Este 19 de marzo se cumplen 70 años de la primera edición de la novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Ese día llega a las librerías para su venta e inicia el viaje que la lleva a la cumbre de la literatura mundial por su grandeza literaria y, al mismo tiempo, como explicó Gabriel García Márquez, por ser un libro que “genera el mismo asombro como si lo leyeras por primera vez, aunque estés en la tercera, cuarta… lectura”.
Ahora que se cumplen siete décadas de que ese universo rulfiano vuela las cabezas de los lectores, donde le tiempo y la muerte se fusionan para coexistir, Juan José Bremer, amigo cercano de Rulfo, cuenta cómo era el también autor del libro: “El llano en llamas”, del homenaje nacional que recibió en 1980 y de su gran pasión: la música.
En entrevista, el diplomático, escritor y ex director del Inbal recuerda que la música era esencial para Rulfo. “Escuchaba con gusto cuatro o cinco horas al día sus discos de música Antigua, o de los periodos Medieval, del Renacimiento, Barroco y Romanticismo”.
Lo anterior, añade Juan José Bremer, “me permite asociar la literatura con la música y decir que a Rulfo le gustaban mucho los réquiems, quizás porque tenía una gran capacidad de hablar con los muertos”.
¿Cómo fue el homenaje a Juan Rulfo?
Al asumir la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1976, uno de los ejes era brindar Homenaje Nacional a nuestras grandes personalidades de la cultura en literatura, pintura, música, escultura… porque con sus contribuciones ayudaron a conformar nuestra identidad nacional.
El primero en recibirlo fue Diego Rivera; el segundo José Clemente Orozco; el tercero Carlos Chávez y el siguiente fue Juan Rulfo, el escritor fundamental de nuestra cultura.
Tuve el privilegio de tener una amistad cercana con Juan. Era un hombre sencillo, aparentemente tímido, de refinada cortesía, vestido siempre de manera elegante y de forma esmerada y, a diferencia de otros grandes escritores, él no creía en la publicidad ni en la fama, pero sí en la obra, no le gustaba rodearse de gente y sólo iba a reuniones que consideraba indispensables.
En esas reuniones, a Rulfo había que buscarlo en una esquina, no donde estaban las grandes luces y nunca al frente del escenario. Al mismo tiempo, fue un hombre de gran cultura, modesto en el sentido que no la expresaba abiertamente y había que hablar con él para extraerle lo que sabía de literatura, de pintura o música. Tenía una vocación musical extraordinaria, que no todos los escritores que traté tenían.
Por esto, fue un gran conocedor de música clásica, de la literatura antigua y moderna desde el Siglo de Oro Español en adelante. Lo anterior, lo hacía una gran compañía, un gran amigo y hombre muy ligado a nuestro país y sus raíces culturales.
También fue coleccionista de libros y los que ya no quería releer, o no le habían gustado, los regalaba. Él decía que los regalaba a la Secundaria de Tepoztlán, luego a la de Tonaya, según me contó Fernando Benítez.
EL HOMENAJE
Juan José Bremer cuenta que el homenaje convocó a quienes eran muy cercanos a Juan y ellos generosamente aportaron su colaboración de varias maneras: una, fue participar en la publicación de un libro con 100 fotografías que Juan tomó, la mayor parte, en los años 50, y en el cual aparecen paisajes y posibles personajes de “El llano en llamas” y ‘Pedro Páramo’, aunque en realidad en ‘Pedro Páramo’ los personajes son fantasmales porque la historia está contada desde la muerte. En el libro colaboraron Ricardo Martínez, Vicente Rojo, José Luis Cuevas y la fotógrafa de Daisy Ascher.
También en el libro hay una entrevista de Fernando Benítez a Rulfo y textos de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis. Por su parte, José Emilio Pacheco, con un poema, y Elena Poniatowska.
Y en el Palacio de Bellas Artes, agrega, presentamos una exposición preparada por Fernando Gamboa y la Orquesta Sinfónica Nacional estrenó una obra que “le encargué a Blas Galindo. Paralelamente las casas de cultura asociadas al INBA, en todo el país, se unieron a este reconocimiento a través de sus propios programas literarios”.
