Opinión

El Zócalo y el lecho de Procusto

Teseo es el héroe griego conocido más que nada, por haber matado al minotauro encerrado en el laberinto de Creta. Y no es para menos, pues con esta hazaña liberó a la ciudad de Atenas de rendir tributo periódico al rey Minos, quien había decretado que, al finalizar cada ciclo de nueve años, Atenas debía enviar a catorce jóvenes (siete muchachos y siete doncellas) para ser devoradas por el monstruo con cabeza de toro. Se recuerdan muy poco las otras batallas que el hijo de Egeo libró para limpiar a Grecia de malhechores y que en la mitología se les conoce como los Trabajos de Teseo. Son más populares las proezas y victorias de su primo Heracles. En la lista de trabajos realizados por Teseo está haber acabado con un rufián que vivía en Coridalo y que atemorizaba con sus fechorías a toda la región del Ática. Su nombre era Polipemón también conocido como Procrustes o Procusto, el estirador. El bandido vivía en una colina junto al camino, donde tenía un hostal que daba alojamiento a los viajeros que pasaban por ahí y que ingenuamente pensaban que en ese lugar regía el sagrado principio de la hospitalidad.

Los caminantes llegaban a la posada, se instalaban cómodamente y era probable que compartieran la mesa confiadamente con el anfitrión, quien se mostraba amable e inofensivo. Nadie imaginaba que estaban frente a un forajido. Cuando los huéspedes iban a la cama, Procrustes vigilaba y esperaba paciente a que durmieran profundamente. Entonces los atacaba, amordazándolos y atándolos con fuerza al lecho de hierro. Si la persona era de un tamaño mayor a la cama, cortaba sus piernas para que se ajustara a la medida exacta; por el contrario, si era más pequeña, la estiraba con un torniquete hasta que ocupara todo el espacio. Algunas versiones del mito señalan que en realidad Procrustes tenía dos camas. Una pequeña donde acomodaba a los altos y otra grande que ofrecía a la gente pequeña. En cualquier caso, el efecto era el mismo: el maleante terminaba desmembrando a sus invitados. Nadie se salvaba del terror de Procrustes hasta que Teseo lo enfrentó y lo mató en su propio lecho, “le hizo sufrir en carne propia lo que él había hecho a otros”. Este fue el último acto heroico que Teseo realizó en el camino de Trecén a Atenas, antes de reencontrarse felizmente con su padre. (Los mitos griegos de Robert Graves. Alianza Editorial).

Como es el caso de tantos mitos de la antigüedad, este relato ha sido utilizado en muchos ámbitos para ejemplificar actitudes, conductas o situaciones que metafóricamente son equivalentes.

En la práctica científica, por ejemplo, se dice que el investigador está recurriendo al lecho de Procusto cuando en su indagación, experimentación o recopilación de datos, sólo registra y recoge aquello que confirma la hipótesis que pretende corroborar, ignorando todo lo que la refuta, lo que no se ajusta a la idea preconcebida. El resultado siempre será el fracaso porque el conocimiento así obtenido nunca será objetivo y cargará siempre con los sesgos de la mala ciencia. Lo mismo sucede frecuentemente con los estudiosos que obtuvieron su conocimiento mediante el aprendizaje de preceptos teóricos o dogmas que consideran inamovibles. En este caso se tiene la inclinación de aplicar fórmulas de manera generalizada, para intentar explicar o resolver problemas, en contextos y situaciones en los que no caben, o en los que no son apropiadas.

El dogmatismo religioso ha sido el típico lecho de Procusto que ha impedido reconocer la realidad tal como la presenta el conocimiento científico y ha censurado o cercenado todo aquello que cuestiona al cuerpo de las ideas canónicas o lo que está escrito en el libro sagrado. El ejemplo histórico más conocido y bochornoso de esta actitud dogmática es sin duda la condena a Galileo. Pero también en asuntos de cartografía hay situaciones de las que los católicos modernos seguramente se avergüenzan. En la edad media, a pesar de que los griegos y latinos (Eratóstenes, Hiparco y Ptolomeo), habían avanzado en el conocimiento de la forma de la Tierra, los clérigos (Isidoro de Sevilla, entre otros) reproducían mapas del mundo imaginarios, basados en la Biblia. “Los episodios y los lugares mencionados en las escrituras exigían una localización, y se transformaron en un tentador escenario para los geógrafos cristianos” (Daniel Boorstin)

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En psicología se habla del síndrome o complejo de Procusto para referirse a la actitud patológica de aquellas personas que no aceptan a quienes obtienen logros o éxitos mayores a los suyos, en cualquier aspecto de la vida y que subestiman o desprecian a los que juzgan inferiores. También se considera tocadas por este mal a las personas que son intolerantes a las diferencias de cualquier tipo, a los que tienen obsesión por la uniformidad.

En política, las actitudes tiránicas o autoritarias, aquellas que intentan imponer una visión estrecha y única del mundo, las que buscan avanzar sus intereses parciales imponiéndose sobre los demás, las que desconocen la diversidad ideológica y política o intentan serruchar la existencia de intereses legítimos, derechos o libertades de los otros, son sin duda, equivalentes a las del bandido de Coridalo. La equivalencia es casi perfecta cuando los líderes autoritarios llegan al poder a través de la confianza que los ciudadanos depositan en ellos, mediante procesos electorales libres, transparentes y democráticos. Durante las campañas se ganan las simpatías de los ciudadanos y muestran sus mejores prendas, pero luego, ya en el poder, defraudan esa confianza al pretender ejercerlo de una manera absoluta y abusiva. Los ciudadanos depositan su confianza en ellos, esperanzados que bajo sus gobiernos pueden “dormir tranquilos”, pero la esperanza se convierte muy pronto en pesadilla.

El lecho de Procusto es esa actitud rígida y dogmática de algunas personas que les impide reconocer los hechos que contradicen sus creencias, sean estas científicas, religiosas o políticas y que además intentan eliminarlas de la peor forma. O para decirlo en la frase atribuida al filósofo inglés del siglo XVII, John Locke: “Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad”.

Teseo mata a Procusto (vasija del siglo V a. C., Museo Británico).