Opinión

El país en el que pasa todo y no pasa nada

Durante los últimos días del año que apenas terminó un escándalo se colocó en el centro de la opinión pública nacional: el plagio cometido por la ministra Yasmín Esquivel hace más de 35 años cuando presentó su tesis profesional para obtener el título de abogada. La historia de una ministra de la Corte que había construido toda su carrera profesional a partir de una trampa parecía una de las más claras representaciones de la falta de ética en un servidor o servidora pública de los últimos tiempos. Durante varios días, el tema ocupó los principales espacios de discusión política, algo sobresaliente considerando que, de manera lógica, buena parte de la sociedad estaba más preocupada por los festejos de fin de año que por un escándalo más de la vida pública nacional. Los medios y los periodistas, que con frecuencia utilizan las dos últimas semanas de diciembre para hacer un repaso de los principales hechos sucedidos a lo largo del año, dejaron a un lado la crónica del pasado para centrarse en la cada vez más enrarecida y enredada historia del plagio.

Ministra Yasmín Esquivel Mossa

Cuartoscuro

Llegó el segundo día del año y con él la votación para designar a quien presidiría la Suprema Corte de Justicia de la Nación por los próximos años. Yasmín Esquivel, quien había manifestado su intención de buscar la presidencia de la Corte, mantuvo sus aspiraciones hasta el final, aún a pesar del escándalo. No llegó muy lejos. En la tercera ronda de votación, la ministra Norma Piña hizo historia al alcanzar los seis votos necesarios para convertirse en la primera mujer titular del máximo tribunal del país. Tres días después, Sinaloa se convirtió en el epicentro de la noticia y el foco de la atención mediática: Ovidio Guzmán había sido detenido tras poco más de tres años de aquél desafortunado evento conocido como el Culiacanazo. Dos días más tarde, el sábado, la profundidad de la Ciudad de México se cimbró cuando dos trenes del Metro se impactaron y causaron la muerte de una joven de 18 años, lesiones a decenas de pasajeros y el recordatorio de las verdaderas prioridades de nuestros gobernantes: mientras esto sucedía, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, estaba llegando a Morelia para, en un evidente acto de precampaña, dictar una conferencia sobre políticas exitosas en la capital del país. Un día después, el presidente estadounidense, Joe Biden, aterrizó en el AIFA y ni la tragedia del Metro, la captura de Ovidio o el plagio de Esquivel eran noticia.

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Así se nos va la vida. Así transita el país entre escándalos, falta de transparencia, frivolidad, relumbrón político y olvido. Quizá por eso normalizamos lo inaceptable y nos hacemos inmunes a lo intolerable: pasa mucho y en realidad no pasa nada. Somos el país de la impunidad porque quienes cometen una falta no hallan consecuencias a sus actos. Somos el país del olvido porque Yasmín ya no es noticia y si plagió hace 35 años, ya no importa, porque no obtuvo la presidencia de la Corte. Somos el país de la normalización de lo horrendo, porque de forma cotidiana sucede algo que supera lo anterior. Somos el país en el que pasa todo y no pasa nada. Creo que no debería de ser así. Estoy seguro de que no debe ser así. Me niego a que sea así. No podemos seguir permitiendo que lo terrible se acumule como costra sobre nuestra piel y nos vaya haciendo insensibles a lo que venga después. La insensibilidad respecto de lo que le está pasando a México es grave por lo que cada hecho significa por sí solo, pero lo es más porque conforme la realidad se suma, la piel se necrosa y ya nada se siente, nada duele. En México pasa todo y no pasa nada. Hasta que pase. Hasta que pase…

Profesor de la UNAM y consultor político

Twitter: @JoaquinNarro

Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com