Opinión

Reino Unido y Francia: dos lecciones, dos elecciones

Esta semana hubo dos importantes elecciones en Europa. Tanto el Reino Unido como Francia definieron su futuro político inmediato. Los resultados obligan a una lectura a fondo, en donde -a mi parecer- lo más importante es ver el funcionamiento de los diferentes sistemas electorales y sus consecuencias.

Ante los resultados en el Reino Unido, la primera idea que viene a la mente es que los laboristas tuvieron una victoria contundente. Uno diría: “los británicos se movieron claramente hacia su izquierda”. A partir de ahí pensaría -y no ha faltado analista que caiga en el garlito- en que la moderación del nuevo dirigente laborista, Keir Starmer, fue clave para la victoria, con el voto de castigo a los conservadores. También concluiría que el Reino Unido está a salvo de los populismos de extrema derecha que tuvieron votaciones al alza en las pasadas elecciones para el parlamento europeo.

Keir Starmer

EFE

Pero si uno mira los resultados más de cerca, encontrará que no es así, que los británicos en realidad se movieron a la derecha, que el partido laborista obtuvo menos votos que en las elecciones de 2019 y que el grueso de la explicación reside en una novedosa división de las derechas, combinada con el sistema FPTP: todos los miembros de la Cámara de los Comunes son elegidos en distritos uninominales a una sola vuelta.

En las anteriores elecciones, las de 2019, los laboristas del izquierdista Corbyn obtuvieron 10.3 millones de votos, 32.1% del total. Ganaron 202 escaños. En las de 2024, con el moderado Starmer, obtuvieron 9.7 millones de votos, 33.7% del total. El pequeño aumento en el porcentaje se debe a que en esta ocasión el abstencionismo fue mucho mayor (40 por ciento, frente a 33 por ciento). Pero ganaron 411 escaños.

Algo similar pasó con los Liberal-demócratas. Tuvieron cien mil votos menos que hace cinco años, pero pasaron de tener 11 asientos a tener 72.

Los que cayeron precipitosamente fueron los conservadores, tras cinco años de escándalos, malas decisiones económicas, llevadas al absurdo con la escandalosa propuesta presupuestaria de la efímera Liz Truss. Pasaron de 14 millones de votos a 6.8 millones; del 43.6% de la votación al 23.7%, de 365 miembros de la Cámara de los Comunes, a 211.

¿Cómo se explica esto, si además sumamos que otro partido que se desplomó fue el Nacionalista Escocés, que era la tercera fuerza en el anterior parlamento? La respuesta está, principalmente, en la aparición del partido de extrema derecha populista Reform UK, encabezado por Nigel Farage, el paladín del Brexit. El grueso de la pérdida de los conservadores se dirigió a esa formación antieuropea, antiinmigrante y enemiga de los impuestos.

Nos asustamos de Alemania, pero Reform UK obtuvo más de 4 millones de votos, el 14.3% del total, un porcentaje superior al de Alternativa por Alemania en las elecciones europeas. El caso es que apenas le alcanzó para meter una patita en el parlamento, con 4 escaños. Sumadas, la derecha tradicional de los tories con la de los ultras de Reform UK, alcanzan 38%; es decir, más que los laboristas. Pero compitieron separados y el sistema electoral los castigó.

Dos cosas más ayudaron a los laboristas y los liberal-demócratas: la caída de los nacionalistas escoceses pintó Escocia de rojo y de naranja, y la existencia de una tradición británica -resultado de décadas del sistema FPTP- en la que, en varios distritos tendencialmente conservadores, los simpatizantes del laborismo votan por los liberal-demócratas para bloquear a los tories.

Pero lo esencial es que el sistema de votaciones a una vuelta con ganador por mayoría relativa, sin asignaciones de otro tipo, funciona para un régimen bipartidista, pero no lo hace para uno pluripartidista. Mientras más partidos haya, menos representativo se vuelve. En Gran Bretaña hay al menos seis (sumamos a los Verdes) y podrían ser siete, con los nacionalistas galeses. Y luego está Irlanda del Norte.

El sistema está claramente obsoleto, aunque ahora haya beneficiado a las fuerzas políticas más sensatas.

Los laboristas gobernarán en solitario. Con 33.7% de la votación, tienen el 63.2% de los escaños. Sobrerrepresentación, pero en versión recargada. Hay quien desea eso para México, con el cuento de que los plurinominales no representan a nadie.

En Francia fue otra historia, pero porque el sistema es diferente. Es por distritos uninominales, pero a dos vueltas, con la intención de que todos los diputados sean elegidos por una mayoría absoluta de votantes en su distrito. Se dice que, con ese sistema, en la primera vuelta votas por quien quieres que gane y, en la segunda, votas contra quien no quieres que gane. Fue lo que sucedió.

En la primera vuelta la Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha de Marine Le Pen, fue quien, junto a aliados todavía peores, obtuvo más votos: el 33.2%. El Nuevo Frente Popular, que agrupa a los socialistas, verdes, comunistas y a la izquierda populista de Mélenchon, quedó atrás con el 28.2% y la coalición macronista en tercero, con 21.3%. La ultraderecha tenía el 55 por ciento de las curules definidas en la primera vuelta (aquellas ganadas con más de la mitad de los votos). Pero faltaban muchísimos distritos por definirse.

Para la segunda vuelta, en la mayoría de los distritos, quienes iban en tercero o cuarto lugar se retiraron, para crear un “cordón sanitario” contra la victoria de la ultraderecha. Retiraron a 218 candidatos para asegurarse que el voto anti Le Pen no se dividiera. El cordón funcionó, y no porque al partido de Le Pen le fuera peor: de hecho, subió, y pasó a tener el 37% de los votos. Pero la distribución estratégica de los votos de los antifascistas generó una Asamblea Nacional dividida en tres grandes bloques, donde el Nuevo Frente Popular es el mayor y Ensamble (los seguidores centristas de Macron) son el segundo. Igual será complicado para Macron hacer gobierno, pero la amenaza de un gobierno de ultraderecha ha sido descartada.

El método de la segunda vuelta impidió que una peligrosa mayoría relativa se convirtiera en mayoría absoluta, y también incidió en que la voluntad de la mayoría absoluta en contra de esa mayoría relativa -que en el caso francés era particularmente nociva- se reflejara en la composición del Legislativo.

Esa idea, votar primero por quien quieres y sólo después contra quien no quieres, siempre me ha gustado.

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