Opinión

Para no tener horario en el trabajo

Sin miedo a equivocarme puedo decir que el médico escritor más prolífico, claro y entretenido que ha tenido nuestro país fue Ruy Pérez Tamayo. De acuerdo con su biografía en la página del Colegio Nacional, escribió 87 libros. Muchos de temas médicos, pero la gran mayoría, de divulgación científica y ética médica.

Uno de los últimos libros que publicó es un pequeño recuento al que llamó “Diez razones para ser científico” publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2013 y del cual, tengo una copia firmada por Ruy. A la manera de consejos para jóvenes, este pequeño libro con diez capítulos, que parece inocente, tiene conceptos más vigentes que nunca, pero que a buena parte de la sociedad, o ya se le olvidaron, o nunca los conocieron.

En esta ocasión me quiero referir al número 3. Para no tener horario en el trabajo. Ruy inició el capítulo con una pregunta ¿a qué hora empieza a trabajar el científico?, a la que dio respuesta con otra pregunta ¿más bien, a qué hora no trabaja el científico?

Un científico trabaja con embriones.

El trabajo de un científico es estudiar y pensar. Estudiar mucho para conocer todo lo que se sabe del tema que le interesa. De lo contrario, podría querer contestar lo que ya se sabe. Pensar, para imaginarse, las posibles explicaciones del fenómeno en el que está interesado y diseñar la forma de ponerlas a prueba mediante la experimentación. Reflexionar, sobre cómo plantearlo ante un grupo de estudiantes o colegas, o bien, en un escrito para conseguir los fondos. Analizar los resultados para compararlos con la realidad y poder interpretarlos. Finalmente, escribirlos para presentarlos en un artículo a sus pares, lo cual es de por sí un proceso complejo y que requiere de mucha introspección.

El asunto no es lineal. Un investigador puede tener tres o cuatro proyectos simultáneos en diferente fase. Por la naturaleza del trabajo científico, la resolución de una fase puede venir cuando se está bañando por la mañana, a medio día en el laboratorio, a media tarde cuando va manejando a casa, por la noche en un sueño o el sábado cuando dispuso sentarse un rato a escuchar música. El investigador trabaja todo el tiempo, porque el cerebro no se detiene.

Tradicionalmente, el trabajo del científico se ha visto amenazado por dos razones. Una, porque en su institución le piden desempeñar otro papel. Por ejemplo, docente, clínico o administrativo, lo que lo distrae de su trabajo como investigador. La otra, porque el investigador se autosabotea, cuando decide hacer un trabajo diferente fuera de la institución. Esta última es más grave.

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Ahora tenemos nuevas amenazas. Paradójicamente, el sistema nacional de investigadores le está exigiendo a los científicos hacer trabajo que los distrae de su actividad científica. Similar a pedirle al chef que sea él o ella quien arregle las mesas y atienda el bar. Por otro lado, con la cada vez más intensa burocratización en la que vivimos, obligan al investigador a que los recursos autorizados a medio año, los gaste antes de que termine noviembre, lo que lo obliga a dedicar buena parte de su tiempo a lograr eso y con todos los requisitos legales, para que el día de mañana no lo acusen de corrupción.

La ciencia, como el arte, es un proceso creativo, por lo que no tiene horario. No se puede medir el trabajo de un científico o de un artista en horas o meses, sino en productividad, la cual, puede ser muy trascendente de inicio, pero también puede percibirse como ofensiva (Galileo Galilei, Charles Darwin) o tardar tiempo en florecer (Gustav Mahler, Vincent Van Gogh).

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM