Concepción Company Company y Cristina Rivera Garza coordinarán las jornadas “Violencia, mujer y género”, que se realizarán del 26 al 28 de noviembre en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX). A propósito de esta jornada, compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del libro Desigualdades: mujeres y sociedad (El Colegio Nacional, 2020), coordinado por Concepción Company Company, Liliana Manzanilla Naim y Rosa María Medina-Mora.
“Mujer y salud”
María Elena Medina-Mora
Es un honor introducir esta sección del libro que hace un recorrido por las condiciones especiales que afectan la salud de las mujeres. Se abordan aquí los determinantes que limitan su potencial para contribuir al desarrollo social: la desigualdad, el origen étnico y la violencia, ilustrados con el caso paradigmático de quienes padecen el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Rosario Cárdenas recurre al indicador de esperanza de vida al nacimiento para ejemplificar el rezago que tenemos como nación en el ámbito de la salud. Si bien, como ella lo plantea, se han observado ganancias y la esperanza de vida de las mujeres en México es superior a la alcanzada por Brasil, Colombia, Paraguay o Perú, aún es 4 veces inferior a la de Chile y 7 veces menor que la de Japón. La desigualdad es más marcada en los estados con mayor pobreza.
La mortalidad materna, otro indicador por excelencia, sigue siendo alta. No se alcanzó la meta planteada en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Es casi el doble de la observada en Uruguay y 10 veces superior a la reportada en Italia. A pesar de esto, no tiene asignado un presupuesto que permita implementar adecuaciones que reduzcan esta brecha. Entre las tareas pendientes, señala el embarazo a edades tempranas. Los programas de control natal no han logrado reducir la fecundidad. Plantea que la tarea más apremiante tiene que ver con el embarazo adolescente, pues en esta etapa el aceleramiento de la fecundidad es más visible.
Como bien lo establece la doctora Cárdenas, es indispensable garantizarles a estas mujeres el acceso a los servicios de salud reproductiva, adaptados a sus necesidades específicas. Guillermina Natera nos lleva a un recorrido por la vida de las mujeres de una zona indígena. Se trata de una población con doble marginación: por ser mujeres y por pertenecer a un grupo indígena, condición que se suma a la pobreza y la falta de acceso a servicios. En el grupo estudiado por Natera, el consumo excesivo de alcohol, hábito normalizado principalmente entre los hombres, es el principal detonante de la violencia contra la mujer. Comenta las vicisitudes para investigar un tema tabú considerado del ámbito privado, respecto al cual hay poca disposición al cambio: “a mí no me diga nada […] nosotros no podemos beber poco”, y rechazo a la intervención por temor al cambio: “no vaya a cambiar a mi mujercita”. La autora analiza los itinerarios mentales de las muje- res hacia su sanación, desde el reconocimiento del problema: “lo único que quería era morirme”; la decisión de salir adelante: “pensé mucho, muchas opciones”, “me atreví”; hasta la reconciliación con ellas mismas: “ahora quiero salir a trabajar”.
Desarrolla una intervención con siete itinerarios desde la crisis hasta el impacto en el ámbito comunitario, que toma en consideración los aspectos de la cultura y las necesidades de las mujeres. Hace visible y ofrece respuestas a un problema respecto al cual la familia no cuenta con mecanismos para enfrentarlo. Es, sin duda, un texto de esperanza que cambia un “no sé por qué me tocó” o “sus hermanos me dijeron que era mi responsabilidad” por un “ahora sí siento que puedo”. Queda el reto de llegar a las mujeres que no se incorporaron a la intervención y que al final del proyecto aún se sentían deprimidas y seguían siendo golpeadas y devaluadas.
Luciana Ramos profundiza en el tema de las mujeres víctimas de actos violentos, amenazas y coacción arbitraria de su libertad. Esta violencia puede ser ejercida por hombres desconocidos, pero también por familiares, parejas, exparejas, vecinos y conocidos. A su juicio —y coincido—, la violencia es una manifestación de las relaciones estructurales de desigualdad entre hombres y mujeres por medio de las cuales se perpetúa la sumisión de las mujeres.
En su texto, la doctora Ramos analiza la doble carga que padecen: como víctimas de violencia asociada a actos delictivos con intereses económicos y de poder subyacentes, y como víctimas de violencia de género en los ámbitos público y privado. Expone el aumento de homicidios, que en su mayoría no se resuelven, así como el incremento de la violencia delictiva, con pocos casos analizados en el sistema de justicia y con reducidas posibilidades de resolución, la violencia contra periodistas, las desapariciones, etc. Analiza los múltiples actores que participan en el problema y documenta cómo esto afecta a las mujeres.
También hace una reflexión importante sobre el feminicidio, la falta de estadísticas, la importancia de trabajar con una definición amplia que incorpore a todos los actores. La violencia sexual y la discriminación, así como su impacto en la salud —incluida la salud mental—, son también motivo de análisis. Propone estudiar la interrelación entre las diferentes formas de violencia, y revela la necesidad de desnormalizarla, recibir capacitación constante, abordar las manifestaciones en todas las etapas del ciclo vital y reconocer los propios prejuicios para evitar minimizarla o justificarla.
La infección por VIH ejemplifica las inequidades de género, revisadas en los primeros textos, que limitan la atención a las necesidades de las mujeres. El texto de Patricia Uribe visibiliza las diferencias entre hombres y mujeres, nos explica los orígenes, plantea las brechas que existen para que las mujeres reciban una adecuada prevención y tratamiento, y ofrece alternativas para las políticas públicas.
En la actualidad, esta epidemia es fundamentalmente masculina, lo que ha condicionado que las mayores acciones, guías y lineamientos estén dirigidos a los hombres, a pesar de que existen grandes diferencias en cómo se manifiesta y, por lo tanto, cuáles son las necesidades de las mujeres. Ellos tienen mayor escolaridad; ellas con más frecuencia son pobres, casadas con hijos y miembros de un grupo indígena. Por lo general, no tienen prácticas de riesgo —como sí sucede con los hombres— que faciliten tanto la identificación como la posibilidad de prevenir la infección y recibir un tratamiento de manera oportuna. La mayor parte de ellas se ha infectado por su pareja estable y recibe el diagnóstico tardíamente, cuando nace un hijo con la infección, muere su pareja o ella empieza a manifestar la sintomatología.
Debido a lo anterior, la doctora Uribe postula la necesidad de otorgar un tratamiento oportuno, continuo, integral y de calidad que responda a las necesidades de las mujeres, incluidas las personas trans; de modo que, por ejemplo, si una mujer está embarazada, el bebé nazca sin la infección. Es preciso atender las comorbilidades con la mujer en el centro, y me atrevería a añadir que también es urgente la búsqueda de estrategias más efectivas, basadas en el conocimiento de la cultura y el contexto de las mujeres en situaciones de riesgo, para promover el autocuidado y las habilidades para disminuirlo.
Agradezco a las doctoras Cárdenas, Natera, Ramos y Uribe por contribuir con sus excelentes trabajos, por compartir los resultados de sus investigaciones y el conocimiento que se genera por medio de ellas, que son herramientas para modificar las condiciones que aún limitan a la mujer y el desarrollo de la nación. Coincidimos con las voces de muchas mujeres y hombres que han identificado las grandes contribuciones de las mujeres al desarrollo, mediante su trabajo como prestadoras de servicios y promotoras de la salud de la familia y de la comunidad. Es clara la necesidad de eliminar las barreras que las limitan, de un cambio, tema que se aborda regularmente en nuestra institución.