Quince artesanas de la empresa J. Soares Joalheiros, dedicada a la fabricación de joyas, mantienen vivo el arte de la filigrana en Portugal, una técnica de orfebrería transmitida a lo largo de generaciones y practicada por mujeres que está desapareciendo en el país.
Sobre una de las mesas de trabajo que componen esta unidad productiva, situada en Gondomar -a las afueras de Oporto-, María Alice Macedo corta y une finísimos hilos de oro y plata con los que va “tejiendo” las distintas formas que compondrán la pieza final.
De 72 años, es una de las pocas orfebres en Portugal que hace la filigrana manualmente. Su madre le enseñó cuando era pequeña, porque es una labor que las mujeres aprendían en casa: “Nos juntábamos y la hacíamos con nuestras madres, abuelas, tías o vecinas. Era como hacer ganchillo”.
Mientras trenza pequeños caracoles con los hilos metálicos, una tarea que lleva horas, Macedo contó a EFE que le encanta su trabajo porque para ella es una afición, aunque resaltó que es necesario tener muy buena vista al ser un proceso “muy preciso”.
Por eso, ahora dedica unas tres o cuatro horas diarias, aunque durante muchos años tuvo una jornada laboral completa.
Cree que es “complicado” que esta técnica siga transmitiéndose de generación en generación y pone el ejemplo de su caso: “Yo tengo tres hijas, pero ninguna quiere aprender, no les gusta”.
Este oficio se está perdiendo y una de las razones es la precariedad laboral: las ‘enchedeiras’, nombre que reciben las mujeres que se dedican específicamente a hacer el revestimiento de estas piezas, no tienen buenos sueldos. Cobran por la cantidad de filigrana que elaboran y no por horas.
Así lo explicó a EFE José Adelino Soares, propietario y director de J. Soares Joalheiros, que destacó que “siempre ha sido un trabajo muy mal pagado” y, en la mayoría de los casos, sin contrato.
Soares subrayó que el trabajo de las ‘enchedeiras’ empezó a estar muy cotizado en los últimos años, porque solo hay 20 talleres en Portugal con filigrana certificada que cuentan con un documento emitido por un organismo público, acreditando que cada joya que sale de ellos ha sido fabricada con la técnica artesanal.
Para tratar de mantener esta tradición ancestral, que en Portugal comenzó a producirse durante el dominio musulmán, una joyería de Lisboa firmó un protocolo con esos talleres, que implica que a partir del próximo marzo se mejorará el salario de las artesanas.
La joyería do Carmo, ubicada en el centro lisboeta y con más de un siglo de historia, “acordó en octubre de 2022 que compraría toda nuestra producción”, aseguró el director de J. Soares Joalheiros.
Soares distinguió también la realizada en Portugal de la que se elabora en otras partes de Europa y trajo a colación el ejemplo español.
Aseguró que en zonas como Córdoba (España) se hace filigrana “inyectada” a través de moldes, lo que para él es “una imitación de la técnica original”, que se remonta a la época de los fenicios y que llegó a Europa con las rutas comerciales del Mediterráneo en el periodo de las civilizaciones griega y romana.
En su taller, sólo las estructuras se realizan a través de moldes, sobre las que se insertan los diseños que las artesanas elaboran y que han dado lugar a alrededor de 25 colecciones.
Estas combinaciones mezclan todo tipo de piedras preciosas, como diamantes, zafiros, esmeraldas o rubíes; pero el origen siempre está en las manos de las ‘enchedeiras’, que paciente y delicadamente confeccionan las siluetas.
Esa es la verdadera magia de la filigrana: “Cada artesana tiene una técnica distinta, por eso todo diseño es único”, remarcó Soares.