“No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo”. Así comenzaba Paul Auster su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, en el que afirmaba que “el arte es inútil”, pero aseguraba que seguiría escribiendo hasta el día en que exhalara su último aliento.
Y eso fue justamente lo que hizo hasta su fallecimiento, el pasado 30 de abril, a los 77 años. Aunque en sus últimos días le fallaban las fuerzas, Auster fue capaz de escribir una larga carta a su nieto Miles, nacido el uno de enero de este año.
Lo hizo a mano, la forma en la que escribió todas sus obras, desde ‘La Trilogía de Nueva York’ a ‘Baumgartner’, su última novela, publicada en noviembre de 2023, y que Auster finalizó ya enfermo del cáncer que acabó con su vida el 30 de abril de este año.
Le habían diagnosticado la enfermedad en septiembre de 2022 pero su mujer, la también escritora Siri Hustvedt, lo anunció en marzo de 2023. Vivió poco menos de un año, pero le dio tiempo a cerrar su trayectoria con una reflexión sobre la vejez, la pérdida y la memoria, ‘Baumgartner’.
Un libro luminoso que escribió en medio del duelo y el dolor por la trágica pérdida de su hijo y de su nieta. Daniel Auster murió por sobredosis de drogas cuando se encontraba en libertad bajo fianza causado de homicidio involuntario de su hija de 10 meses, que falleció por ingestión de fentanilo y heroína.
Auster se refugió en la escritura y se centró en ‘Baumgartner’, su primera novela en seis años, desde ‘4 3 2 1’ (2017), que estuvo preseleccionada para el Man Booker Price, aunque sí había escrito varios ensayos.
Pero fue la ficción el género que le dio el reconocimiento de crítica y público, especialmente su trilogía neoyorquina, cuyos tres volúmenes publicó entre 1985 y 1987, ‘Leviatán’ (1992), ‘El libro de las ilusiones’ (2002), ‘Brooklyn Follies’ (2005) o ‘Sunset Park’ (2010).
La mayoría de sus historias se desarrollaban en su adorada Nueva York y es considerado como uno de los mejores retratistas de una ciudad inabarcable que él consiguió acercar a los lectores como si de un pueblo se tratara.
Aunque su obra era mucho más, como señaló su esposa en un reciente homenaje en Madrid, en el que reivindicó “la ambigüedad, los matices y la complejidad” en la obra de su marido.
“La obra de Paul inspiró adoración pero también furia”, dijo Hustvedt, que renegó de la etiqueta de “posmodernista” que muchos le colocaron a Auster.
Porque para Auster no se trataba de pertenecer a ningún movimiento ni de ser el espejo en el que se miraran autores jóvenes, para él se trataba simplemente de escribir, porque no podía hacer otra cosa, como dijo en numerosas ocasiones.
“Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra”, dijo Auster al recoger el Premio Príncipe de Asturias.
“Pero -agregó- no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?”.