El poeta y crítico literario Mario González Medrano acaba de publicar su segundo libro de poemas con el título de El pie bajo su escombro (Ediciones del Lirio, 2024). Un libro en el que la voz poética realiza una trayectoria del dolor en las sombras hacia el destino de una renovada e iluminada visión del mundo. A diferencia de Nebde (2019), un libro más intimista, que miraba a paisajes interiores, éste se perfila como un faro que mira a las aguas en un gran angular de la existencia.
El libro se sitúa en el mes de septiembre de 2017, justo después del terremoto que asoló al centro de México y que dejó como efecto varias casas, edificios derruidos y la pérdida de vidas humanas. Por esto, el poeta a lo largo de los versos reflexiona sobre la pérdida, la muerte y el dolor que esto provoca y se pregunta ¿qué hacer con lo que ya no se puede restaurar?: “el crecimiento de la yerba/ es una impotencia; se ha quebrado en piedra/ la flor y su semilla,/ entonces, en este eco,/ ¿quién le dirá a la piedra/ que sueñe con flores?”.
Contado a manera de diario, pasan las horas y los días después del derrumbe, de la demolición física y espiritual de los seres que fueron testigos de la catástrofe natural y humana. A lo largo del poemario, el escritor construye imágenes monumentales sobre la vida, pero a golpes de verso observa y provoca su caía hacia polvo, a sabiendas que todo es finito. González Medrano en El pie bajo su escombro sabe muy bien que el mundo que le cuenta a los lectores es un universo real, en medio del dolor, pero que puede reconstruir, con la palabra escrita, un mundo diferente, con otras formas, quizá con un haz de esperanza: “Detente, no sigas subiendo./ Ave asfáltica, ave carroñera,/ no aletees, que has de volver/ en ceniza, en ácaros… Afuera se fisura la transparencia./ Ahí habita el cuerpo de la luz”.
Desde la muerte, o con la conciencia de ésta, la voz poética intenta salir de esta impotencia y mirarla con otros ojos, para convertirla en fuerza, en potencia creadora que no sólo abre la grieta del edificio caído para que entré el sol, sino para abrir las ventanas del silencio y que se escuchen las palabras que le darán nuevas imágenes al mundo: “En casa de la vecina encienden la radio:/ desentierra el silencio, como títere,/ simulando, ese ruido de fondo./ Sube el volumen, entre el cielo y el suelo”.
Mario González Medrano va jugando con esa dualidad, vívida y mortuoria al mismo tiempo, que también existe en el idioma porque somos seres temporales, por ello el poeta para hablar sobre el destino que tenemos marcado se apropia de la metáfora del terremoto bajo estos parámetros, pues al final de cuentas somos muertos que recordamos que alguna vez vivimos: “¿Qué hora es esta?/ Si hoy es martes, no es otro día, entonces/ por qué me sabe este día a otras muertes,/ por qué del tufo de otras aguas estancadas”.
El pie bajo su escombro también puede ser leído como una idea de navegación mítica, en donde todos somos una especie de Odiseo perdido en medio de un mar profundo que a veces es luminoso, pero que a veces es oscuro, que a veces encuentra el Norte y a veces pierde todo horizonte. Al final del libro, entre los escombros y la esperanza de un puño levantado a favor de la reconstrucción, la voz que arroja los versos observa un futuro similar al pasado, pero con una pequeña diferencia que otorga un rescoldo de reconciliación con el tiempo y el espacio, con la vida, e incluso con la muerte: “a lo lejos, el ruido de los autos/ no logra quebrantar la parsimonia./ Es la misma hora, pero ya es otro tiempo