Opinión

A políticas neoliberales, resultados neoliberales

¿Recuerdan que, a mediados del 2023, se suscitó una ola de entusiasmo a la que algunos bautizaron incluso como “momento mexicano”? Un entusiasmo que compartían voceros del gobierno, la tropa que los acompaña, encuestas especializadas y hasta consultoras internacionales, todos tan necesitados de buenas noticias luego de cuatro años sombríos. El país vivía -dijeron- un momento de aceleración que anunciaba una nueva trayectoria económica de crecimiento, alto y sostenido.

La cosa no duró mucho, porque no podía durar mucho: ya en los primeros meses de 2024 el encanto se evaporó, y de la tasa de crecimiento trimestral de abril-junio de 2023 (3.5 por ciento) descendimos a 1.1 por ciento un año después, la tercera parte. Y lo que hemos tenido en todo 2024 es una letanía de revisiones a la baja hasta llegar al pronóstico de la semana pasada: el PIB de México habrá crecido 1.4 por ciento en este año, mismo nivel -pero un poco peor- que los niveles típicos ofrecidos por nuestro neoliberalismo durante 40 años.

Acumulado tendremos un sexenio que apenas ofrece una tasa anual de crecimiento de 0.8 por ciento -como se ha dicho- la más baja desde Miguel De la Madrid, con lo que se confirma que la obradorista, fue una administración apenas capaz de colocarse en la misma tendencia de semiestancamiento en el que han estado atrapadas ya, dos generaciones de mexicanos.

¿Por qué tan malos resultados en ese renglón vital del crecimiento? Porque se hizo lo mismo que se ha hecho en décadas: buscar equilibrio fiscal como mandamiento sagrado (austeridad, salvo claro, en este año electoral); poca inversión pública (salvo en tres o cuatro obras insignia); negarse de plano a una reforma fiscal que permita ampliar el gasto público; un dólar demasiado barato que le quita competitividad a las mercancías nacionales y, cosa muy importante, la más pichicata de las políticas para enfrentar la crisis sanitaria más grave en un siglo.

Neoliberalismo

En otra ocasión hemos resumido el pasaje sexenal así: la mexicana fue una economía que dejó de crecer en el 2019; así entró a la pandemia estando ya en recesión; fue la que más fuertemente cayó en 2020 dentro de la OCDE y en América Latina y la que se recuperó más lento, 31 meses completos le fueron necesarios para reestablecer los niveles previos a la emergencia.

De esa suerte, la gestión obradorista (que alguna vez tuvo la puntada de autodenominarse “post-neoliberal”) profundizó como nadie la divergencia entre la nuestra y la economía de EU. En lo que va de 2019 a 2024, allá crecieron a una tasa acumulada de casi 14 por ciento; acá lo hicimos 5 por ciento en esos mismos años. Es decir: perdimos una oportunidad justo en los años de mayor dinamismo económico que ha vivido y sigue viviendo nuestro principal socio comercial en lo que va del siglo.

¿Y la relocalización (el famoso nearshoring), ese gran movimiento tectónico de industrias, empresas y capitales que se moverían de China hacia Norteamérica -E.U. y sus países amigos- del que se ha hablado desde hace varios años? Pues también es una oportunidad perdida. Un solo dato lo demuestra, más allá de anuncios alegres, malos registros o fintas corporativas. En el sexenio de Peña Nieto, cuando el nearhsoring no era ni imaginable, sin tal expectativa, no obstante, de 2013 a 2018 recibimos más inversión extranjera directa que en el sexenio de AMLO, 3.2 mil millones de dólares de diferencia (datos de Enrique Quintana, El Financiero, 24 de septiembre).

Y es que en materia económica, lo que de veras importó a AMLO fue demostrar su ortodoxia y lo hizo abrazando fuertemente los pilares institucionales que el neoliberalismo fundó (véase Casar, Cordera y Provencio, en El daño está hecho, Grano de Sal, 2024): en política monetaria, no para que el peso sea competitivo, sino para que la inflación se mantenga bajo control. Gasto público siempre contenido. Compromiso a cal y canto con el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá (TMEC), ninguna reforma fiscal y mucha austeridad, salvo en año electoral, cuando rompió su propio credo y acabó dejándonos con el más alto nivel de endeudamiento de este siglo.

Siguiendo la pauta que ha establecido Francisco Báez (Populismo neoliberal, Cal y Arena, 2024) no es que todos eso esté mal, sino que merecía una revisión, pieza por pieza, pero por eso podemos decir que el obradorismo fue, y sigue siendo, un modelo neoliberal mal administrado.

Tuvo, sin embargo, un acierto: una política de ascenso de los salarios mínimos que -dada la estructura salarial nacional, en la que 14.8 millones de personas del sector formal ganan entre uno y dos salarios mínimos (a esto habría que agregarle una gran parte del sector informal)- resulta que el 66 por ciento de los trabajadores resultaron beneficiados. De allí que su impacto fuese rotundo en el abatimiento de la pobreza laboral, es decir, en la zona donde se gana la vida la mayor parte de los mexicanos.

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Este hecho demostró algo que resultará contraintuitivo a la mayor parte de los economistas: demostró que, aun sin crecimiento es posible redistribuir; que la mexicana era (es) una economía que no solo admitía (admite aún) aumentos sostenidos de salarios, sino que más allá, los necesita para poder funcionar mejor.

Empero: este acierto puede quedar ahogado por el cúmulo de problemas que arroja la mala política económica aquí descrita.

El ajuste a las finanzas públicas al que ha obligado a la presidenta Sheinbaum, gastar menos, pagar más intereses de deuda en vez de inversión y servicios públicos. Añádase la incertidumbre que inyecta la reforma judicial en las decisiones empresariales y sociales. Así tendrá lo peor: el obradorismo ha dejado al país colocado en una senda económica todavía más lenta que la que hemos padecido en este siglo. El mismo neoliberalismo del pasado pero en una trayectoria más estrecha y también más mediocre. Nunca esperen otros resultados si siguen aplicando las mismas recetas.