Cultura

Por Fabian Acosta Rico / UNIVA

España en la FIL: El habla castellana, legado de tiempos pasados y dispensadora de joyas literarias

FIL Jalisco (Paula V�zquez/FIL Guadalajara/Paula V�zquez)

Bien lo dijo el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein en su obra “Tractatus Logico-Philosophicus” (1921): “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Esta afirmación es sencilla, pero a la vez contundente: el lenguaje no solo me sirve para nominar o dar nombre a las cosas, los hechos y las acciones; también supedita y delimita mi capacidad para comprender y darle sentido a la realidad.

Mi mundo llega hasta donde mi entendimiento me lo permite y este, el entendimiento, trabaja con conceptos que mi lengua me dispensa. Sin palabras no hay pensamientos; en su economía y claridad, sin pensamientos precisos el mundo se nos escapa en su representación y comprensión.

Sin menospreciar a las lenguas nativas de los pueblos originarios de América, un inestimable presente o regalo que recibimos las naciones hispanoamericanas de la España de los Habsburgo fue, precisamente, la lengua castellana. Toda civilización, pueblo o nación necesita, para consolidarse cultural y socialmente, una lengua que sirva para transmitir las tradiciones que dan identidad; que codifique los conocimientos de los antepasados, que educan y permiten darle continuidad a la civilización. De la lengua depende la sobrevivencia civilizada de un pueblo.

Bien lo explicó el poeta mexicano Amado Nervo en su ensayo “El idioma español”: “Nuestra lengua es un océano sonoro, lleno de matices, de armonías, de sutiles vibraciones”. Otro poeta, el nicaragüense Rubén Darío, uno de los padres del modernismo literario con su libro “Azul”, también le prodiga generosas loas a la lengua castellana, considerándola símbolo de unidad y herramienta eficaz para la proyección de la cultura del mundo hispano. Entiéndase, por estas razones, que distintas fobias descalifican, que el hispanoamericano enuncia a la naturaleza y a los frutos del intelecto humano en castellano; en ese mismo idioma le reza a Dios y sueña con un mañana de grandeza y unidad iberoamericana.

Hispanistas de cuño como el filósofo mexicano José Vasconcelos le agradecieron a España el don de la lengua, la fe y la cultura que, a su entender, trajeron paz, unidad e identidad entre las naciones precolombinas. Estas afirmaciones, claro, las sostuvo desde su criollismo, que lo afirmaron como lo que fue y nunca negó un fiel devoto de la tradición colonial mexicana.

Y es que, sin darle torceduras a la historia, el castellano fue la lengua del conquistador, de Hernán Cortés y Pedro de Alvarado; pero también en ella predicaron y denunciaron, con tónicas humanistas católicas, un Bartolomé de las Casas y un Vasco de Quiroga. Sin la matriz lingüística que nos gestó como pueblo, no seríamos mexicanos; otro sería nuestro ethos y, con él, la idiosincrasia que nos distingue y singulariza ante el concierto de los pueblos.

Añeja es esta lengua, y no está por demás reparar en su historia. Remontándonos en el tiempo, en el siglo XIII, Alfonso X “El Sabio” hizo del castellano la lengua oficial de su reino y la usó para la redacción de importantes obras, reemplazando al latín como lengua principal en textos jurídicos, históricos y científicos. Será con su célebre código jurídico, “Las Siete Partidas”, que contribuyó a la estandarización del idioma.

España en la FIL. (NABIL QUINTERO/FIL Guadalajara / Nabil Quintero)

A la vuelta de los siglos, en el memorable 1492, Antonio de Nebrija publica la primera gramática formal del castellano. Su “Gramática de la lengua castellana” marcó un parteaguas por ser la primera gramática de una lengua romance, sirviendo a la maduración y robustecimiento lingüístico del castellano.

Toda lengua termina por consolidarse y popularizarse gracias a una insigne obra literaria que haya destacado por su originalidad y buena hechura estilística. Pocas alcanzan ese pináculo que las encumbra como representativas de una nación o cultura: “Fausto”, para Alemania; “La Divina Comedia”, para Italia; “Hamlet”, para Inglaterra; y, claro, para España, la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.

En estos días de Feria Internacional del Libro (FIL), qué bueno sería reencontrarnos con el ínclito caballero andante, azote de los molinos de viento, eterno enamorado de la sencilla campesina, idealizada en su locura al rango de noble dama, Dulcinea del Toboso. A este memorable personaje, el de la triste figura, lo encontramos siempre secundado por un picaresco e improvisado escudero, Sancho Panza, a quien le prometió una ínsula por sus servicios.

Festejemos con Cervantes, en honor a la lengua castellana, a Lope de Vega, con su “Fuente Ovejuna”; a Francisco de Quevedo, con “Los sueños”; a Luis de Góngora y sus “Soledades”; y a otros más contemporáneos como Ana María Matute y “Los hijos muertos”, Arturo Pérez-Reverte y su célebre novela “El capitán Alatriste”, y Javier Marías, de cuyo ingenio surgió “Corazón tan blanco”.

España ya ha estado presente en la FIL. En su edición del año 2000 también fue la invitada de honor. En aquella ocasión, España destacó por llevar a la Feria una delegación de escritores reconocidos, así como actividades culturales que incluyeron teatro, cine, música y exposiciones artísticas. También se subrayó la riqueza literaria del país y su influencia en el ámbito hispanohablante. Fue un momento clave para reafirmar los lazos culturales y lingüísticos entre España y América Latina.

En esta FIL nuevamente se reencuentran España y México; España y Jalisco; España y Guadalajara, unidas y fraternizadas por lazos históricos y culturales que los pasajeros vaivenes y desaguisados políticos no pueden vulnerar.

Bienvenida sea España a la Perla Tapatía, ciudad custodiada por la Minerva, helénica diosa de la sabiduría. Que ella inspire a conferencistas y expositores bajo el cobijo pletórico de las letras impresas.

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