Los silbatos prehispánicos son objetos poco estudiados, sin embargo, se conservan varios ejemplares hallados en diferentes sitios arqueológicos, de los que sobresalen tres encontrados en la cima del volcán Iztaccíhuatl y que en tiempos antiguos sonaron para acompañar rituales de petición de lluvia y de adoración a La mujer dormida.
El investigador Osvaldo Murillo Soto comparte en entrevista la historia de estos tres vestigios únicos en su tipo ya que fueron localizados en una de las partes más altas del volcán y dos fueron diseñados para personas zurdas.
“Los rituales celebrados en los volcanes no sólo incluían ofrendas de objetos materiales, también se consagraba la poesía religiosa y la música acompañada de cantos ya que la música aseguraba a los hombres un medio para comunicarse e intervenir ante una divinidad”, destaca el arqueólogo.
Los tres silbatos hallados son de barro, miden -de ancho y largo- cerca de 3 centímetros y provienen del glaciar El Pecho, sitio arqueológico situado a la mayor altitud registrada en Mesoamérica, ya que en su momento estuvo a una altura de 5 mil 232 metros sobre el nivel del mar.
–¿De qué año datan?
–El culto a las altas montañas florece alrededor del siglo X de nuestra era. Previamente, en el siglo IX ocurrieron grave sequías y eso implicó una disminución de cuerpos de agua en toda la franja del Eje Neovolcánico Transversal que abarca de Veracruz hasta Nayarit.
A partir del siglo X comenzó a llover más, entonces en la transición de sequías multianuales y el inicio de las lluvias es que encontramos un aumento de ofrendas a las deidades de los volcanes en parajes situados en altura superior de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Los prehispánicos construyeron templos sobre parajes a esa altitud que es donde termina el bosque denso de pino y comienzan los pastizales.
Murillo Soto señala que no se sabe con precisión si con estos silbatos se crearon melodías acompañadas de otros instrumentos musicales mientras las personas subían a los volcanes. En el caso de los hallados en la Iztaccíhuatl, se registraron teponaztles y flautas.
“En el contexto donde se encontraron también había fragmentos de flautas y se supone que con estos sonidos se podían entregar ofendas de autosacrificio ya que se menciona el registro de púas de maguey y navajillas de obsidiana, utensilios propios del autosacrificio”, destaca.
–¿Dónde se resguardan?
–Unos están en la colección del Club Alpino Mexicano, otros en el Museo Nacional de Antropología. En la década de los 80, un grupo de montañistas notificaron que habían encontrado objetos en los volcanes. Pero hay otros fragmentos que se reportan en una cueva llamada la Caluca, en la Iztaccíhuatl, cuevas que también drenan un manantial.
Los silbatos hallados en la Iztaccíhuatl tienen el aeroducto incompleto y roto, por lo que no puede funcionar acústicamente como en su estado original. El arqueólogo comenta que es posible que se rompieran para “matar su canto” o, quizá, se afectaron por estar en la intemperie.
“Los dos tonos básicos (de los silbatos) se obtienen operando el obturador lateral con el dedo pulgar, resulta significativo que dos resonadores presentan un orificio lateral en su extremo izquierdo; funcionalmente esto implica que fueron ergonómicamente diseñados para ser operados por zurdos, mientras que el otro resonador lo tiene en su extremo derecho”, expresa.
Murillo Soto indica que uno de los tlaloque (dioses de la lluvia y ayudantes de Tláloc) era Opochtli, a quien se le atribuían instrumentos para pescar y se le conocía como “el zurdo” o “izquierdo”.
–¿Se sabe si los silbatos estaban asociados a otros elementos?
–A un fragmento de escultura de una mujer, además de una flauta y fragmentos de platos y de cuencos, así como cerámica tolteca y de la época mexica.
Aunque aún es necesario realizar más estudios sobre los silbatos, en específico el sonido de aquellos encontrados en parajes de volcanes, el arqueólogo comenta que hasta el siglo XVI se siguieron ofrendando silbatos de barro.
Por ejemplo, en la Matlalcueye de Tlaxcala “se depositaron silbatos en una estructura de piedra cercana al cráter que actualmente conocemos como el Tlalocan, y en su cúspide se ofrendo un silbato con forma de mazorca”.