Escenario

Donde los monos mandan: Medio siglo de El planeta de los simios

Segunda entrega de cinco en las que Crónica recuerda algunas de las películas que este 2018 cumplen 50 años de haber marcado la historia del cine

Segunda entrega de cinco en las que Crónica recuerda algunas de las películas que este 2018 cumplen 50 años de haber marcado la historia del cine

Donde los monos mandan: Medio siglo de El planeta de los simios

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Han pasado 50 años desde que una nave espacial llegó a la pantalla grande para dar inicio a una de las sagas más prolíficas de la historia. “Quita tus sucias patas de encima, mono asqueroso”, fue una de esas frases que se quedaron en el imaginario popular, que pronunció el personaje de Taylor (Charlton Heston) en una de las escenas cumbre de ese filme que fue El planeta de los simios.

Aquella película en torno al abrupto naufragio de los tripulantes de la nave que desencadenó una narrativa de supervivencia a cargo de humanos empeñados en salvar a su especie. Desde entonces, los encuentros con los simios inteligentes escenifican temores, desde el miedo al holocausto nuclear al recelo en la ingeniería genética, y de paso se muestra una mirada dura y crítica a nuestra sociedad, al lado autodestructivo del ser humano, al hablar sobre el racismo y la xenofobia. Este año se cumple medio siglo ese largometraje que es uno de los más emblemáticos e influyentes del género de la ciencia ficción.

La película tuvo su estreno el 8 de febrero de 1968, en Nueva York, dirigida por Franklin J. Schaffner. Todo comenzó cuando cinco años atrás el productor Arthur P. Jacobs compró los derechos de la novela del francés Pierre Boulle, para llevarla a la pantalla grande, del cual se tenía el exitoso antecedente de la adaptación de El puente sobre el río Kwai, que se llevó siete premios Oscar, en 1958. Esto a pesar de que Boulle consideraba que El planeta de los simios era hasta el momento su peor obra.

A pesar del entusiasmo, al productor le tomó cinco años arrancarlo porque los estudios Fox tuvieron reticencias para invertir una gran cantidad de dinero en ella, pero los 5.8 millones de dólares que costó pronto se rentabilizaron y ganaron 33.4 millones, sólo en el mercado estadunidense.

En el proceso de filmación se cambiaron muchas cosas respecto del libro. El filme tuvo como protagonistas a los astronautas Taylor (Charlton Heston), Dodge (Jeff Burton) y Landon (Robert Gunner), quienes, tras viajar por el espacio en estado de animación suspendida, aterrizaron violentamente su nave espacial Icarus en un planeta desconocido, en un recóndito mundo dos mil años después de su partida de la Tierra.

No tardan en descubrir una civilización de simios inteligentes en la que los seres humanos (primitivos y sin saber hablar) viven en condición de esclavitud. Un lugar donde los gorilas eran militares, los orangutanes líderes y los chimpancés científicos (míticos son los personajes de Cornelius y Zira, interpretados por Roddy McDowall y Kim Hunter). En ese contexto, Taylor conoce a una mujer a la que bautiza Nova (Linda Harrison), quien lo acompañará en sus intentos por escapar.

Finalmente, el astronauta descubre que no se encuentra en un planeta lejano, sino en la Tierra, en el año 3978, siglos después de una devastadora guerra nuclear. Ahí aparece la icónica escena en la que Taylor encuentra los restos de la Estatua de la Libertad junto al mar. A través de la película se hizo hincapié en su mensaje contra la amenaza nuclear y el maltrato animal. Una parábola sobre los miedos de la época, con la Guerra Fría, la crisis de los misiles de Cuba o la Guerra de Vietnam.

El filme obtuvo dos nominaciones a los Óscar: por el Vestuario y Música de Jerry Goldsmith. No se hizo con ninguno, pero fue recompensada con una estatuilla especial al Mejor Maquillaje, para John Chambers, en reconocimiento simbólico al trabajo de 80 maquilladores y los intérpretes, debían pasar sesiones de seis horas, que después se reducirían a tres.

El filme cobró fuerza con el tiempo como una representación de las pesadillas involutivas que fueron secuelas que dejaron el estallido de la bomba atómica y la carrera armamentista que puso en el horizonte el suicidio colectivo de la humanidad. En el mundo del filme los humanos se han hundido en la animalidad y los simios parlantes ostentan el rango de especie inteligente.

