Edgar Allan Poe nació en 1809 en Boston, Estados Unidos. Fue hijo de David Poe, un actor que abandonó sus estudios de la carrera de leyes, y Elizabeth Arnold, una actriz itinerante. La pareja se separó en 1811, poco después murieron, dejando huérfanos a sus tres hijos: William, Edgar y Rosalie.
La familia Allan adoptó a Edgar y le ofreció una educación destacada en Estados Unidos, Escocia e Inglaterra. Su adolescencia estuvo marcada por el descubrimiento de la poesía, amores platónicos y tensiones con su padrastro, John Allan, quien rechazó su vocación literaria. Estos conflictos lo llevaron a enlistarse en el ejército. En este período escribió su primer poemario: Tamerlán y otros poemas, publicado en 1827 bajo el seudónimo By a Bostonian.
En 1832 ganó notoriedad al recibir un premio por Manuscrito hallado en una botella. A pesar de su talento, su situación económica era precaria y, tras intentar sin éxito obtener ayuda de su padrastro, conoció a Thomas Willis White, director del periódico Southern Literary Messenger, en donde Poe publicó otros relatos, consolidándose como escritor y crítico literario, a pesar de su alcoholismo.
Además de sus logros en el género de horror, Poe fue un pionero del relato policial con la creación de C. Auguste Dupin, el célebre detective de Los crímenes de la calle Morgue, obra que precedió a otros famosos detectives de la literatura, como Sherlock Holmes. Poe mostró esfuerzo para sobresalir en el mundo literario, dejando una profunda huella en la literatura estadounidense y mundial. Poe murió a los 40 años rodeado de circunstancias misteriosas, lo que acrecentó la leyenda en torno a su figura.
POE EN MÉXICO
La literatura de Poe llegó a México a mediados de siglo XIX, cuando Ignacio Mariscal tradujo al español, en 1867, El cuervo durante su misión diplomática en Washington. Para 1880, cuando la Ciudad de México se iluminó con las primeras luces eléctricas, la obra de Poe ya se había asimilado completamente, narró Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional, en su conferencia “Edgar Allan Poe entre nosotros”, que dictó en esta institución en 2020 y que se encuentra disponible en YouTube https://www.youtube.com/live/AkSJYNkcP_w?si=h6iaIEOMrC67n-5K.
Para Quirarte, traducir la obra de Poe significó todo un lujo, pues “era un homenaje en un momento de nuestra historia en que estaba a punto de terminar el discurso de las armas para dar paso al discurso de las letras”. Hay que recordar que por aquellos años (1867), México vivía las consecuencias de la Guerra de Reforma y de la Intervención francesa. En ese contexto, Historias extraordinarias y el cuento de “La pipa del amontillado”, figuraban ya en los diarios de La Colonia Española y El Siglo Diez y Nueve.
Influencia a los ojos
En 1869, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) publicó en El Renacimiento una traducción de El cuervo. En 1900, esta versión se reeditó en La Revista Moderna. Quirarte sostiene que “el número está acompañado de cinco ilustraciones del gran Julio Ruelas (1870-1907), cuyos paralelos con el universo de Poe darían pie a un ensayo íntegro”, pues la atmósfera sombría y melancólica de El cuervo resuena con la obra del ilustrador zacatecano, cuyas imágenes evocan la misma oscuridad y angustia psicológica que caracterizan el relato.
En la conferencia que formo parte del ciclo “Fantasmas bajo la luz eléctrica”, el colegiado señaló que, entre la influencia de Poe en artistas mexicanos de final del siglo XIX, cuyo eje central es la violencia, está el caso de Bernardo Couto Castillo (1880 -1901), también fundador de La Revista Moderna. Para él, en “Rojo y blanco” se distingue a Poe mediante la culpabilidad, la paranoia y el deterioro mental de los personajes, atrapados en un mundo de emociones extremas y dilemas morales, pues el relato “es una de las mejores prosas del modernismo y una de las más logradas adaptaciones de un satanismo no gratuito. El personaje de Couto hace del asesinato una de las bellas artes para escapar de la mediocridad de la vida cotidiana: su objetivo es poseer el cuerpo femenino más allá de la vida”.
EL MISTERIO
Para Quirarte, existe una similitud entre Poe y Jorge Cuesta (1903-1942), quien falleció casi un siglo después que el escritor estadounidense. Para el colegiado, ambos vivieron intensamente sus vidas de cuatro décadas, como mentes brillantes que, aunque lucidas, fueron marcadas por el alcoholismo y la locura. Sus destinos estuvieron marcados por la tragedia: abandono, mutilación, alucinaciones y suicidio. A pesar de ello, y más que su trágica atracción legendaria, ambos pasaron a la historia como fundadores y revolucionarios, desafiando las obras de sus predecesores y contemporáneos al reformular el papel del escritor y la escritura misma.
El aura de suspenso alrededor de Poe atrapó a figuras de la literatura en español, no solo con la influencia visiblemente notoria dentro de las obras, sino que también cautivó de una manera personal y cercana. Quirarte recuerda a Justo Sierra (1848-1912) como uno de los escritores que se propusieron encontrar la tumba de Poe en Baltimore. Viajó a la ciudad en 1895, pero no tuvo éxito. Caso contrario a Federico García Lorca (1898-1936), quien logró conocer la tumba y escribir al respecto en su diario, fechando el suceso en febrero de 1905.
Por su parte, el colegiado recordó con aprecio a Poe con una carta, cuya lectura realizó por primera vez el 4 de marzo de 2020 en el Aula Mayor de El Colegio Nacional, y de la que a continuación presentamos un breve fragmento:
Maestro Allan Poe, domicilio conocido:
Las cosas en las que fue su mundo han cambiado, pero aún permanece la barbarie del que todo lo quiere sin importar los medios. A ningún muerto le importa saber que vive en la memoria de quienes le sobreviven, pero, desde donde usted se encuentre, debe sonreír satisfecho por haber escrito El extraño caso del señor Valdemar. Como el, nos habla desde un dominio que nuestras limitaciones nos obligan a llamar “más allá”. Usted lo supo mejor que nadie, ser escritor es una victoria formada por una suma de fracasos [...]. Se atrevió escribir historias incomprensibles, ambiguas, laberínticas, cuyos lectores aun no nacían. Ahora las cosas son distintas. Y usted tiene que ver con todo y con todos[...]. Usted no tuvo hijos, pero su gen y su fecundidad pusieron la semilla de la que surgió una dinastía de descastados [...]. Horacio Quiroga, poseído por la fiebre diurna que azuzó a los errores de Arthur Gordon Pym [...], Jorge Luis Borges, amante de los laberintos y la limpieza matemática de la prosa, nos enseñó a entrar con más cuidado en senderos de lo que usted fue pionero[...]. El detective sigue siendo, por fortuna, un hombre común, víctima de sus iluminaciones y desastre. La literatura, tal y como usted la concibió, sigue siendo un juego de inteligencia, de pasión domada [...]. Quien nace para vidente intuye lo que vendrá, no obstante, la imprecisión y vaguedad de las formas. Usted sabía todo esto. De ahí la ambigüedad de esa semisonrisa que lo caracteriza en la mayor parte de sus retratos. Usted, Edgar Allan Poe, es cada vez más joven. Si vuelve a morir será por nuestra incapacidad para seguir mirando los fulgores de su insurgente diamante. Lo afirman los más autorizados académicos, lo comprueba el niño que, en mitad de la noche, descubre que en su ropero se congregan los terrores del primer hombre, ese que en el cielo descubrió su miedo y con ello supo que, a pesar de todo, vivir es una aventura incomparable