El miércoles pasado se publicó en La Crónica de hoy la Encuesta Nacional GEA-ISA del primer trimestre del año, cuyo objetivo es dar seguimiento al estado de la opinión pública y las preferencias electorales de los ciudadanos, así como disponer de indicadores generales sobre las opiniones y actitudes de la ciudadanía hacia la política, las instituciones electorales y otros aspectos socialmente relevantes para nuestro país, entre ellos establecer el nivel de aprobación del Ejecutivo Federal, la evaluación prevaleciente de su gestión y determinar el nivel de presencia y la imagen general de los partidos políticos.
Sorprende un dato: la aprobación a Felipe Calderón como persona alcanza 64%, mientras que su aprobación como gobernante ronda el 45%. ¿Cómo es posible una diferencia tan grande entre la persona y el funcionario?
Una posible explicación es que los ciudadanos tienen clara la diferencia entre la persona de carne y hueso, sus virtudes y defectos, y el desempeño en el cargo con la responsabilidad más grande del país.
No obstante existen factores externos, tanto a la persona como al funcionario, que pueden incidir en la opinión que se forman los ciudadanos. Y en el caso del Presidente, su imagen es aún más vulnerable al estar permanentemente expuesto al escrutinio público; en la democracia esto es inherente a la función que desempeña. No así en el caso de la persona concreta, en la cual podemos identificar, más allá de las responsabilidades públicas, factores como la honestidad, la determinación y la franqueza.
En el caso del presidente Felipe Calderón parece que han pesado, para el caso de su aprobación como gobernante, variables como la percepción sobre el éxito o fracaso de la lucha contra el crimen organizado. Esto es evidente cuando observamos por ejemplo –con base en los datos de la encuesta mencionada–, que en diciembre de 2006, al iniciar su sexenio, contaba apenas con 52% de aprobación como gobernante, para junio de 2007 llegó al 69%; para mayo del año pasado descendió a 66% y en noviembre se ubicó en 58%. Es decir, su nivel de popularidad ha ido en ascenso y descenso paralelamente a los niveles de percepción que sobre la seguridad tiene el común de los ciudadanos.
En el caso de Felipe Calderón, la persona, perece que una de las virtudes reconocidas de manera constante por los ciudadanos es su valentía y decisión en la difícil lucha que se está librando contra el crimen organizado y especialmente contra los cárteles del narcotráfico; otra característica que parece no pasar inadvertida es su sensibilidad, como humano que es, ante tragedias personales y colectivas.
Tan es así que al iniciar su gobierno, en diciembre de 2006, su nivel de aprobación como persona se ubicaba en 68%; para junio del 2007 descendió al 66%; para mayo del año pasado continuó en 66% y hasta noviembre continuó igual.
¿Qué nos dicen estas cifras? Dos cuestiones fundamentales: que los ciudadanos están conscientes del nivel de dificultad que implica mantener la gobernabilidad con la creciente violencia causada por el crimen organizado y la crisis económica que estamos viviendo, y que los ciudadanos reconocen como un factor externo que golpea a nuestro país.
También, que son necesarias acciones más contundentes y eficaces que den certeza y claridad a los ciudadanos de que se está tendido éxito en la lucha contra los delincuentes, para paliar los efectos de la crisis económica, sobre todo en lo que tiene qué ver con la creación de empleos y elevar el poder adquisitivo de los que menos tienen. La gran mayoría de los ciudadanos (63%) opina que las acciones tomadas hasta ahora por el gobierno han sido insuficientes. Muchas personas hablan de la necesidad de depurar y fortalecer las instituciones de inteligencia para no seguir dando palos de ciego y garantizar el triunfo.
Finalmente, se puede constatar que los ciudadanos distinguen el desempeño del presidente y el desempeño de su gabinete, ya que en junio de 2007 el nivel de aprobación de los colaboradores del jefe del Ejecutivo era de 57%, para mayo del año pasado descendió a 46% y en noviembre descendió todavía más, a 43%.
El sociólogo alemán Max Weber decía que “No es necesario ser el César para entender al César”, con lo cual quería ilustrar que cualquier ciudadano puede, en un momento dado, ponerse en los zapatos de sus gobernantes y entender las dificultades que implica ejercer el gobierno, en este caso Felipe Calderón califica mejor como persona que como gobernante. Esperemos que durante su gobierno ambas percepciones mejoren por el bien del país.
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