La sensación de vivir en la decadencia de una época y las constantes evaluaciones a la que nos sentimos sometidos en cada paso que damos, son dos reflexiones que aborda la escritora Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) en su reciente novela La última actriz.
La obra editada por Seix Barral narra la vida de dos mujeres: Sabrina, una actriz dedicada a la investigación teatral que busca las huellas del teatro judío en Argentina y, en específico, la vida de Jana; esta segunda mujer es una actriz de los años 60 que ama el teatro a pesar de no tener papeles protagónicos.
“La vida de los actores y actrices es compleja porque siempre están siendo evaluadas, van a castings y audiciones mucho más frecuentemente de lo que la mayoría de las personas vamos a entrevistas de trabajo y, al mismo tiempo, tienen que mostrarse en el escenario bellas, sonrientes y enteras, pase lo que pase, porque cancelar una función es algo que sólo sucede en condiciones especiales”, señala Tenenbaum.
Al mismo tiempo, la autora observa que esa excepcional vida se parece “a la subjetividad de las personas del siglo XXI, todos nos sentimos evaluados y sentimos que tenemos que mostrar en Instagram una cara sonriente”.
A la pregunta de por qué elegir el teatro judío como trama de la novela, Tenenbaum indica que fue el perfecto escenario mágico y místico.
“Cuando escuché la historia del teatro judío y que su archivo se había perdido en una explosión, me pareció que ahí había mucho para construir un mundo mágico y a dos actrices frustradas: Jana, de los años 60 que trabaja en el teatro judío en papeles menores y con un empleo de oficina; y Sabrina, quien llega a la investigación teatral después de intentar ser actriz”, explica.
Sabrina llama a Jana la última actriz del teatro judío porque ella estuvo en la época de decadencia.
“Tiene mucho que ver con una sensación de época, hoy quien escribe no piensa que está llegando al esplendor de la literatura, piensa que llega a la literatura cuando todo ya se ha hecho. La decadencia ante el final de algo es algo que hoy sentimos”, afirma.
En la novela, el teatro judío se intenta rescatar a partir del montaje de Díbuk donde el tema principal es el erotismo.
“Díbuk es muy absurda, es como Esperando a Godot donde están horas y horas hablando y no se entiende qué va a pasar. Además, la historia nace de un mito judío, un mito de posesión que tiene que ver con las mujeres jóvenes, igual que en el exorcista, las poseídas suelen ser mujeres en edad de despertar sexual”, detalla.
Tenenbaum deduce que esos mitos salen del desconcierto que produce el que una chica de 15 años empiece a actuar diferente porque tiene deseo de algo que para la sociedad no es conveniente ni correcto.
El teatro judío es una tradición que existió en pocas ciudades del mundo, por ejemplo, Buenos Aires, Nueva York, Londres, Varsovia y Moscú. “Era un teatro que en todos lados era minoritario, entonces era muy independiente, se tenía que armar con lo que se podía, con compañías muchas veces amateurs, eso me pareció algo con lo que cualquier teatrista hoy se puede identificar”.
Otra característica del Díbuk es la obsesión del deseo y la autora lo cruza con la vida de las protagonistas.
“En ambas la pregunta es por qué les gusta un tipo que no les hace caso. Me interesaba que hubiera paralelismos, las dos están enamoradas de un tipo con poder, un profesor y un director de teatro. Los vínculos tienen muchas capas, un poco idealizamos, pero otro poco no, también vemos la realidad, enamorarse en general es así, es como una mezcla entre la fantasía y la realidad constante, tener la imagen fantasiosa de quien me enamoré y después miramos la realidad donde esa persona me decepciona”, describe.
-¿Por qué darle a Jana el trabajo de oficinista?
Me interesan los trabajos en los que lidias con algo que para la otra persona es muy importante y para ti es algo de todos los días. Mi mamá es pediatra y cuando un hijo está enfermo, para el padre o la madre es un momento de angustia terrible, sin embargo, para mi mamá es algo que le pasa cada 15 minutos y no puede angustiarse cada que recibe una llamada.
En el caso de la novela es peor, la gente llama al cementerio en situaciones muy angustiantes y se acordará toda la vida de esa llamada, en cambio para Jana es un día más en la oficina, debe prestar atención y tratar de ser empática con la gente.
Finalmente, la autora expresa que le gusta plasmar los trabajos de oficina en la literatura.
“Muchas veces, tanto los escritores como los guionistas, los retratan mal porque no los han hecho y me molestan esos retratos superficiales. Los oficinistas, al estar encerrados, imaginan miles de cosas, estudian textos, bordan, imaginan otros trabajos, hay una vida secreta en las oficinas y además son algo en extinción, cada vez hay menos gente trabajando en oficinas”, indica.