Cultura

A pesar de los retrasos en aduana, que resultaron en un cambio de fechas del espectáculo de danza, la función del sábado se llevó a cabo según lo planeado

“Perro sin Plumas” se presenta en últimos días del Festival Internacional Cervantino

Brasil comparte cosas con México, como una cultura y pueblo de importante fuerza indígena y la colonización -”qué descubrimiento, ¡si ellos invadieron!”, los cuales también conforman la historia de Brasil, según observó la coreógrafa brasileña, Deborah Colkner, unos momentos antes de presentar “Perro sin Plumas” en el 52° Festival Internacional Cervantino.

A pesar de los retrasos en aduana que resultaron en un cambio de fechas del espectáculo de danza, la función del sábado se llevó a cabo según lo planeado.

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Mientras la gente hacía la fila e ingresaba al Auditorio del Estado, la coreógrafa brasileña señaló que cada obra exige una exploración del cuerpo distinta, porque a través de eso tiene que traducir, sentir y pensar la idea del espectáculo

En esta ocasión, escogió como hilo conductor un poema homónimo de João Cabral de Melo Neto (1920-1999), que habla de un río, pobreza, tragedia y un hombre que no se encuentra tan hombre.

“Busca una fuerza de adentro para sobrevivir”, sintetizó.

El poema habla de Pernambuco, nordeste de Brasil, un lugar que la artista considera importante por su gente, que trabaja con mucha dificultad. “No se gana bien, pero también tienen mucha cultura, música, tiene una memoria ancestral de los indigenas, pueblos originarios de allá y negros”, detalló.

PROPUESTA

Una pantalla en la que se proyectaron videos en blanco y negro, con paisajes y cuerpos en el lodo, grietas y ramas sirvió de fondo para los bailarines que se unieron bajo una musicalidad hipnótica.

Mediante una iluminación que cambia los tonos de piel y una intención andrógina en el vestuario, los bailarines sostuvieron 70 minutos de movimiento: danza contemporánea, danza clásica, danza tribal, todos los lenguajes entrelazados con fluidez.

A lo largo del espectáculo se revelaron distintos dispositivos escénicos, como listones que caían del cielo y jaulas de madera.

“Se me hizo muy buen espectáculo por la calidad y buen ritmo de los bailarines, y las pantallas se veían como una buena historia”, consideró Adrián Carranza de 10 años, a quien le gusta la danza, pero no se quiere dedicar a eso.

A su hermana, Aurora de 13 años también le gustó la propuesta, que se le hizo rara “porque quién sabe qué tanto hacían, doblaban mucho su cuerpo y así” y fue diferente a todo lo que había visto antes.

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