Opinión

Nacimiento y hazañas de Perseo

El nacimiento de Perseo sigue más o menos el patrón narrativo descrito por Otto Rank en su trabajo conocido como El mito del nacimiento del héroe. La mayoría de los héroes que analiza Rank nacen mediante un acto milagroso o de una madre virgen. La paternidad del héroe es atribuida generalmente a un dios que, sin llegar al lecho marital físicamente, se las arregla, de alguna u otra manera, para dejar encinta a la que será su madre.

Perseo

El mito de Perseo tiene su antecedente en la historia por la disputa del trono de Argos, entre Acrisio y su hermano gemelo Preto, que tuvo lugar a la muerte de su padre, Abante. La disputa se resolvió dividiendo el extenso reino.

El rey Acrisio contrajo nupcias con una joven espartana de nombre Eurídice, con la que solo pudo tener una hija y ningún varón a quien heredar el trono. La ausencia de un heredero hombre le preocupaba y temía que, a su muerte, su hermano, o la descendencia de éste, tuvieran pretensiones de apoderarse de su territorio.

Acrisio se dispuso a consultar al oráculo de Delfos para recibir orientación sobre las posibilidades de concebir a un hijo. El oráculo no solo le confirmó el hecho de que Acrisio nunca tendría un varón, sino que también le vaticinó que el vástago de su hija, su propio nieto, le daría muerte.

A partir de ese momento, Acrisio intentó evitar, por todos los medios, que Dánae, su hija, tuviera contacto con los hombres. Mandó construir una hermética torre y colocó en ella a Dánae y a su nodriza en calidad de prisioneras. Algunos dicen que el lugar en donde las encerró fue en una cámara subterránea hecha de bronce, construida en el patio de su palacio.

Todos los intentos del rey por mantener alejada a su hija de los pretendientes fueron inútiles. Zeus se enamoró de la hermosa princesa y no hubo barrera alguna que le impidiera llegar a ella. Transformado en una pertinaz lluvia de oro, Zeus se coló por el tejado -o por una rejilla de la torre- y se unió a ella. De ese contacto mágico del dios, convertido en lluvia de oro, con la princesa enclaustrada, nació Perseo.

Pasaron tres o cuatro años antes de que Acrisio se diera cuenta que Dánae había dado a luz a su temido nieto. Interrogó a su hija sobre el origen del niño y ésta le contestó que el padre del pequeño era Zeus. El viejo, incrédulo, tomó como una fantasía la respuesta y, en lugar de deshacerse del pequeño y su madre privándoles de la vida con sus propias manos, por temor al castigo de las terribles Erinias, colocó a ambos en un cofre -o en una cesta- y los arrojó al mar.

Las corrientes marinas llevaron a Dánae y al pequeño Perseo hasta la isla de Sérifos, donde un pescador, de nombre Dictis, se topó con el cofre flotante y, al abrirlo, descubrió a la madre y al niño débiles, a punto de desfallecer. Dictis, que no había podido tener hijos, los llevó a su casa y los cuidó como si fueran propios. Allí creció Perseo, lejos del peligro, ayudando a su protector en las actividades de la pesca y en compañía de su madre.

Con el tiempo, Polidectes, el rey de la pequeña isla de Sérifos, se obsesionó con la belleza de Dánae, pero veía en su hijo un obstáculo para unirse a ella, por lo que quiso deshacerse del joven Perseo. Intencionalmente humilló al joven pescador al hacer evidente que era incapaz de ofrecerle un regalo de bodas adecuado al rey, por lo que el impetuoso muchacho, haciendo alarde de su valentía, ofreció al rey traerle de regalo la cabeza de una de las Gorgonas.

Las Gorgonas eran un trío de temibles monstruos que tenían serpientes por cabellos y eran capaces de transformar en piedra a aquella persona que se atreviera a mirarlas. De las tres -Esteneo, Euríale y Medusa- Medusa era la única mortal, por lo que se convirtió en el objetivo de la lucha del joven pescador.

Llegar hasta la misteriosa isla de las Gorgonas no era fácil. Había que superar una serie de obstáculos y llevar la protección adecuada para no ser muerto y petrificado por aquellas terribles figuras de los mares. A pesar de que el orgullo de Perseo lo incitó, al principio, a llevar a cabo la hazaña de matar a Medusa con sus propios recursos, al final, tuvo que aceptar que era una tarea que no podía hacer solo y recurrió a la ayuda y los consejos de dos de sus divinidades aliadas: Hermes y Atenea.

Hermes le proporcionó una espada mágica y Atenea un escudo de bronce pulido. Hermes le aconsejó a Perseo que antes de enfrentarse a Medusa, debía encontrar a unas ninfas de los bosques en las regiones del norte, que le proporcionarían el equipo necesario para vencerla. Un par de sandalias aladas, un morral fantástico, ajustable al tamaño de los objetos que se quisieran depositar en él y un casco perteneciente a Hades, que hacía que las personas fueran invisibles cuando lo portaban. Ese fue el equipo con el que Perseo emprendió su aventura.

Algunos cuentan que, para llegar a las ninfas, Perseo tuvo que pasar una prueba previa. Debía entrevistarse con unas viejas y feas mujeres de color gris, las grayas, quienes le debían indicar la forma de encontrar el camino del norte. Las tres grayas, -Penfredo, Enío y Dino- no entregarían voluntariamente la información, a menos que fueran forzadas a hacerlo. Se dice que entre las tres compartían un solo ojo y un solo diente, por un determinado tiempo durante el día. Perseo debía interceptar el ojo y el diente en el preciso momento en que una se lo pasaba a otra. Así lo hizo y con ello obligó a las Grayas a indicarle el camino; de lo contrario, habría arrojado fuera de su alcance esos órganos vitales y compartidos.

Con la ayuda de Hermes y Atenea, Perseo cortó la cabeza de Medusa, la colocó en su bolsa mágica y regresó a la isla de Sérifos. Ahí fue informado de que Polidectes no había dejado de perseguir a Dánae y hostigar a su padre adoptivo, fue entonces que decidió poner fin al maltrato. Irrumpió en una reunión en la que se encontraba el rey reunido con su corte y, cuando los guardias intentaron detenerlo, sacó la cabeza de Medusa de su morral y, al mirarla, todos los ahí presentes quedaron en calidad de piedras.

Cuenta la leyenda que, en el camino de regreso a casa, por las costas de Etiopía, Perseo salvó a la princesa Andrómeda, que era cautiva de un monstruo marino, a quien, posteriormente, hizo su esposa.

Dánae y Perseo buscaron reconciliarse sin éxito con el temeroso Acrisio. En unos juegos deportivos celebrados en la ciudad de Larisa, Perseo, que era además un excepcional atleta, lanzó el pesado disco olímpico sobre la cancha, su trayectoria se desvió hacía las tribunas, golpeando de muerte al abuelo Acrisio que se encontraba entre los espectadores, dando cumplimiento, de esta forma, a los designios del inapelable oráculo.

El mito de Perseo contiene un tipo de pensamiento mágico, aún vigente en muchas mentes supersticiosas, que busca detener al enemigo o vencerlo definitivamente, mostrando una poderosa imagen fetichizada (en este cazo la cabeza de la Gorgona). Hoy se cuelgan crucifijos en las habitaciones para ahuyentar a los demonios o a los vampiros y se usan estampitas sagradas para quedar a salvo de enfermedades o pandemias.

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