Son algunas de las reflexiones que externaron Chantal Couttolenc Domenge, hija de la artista, y Fernanda Muñoz Castillo, quienes presentan el libro “Yo, Domenge”, en el cual se revisa el legado de la artista con artículos de expertos y el apoyo de un grupo de profesionales que colaboraron en la edición.
¿La obra pública de Yvonne Domenge es una muestra de su responsabilidad social?
Fernanda Muñoz Castillo: Uno de los principales intereses de Yvonne fue que su obra fuera cercana al público, que la disfrutara y de ahí parte su necesidad de crear obra pública, porque para ella fue muy importante poder compartir sus piezas.
Dentro de su corpus plástico público, podemos destacar las obras en la colonia Buenos Aires, una en Cuernavaca que es la más grande: la Esfera Liverpool, además hay una en la UNAM sobre la pandemia del virus H1N1, seis muy importantes en un fraccionamiento de Puebla, y en otras ciudades como Monterrey y León. En el extranjero tiene piezas en Ginebra, Taiwán y en Estados Unidos: en Texas, Georgia, Houston, Michigan, San Francisco y Denver, por citar sólo algunas.
¿Para ella el arte era una forma de cambio?
Chantal Couttolenc: Para mi madre lo primordial era mostrar sus obras a las personas y que convivieran con éstas. Enseñarles sus inspiraciones basadas en la naturaleza y con esas esculturas monumentales quería sacarnos de la cotidianidad, aunque sea por un segundo, para recordarnos de qué estamos hechos y de qué estamos rodeados.
Por otro lado, también era importarte, dentro de lo posible, que el público pudiera interactuar con sus piezas: meterse dentro, escalarlas o acostarte…, porque Yvonne decía que sus piezas públicas las hacía primero para la gente y después para el espacio y la arquitectura que lo rodea.
¿Yvonne caminaba en el sentido de que el arte, educación y conocimiento deben estar para el beneficio de la sociedad?
Fernanda Muñoz Castillo: Ese fue uno de sus motivos y lo podemos ver claramente en su proyecto de la colonia Buenos Aires, y ahí muestra lo importante que fue para ella que el arte llegara a todas las personas. Creía firmemente en que a través del arte se podían, de alguna manera, redimir las personas y cambiar su forma de vivir, es decir, que el poder crear los ayudaba a que fueran más felices.
Esto lo exploró desde 1998 hasta el 2002 con el proyecto en la Buenos Aires, que hizo a través del apoyo del FONCA, y donde trabajó con la gente del lugar. Eso muestra el compromiso que tuvo con la sociedad y su interés por que la gente viviera mejor.
¿Este arte comunitario tiene parte de su origen en su maternidad y humanismo?
Chantal Couttolenc: Sí. Fue madre de cuatro hijos, una de ellas soy yo. Somos dos mujeres y dos hombres, los cuatro que ahora damos continuidad al legado de mi mamá. Y como dice, ella en primer lugar fue madre y muy entregada, no solamente al principio, sino a lo largo de toda su vida.
Y eso afianzó su creencia de que la educación es lo más importante, pero también de que no perdiéramos nunca la capacidad de asombro y respeto hacia la perfección y la belleza de la naturaleza.
Por otro lado, por su deseo de ser escultora, un sueño que ella nunca dejó de perseguir, para nosotros fue una gran enseñanza y para todos los jóvenes que la rodeaban. Ella siempre hablaba de estos temas, hay que perseguir lo que quieres, hay que trabajar para lo que quieres, hay que ser disciplinado, hay que ser entregado y rodéate del equipo necesario, de la gente que te ayude para cumplir todos los sueños.
Eso lo podemos ver en el proyecto de la Buenos Aires. Muchos de los participantes eran infelices, drogadictos, delincuentes y trabajadores sin una esperanza, pero el proyecto logró sacarlos de este círculo vicioso con el apoyo de Yvonne. Se convirtieron en artistas y cumplieron sueños.