En este punto, Juan José Bremer hace una digresión y luego dice: “Le voy a comentar tres textos de este libro. Uno, de Carlos Fuentes, quien dice que esta novela se presenta como un elemento clásico del mito, la búsqueda del padre. Juan Preciado el hijo de Pedro Páramo, que llega a Comala, como Telémaco busca Ulises. Hay un arriero llamado Abundio, el Caronte que le ayuda a cruzar un río de polvo, la manera de entrar a Pedro Páramo”.
Y en lo que toca al Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, muy cercano a Rulfo y a mí en ese tiempo, añade Bremer, él tituló su texto como Breves nostalgias sobre Juan Rulfo, y dice: “El descubrimiento de Juan Rulfo, como el de Franz Kafka, será sin duda un capítulo esencial de mis memorias…, y el escrutinio a fondo de la obra de Rulfo, me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros y por eso me era imposible escribir sobre él, sin que todo esto se pareciera sobre mí mismo y, ahora que he vuelto a releerlo completo para escribir estas Breves nostalgias, he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro, de la primera vez”. Esa es otra visión de otro gran escritor, para decir cómo Rulfo es tan importante, añade Bremer.
Y Carlos Monsiváis señala que Juan Rulfo fue un intérprete absolutamente confiable, de la lógica íntima, los modos de ser, el sentido idiomático, la poesía secreta y pública de los pueblos y las comunidades campesinas, mantenidas en la marginalidad y en el olvido. Entonces, Rulfo toca todas estas fibras, desde el gran chispazo de la creación, hasta el sumergirse en el mundo de los muertos de un pueblo fantasmal, que han buscado muchos críticos y analistas, dónde está, y no está más que en la imaginación de Juan, y en todo lo que vivió en su infancia y en su juventud, que lo llevó a este maravilloso y asombroso acto de creación, añade Juan José Bremer.
Pero además hay un verso de José Emilio que dice: Somos como terrones endurecidos, somos la viva imagen del desconsuelo. ¿Qué tierra es esta? ¿En dónde estamos? Todos se van de aquí, sólo se quedan los puros viejos, las mujeres solas. Aquí vivimos, aquí dejamos nuestras vidas.
Esto es exactamente “Pedro Páramo”, donde los muertos pesan más que los vivos y por eso García Márquez dice que leer la novela “es siempre el asombro de la primera vez, aunque ya lo haya leído tres o cuatro o cinco veces, agrega Bremer.
Entre los escritores actuales, dice, leí notas de Alessandro Baricco, de Ian McEwan, de Paul Auster que hablan de “Pedro Páramo” como la gran novela de la historia.
¿Esos comentarios son tan certeros que vivifican la obra de Rulfo, en especial Pedro Páramo que cumple 70 años de haberse editado?
Sí, y ahora que se cumplen 70 años de “Pedro Páramo”, tenemos que recordar la enorme contribución que dio Rulfo a la cultura nacional y su proyección dentro de nosotros mismos y el extranjero. Es uno de los libros más leídos en el mundo de habla hispana. No hay universidad en América Latina, en España, en Estados Unidos especializada en literatura, que no tenga como libro clave a “Pedro Páramo”.
Seguirá siendo el libro de texto en nuestras escuelas, hasta el futuro más lejano que podamos imaginar. Y cuando leemos o releemos “Pedro Páramo”, o al “Llano en llamas”, nos estaremos asomando a la entraña de México. Por eso su homenaje nacional en septiembre de 1980, proyectó a este hombre que se escondía en las luces, este hombre que en las recepciones se iba a la esquina, a este hombre que no ostentaba nada, ni su conocimiento.
Para cerrar el homenaje, agrega, se la sinfonía que se estrenó en el Palacio de Bellas Artes mostraba esa grandeza de Rulfo. “Con esto vuelvo a la música y te digo que pocos autores que me ha tocado tratar, él oía cuatro horas diarias música, y cuando escribía artículos o cosas de su trabajo, oía música siempre. No podía vivir sin la música”.
¿Cuáles eran sus obras preferidas?
Yo diría la música Antigua, Medieval, del Renacimiento, del Barroco y Romanticismo: desde el gregoriano a la música del gótico, de la que coincide con la construcción de las catedrales hasta Monteverdi. Eso lo compartimos y nutrió mucho nuestra amistad.
Y le gustaban las misas y los réquiems. Y yo agregaría: muy especialmente los réquiems, por la capacidad de él para hablar con los muertos. Eso es un juicio mío.