Es decir, Franklin Schaffner ejercita la sátira social cultivada con eficacia en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift y Rebelión en la Granja de George Orwell. En ese sentido la imagen final de la Estatua de la Libertad, semienterrada en la playa, se convirtió en un ícono de la historia del cine por su inédito paisaje de aquel presente mostrado en ruinas. Además se convirtió en la primera película que mostró un beso interespecies entre el humano Taylor (Charlton Heston) y la simia Zira (Kim Hunter), que quedó también para la historia.

El éxito del filme facilitó las franquicias cinematográficas en el género. Después de ése, primero llegaron cuatro secuelas, entre 1970 y 1973, cada vez con menos presupuesto (Charlton Heston aceptó participar en la primera de las secuelas, Bajo el planeta de los simios, con la condición de que su personaje muriera y eludir así estar en las siguientes entregas); una serie de televisión en 1974 (fallida y de la que sólo llegaron a emitirse 14 episodios), y otra de animación titulada Regreso al planeta de los simios, con 24 episodios en 1975.

En la saga de la primera fase prevalece la rebeldía de los años 60, de cuyo lema se apropia el mismo Heston: “No creas a nadie mayor de treinta de años”. Retumba el eco de las protestas contra la guerra de Vietnam (Bajo el planeta de los simios, 1970); de la persecución a los inmigrantes sin papeles (Escape del planeta de los simios, 1971); de las revueltas de los barrios negros (Conquista del planeta de los simios, 1972); y del demencial recurso a las armas nucleares (La batalla por el planeta de los simios, 1973), que hunde a los humanos y eleva a los simios.

En 2001, el anuncio de que Tim Burton realizaría, como encargo de los estudios Fox, una nueva versión en el que reimaginaba el universo de la novela de Boulle y del clásico de los sesenta causó una enorme expectación. La caracterización de los primates fue impresionante y dio abundantes beneficios en taquilla, aunque la película fue duramente criticada.

En la segunda fase cambia la causa de la mutación de los simios: la tecnología nuclear es sustituida por la ingeniería genética. Se mantiene el pesimismo antropológico de la primera, pues no hay escenarios que no sean distópicos,  y se introducen novedades como la reivindicación animalista, el recelo en el estamento militar y la crítica al supremacismo blanco.

Los más recientes filmes han tenido incluso mejores críticas que las primeras secuelas y eso se debe a unos cuidados guiones, su avance en los efectos visuales y sobre todo su protagonista, Andy Serkys encarnando mediante las técnicas de captura de movimiento a César, el chimpancé (hijo de Zira y Cornelius) que liderará la revolución contra los humanos, pese a su voluntad de intentar convivir en paz con ellos. Incluso para la más reciente entrega, que fue El planeta de los simios: La guerra, numerosos críticos y fans consideraban que Andy Serkis merecía ser nominado como mejor actor en los Oscar.

Finalmente, cabe destacar que el impacto de aquel primerfilme dirigido por Schaffner fue tal que para su aniversario 50 ha recibido numerosos homenajes como una muestra permanente en la Universidad del Sur de California. Antes en 2001, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la seleccionó para su conservación en el National Film Registry por ser “cultural, histórica y estéticamente significativa”.

La hazaña del Premio Oscar a Mejor Maquillaje que fue especial porque no existió la categoría hasta 1980

John Chambers, responsable del maquillaje empleó una técnica utilizada en la Segunda Guerra Mundial para dar a los veteranos desfigurados una apariencia normal.

El maquillaje supuso un 17% del total del presupuesto de la película.

En un principio las sesiones de maquillaje duraban seis horas; con la experiencia el tiempo se redujo a tres horas.

Los actores tenían que comer con las máscaras puestas, lo que implicaba que durante las horas de rodaje tenían que alimentarse a base de líquidos para no deformarlas y fumar con boquillas para no quemarlas.

Para Roddy McDowall (Cornelius) era un gusto vestirse todos los días de simio, solía dar consejos a compañeros para que se acostumbraran al maquillaje y emplearan gestos y tics en sus actuaciones para añadirles realismo y que no parecieran simples máscaras. El actor estaba tan cómodo con el maquillaje que varios días volvía conduciendo a casa aún disfrazado de mono.