pero sobre todo en las aulas de la Normal Isidro Burgos, soñando con ser maestro…

José Ángel

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La vida de Gabriela Guadalupe ha transcurrido a la par del dolor. Tenía días de nacida cuando José Ángel Campos Cantor, su padre, desapareció junto a otros 42 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, aquella noche del 26 de septiembre de 2014.

Recién cumplió 10 años, los mismos desde la tragedia…

Ella creció con la ilusión de ver algún día a su papá. La idea fue alimentada por doña Blanca González, su madre, y por los abuelos Bernardo y Roma, quienes durante mucho tiempo se aferraron a una versión: “Tu papá se fue a trabajar a México”.

Por eso cuando sus compañeros del colegio le preguntaban por él, siempre respondía: “Está trabajando, pero ya pronto vendrá”.

En casa le hablaban de “la buena mano” de José Ángel en las labores del campo, de sus dotes en el futbol y de su gran facilidad para la danza. Le gustaba imaginarlo con su sombrero de palma -adornado con flores- y su máscara de madera, cuando los muchachos del pueblo se reunían para homenajear a la Virgen de la Natividad con la danza de los tlacololeros.

Ayotzinapa

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A Gabriela también le fascinaba escuchar cómo su padre dejó la siembra para terminar con esfuerzos el bachillerato, y seguir los estudios. Le nació el anhelo de convertirse en maestro, casi destino único para los jóvenes de Tixtla, en el centro de Guerrero. Había ingresado de manera tardía a la Normal: en junio de 2014, tres meses antes de lo ocurrido en Iguala. Tenía ya 33 años.

Diez años…

En el camino, la verdad salió a flote. Su padre, lo supo, era uno de los 43. Y lloró, lloró, lloró…

Doña Blanca le contó del último beso de José Ángel. Un beso para las tres, porque Gabriela tiene una hermana mayor: América Natividad, quien tenía 8 años al momento de la desaparición. Su segundo nombre fue en honor a la Virgen adorada en la comunidad; el primero, por el fervor futbolístico del padre al club América.

¿Y cómo fue aquel beso de despedida?... Fue el domingo 21 de septiembre de 2014, cinco días antes de lo sucedido. “Como alumno de primer ingreso, su papá tenía muchas responsabilidades en la Normal, donde también había un terreno para la siembra. Ellos tenían que hacerse cargo de cuidar la milpa y las demás plantas y flores. Pero ese domingo, él se salió de la escuela para estar un rato con nosotras. Se veía contento. Comió, se bañó y se fue, pero al despedirse nos dio un beso tierno a las tres”, ha sido el relato de Blanca a sus dos hijas.

Hubo días de esperanza en la familia Campos, como en las otras 42 familias. Gabriela recuerda cuando los abuelos y su madre confiaron un poco en las autoridades y soñaron con noticias alentadoras sobre el paradero de José Ángel. Aunque al final, resultó farsa…

PROMESAS. Eran las 7:25 de la mañana del lunes 3 de diciembre de 2018, cuando el recién ungido presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, anunció: “Hoy, a las 10 de la mañana, firmaré un acuerdo para iniciar el proceso de búsqueda y de justicia en el caso de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, fue un compromiso que hicimos durante la campaña. Se conocerán las características de esta Comisión de gobierno creada para conocer la verdad y castigar a los responsables, autores materiales e intelectuales”.

“Se abrirá la investigación. El Gobierno va a cooperar. No se va a ocultar la verdad. No vamos nosotros a encubrir a nadie. El Presidente de México no va a ser cómplice de violaciones de derechos humanos. Ya conocen cuál es mi postura sobre los señalamientos de la posible intervención del Ejército. La investigación debe incluir a todo el gobierno, a todas las personas involucradas. Si elementos del Ejército estuviesen involucrados, en vez de debilitarse esta institución, se fortalecería… si se hace un deslinde”, añadió.

Era la primera mañanera de la administración lopezobradorista. La primera promesa del nuevo mandatario, en su arranque de gobierno.

Aquel día don Bernardo Campos, abuelo de la pequeña Gabriela Guadalupe, fue uno de los asistentes a la firma del decreto.

“Es el primer paso de muchos más que daremos en la construcción del proceso de pacificación y reconciliación de nuestro país, para que las víctimas de la violencia y abuso de autoridad tengan acceso a la justicia. Es una señal muy clara a todo el país, a todos los familiares de las víctimas de todos los delitos, de que vamos a esclarecer el asunto de Ayotzinapa y haremos justicia a los mexicanos”, dijo en la reunión Alejandro Encinas, nombrado como subsecretario de Derechos Humanos y quien, desde entonces, presidió la Comisión de la Verdad y la Justicia (Covaj).

Era el primer acto en Palacio Nacional. Un día después, el 4 de diciembre, se publicó el decreto en el Diario Oficial de la Federación…

Las noticias se agolparon: la Covaj de Encinas inició su trabajo; se acordó el retorno del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) desdeñado por Enrique Peña Nieto y se nombró como fiscal especial a Omar Gómez Trejo, quien después renunciaría, entre acusaciones en contra del gobierno por “dinamitar” el caso, frenar órdenes de aprehensión a militares y armar al vapor un expediente para encarcelar al ex procurador Jesús Murillo Karam.

El presidente López Obrador terminó por autonombrarse encargado directo de la investigación, pero ya nada logró traspasar el blindaje a favor de la milicia… Y vino la paradoja: aquel primer acto presidencial desembocó en repudio.

Gabriela poco sabe de decretos, fiscalías y encubrimientos. Sólo supo de un nuevo dolor, y de muchas lágrimas más, otra vez en el mismo mes fatídico.

El abuelo Bernardo murió el día 3 de septiembre de 2021. Sufría de diabetes e hipertensión, pero nadie en la familia dudó de la causa profunda de su partida: la tristeza.

“Me voy sin ver de nuevo a mi hijo, sin encontrarlo, sin abrazarlo”, había repetido en el ocaso a Roma, su esposa.

Además de don Bernardo, otros cuatro padres de normalistas se han ido en estos diez años sin rumbo, carcomidos por la pena: doña Minerva Bello, mamá de Everardo Rodríguez Bello; don Tomás Ramírez, papá de Julio César Ramírez Nava; don Ezequiel Mora Chona, papá de Alexander Mora Venancio; y Saúl Bruno Rosario, papá de Saúl Bruno García.

No fue la presión ni la azúcar. Tampoco las úlceras ni el cáncer. También los mató la tristeza y el desdén.

“Mi suegro nunca dejó de luchar, dio la vida por encontrar a José Ángel. Mientras tenía fuerzas, jamás faltó a una marcha o protesta. Iba a todos lados, a veces sin el dinero suficiente para comer. Desde el principio tomó las riendas de la búsqueda. ´Tú quédate a cuidar a las niñas´, me decía. Eran caminatas muy largas, muchas horas de andar en la exigencia, y eso lo fue desgastando y crecieron las enfermedades. La enfermedad más grave fue la falta de respuestas, las mentiras de los gobiernos”, según el testimonio de Blanca, quien viajó a la Ciudad de México para unirse a las protestas por la década de aflicción y desencanto.

Diez años… Los mismos de Gabriela Guadalupe. Una década sin cumpleaños feliz. Sigue imaginando a su padre en el campo de futbol, entre las milpas o los danzantes con rostro de madera, pero sobre todo en las aulas de la Normal Isidro Burgos, soñando con ser maestro…