![](https://lacronicadehoy-lacronicadehoy-prod.web.arc-cdn.net/resizer/v2/OQQKWIXZP5H6NPOSVGGASC4QVA.jpg?auth=f349dfa700d23eb201d607c239337d3531593e8a17e6fda5e387633079d7dbf2&width=800&height=571)
El próximo miércoles 29 de enero, a las 18:00 horas, concluirán los #MiércolesDeGramática de El Colegio Nacional con la conferencia “Dialectalización e identidad cultural: El español de México”, parte del ciclo Una travesía por el español americano, coordinado por la colegiada Concepción Company. Para conmemorar este cierre, compartimos fragmentos de la introducción del libro Hablar y vivir en América (COLNAL-UNAM, 2023), obra coordinada por la destacada lingüista.
Zarpando...
INTRODUCCIÓN
Concepción Company Company
El subcontinente americano que constituye la actual Hispanoamérica tiene dos características que lo hacen único en el planeta Tierra, en cuanto a su geografía y a su historia. La protagonista de tal exclusividad es la lengua española.
Por un lado, Hispanoamérica constituye la mayor vastedad geográfica de nuestro planeta en que un ser humano puede desplazarse sin cambiar de lengua materna y caminando. Puede cambiar de país, puede comunicarse con otros muchos seres humanos, puede intercambiar puntos de vista y modos de ver el mundo, puede solucionar el día a día cotidiano, puede, en definitiva, vivir usando siempre la misma lengua, es decir, empleando un único patrimonio esencial, inherente e identitario, que es la lengua española. A través de 16 países, que integran la parte continental no insular de Hispanoamérica, a lo ancho de algo más de 12 millones de kilómetros cuadrados —sin contar Belice, Brasil ni las Guyanas, claro está— y a lo largo de poco más de 11 700 km en línea recta, desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego, una persona hispanohablante nativa puede atravesar fronteras políticas y administrativas, puede comunicarse y hacer su vida diaria usando siempre la misma lengua: el español. Tal situación no se repite en ninguna otra área del planeta. Por otro lado, en condiciones exógenas normales, incluso en condiciones de conquista, es sabido que es casi imposible establecer cuándo se crea una lengua. Para el español americano, en cambio, sí es posible datar el inicio con total precisión, en año, día, mes y hora. El español de este continente inició la segunda semana del mes de octubre de 1492 cuando todavía no amanecía, a partir de que Cristóbal Colón y sus hombres tocaran tierra en una de las islas de las Antillas, en el mar Caribe —muy posiblemente la isla Guanahaní, en el actual archipiélago de las Bahamas, llamada por Colón San Salvador—, y tuvieran los primeros contactos con los pobladores naturales de este continente.
Este libro trata de la lengua española en América, de cómo llegó a través del mar y de cómo éste, junto con los barcos que hacían la travesía a América, configuró nuestros modos de hablar. Trata de cómo el español, solo o, las más de las veces, en contacto con numerosas lenguas amerindias, fue vehículo de comunicación de grandes contingentes humanos, hispanohablantes nativos y también no hispanohablantes, que construyeron sociedades, culturas y modos de entender el mundo, en suma, la vida toda, en lengua española y normaron su vida mediante ella. Hablar, como ya se sabe, es una actividad transversal y transdisciplinaria que permea y construye la vida diaria de cualquier ser humano. De los muchos modos de ejercer esa actividad transversal en este continente, de hablar y de vivir en América, se ocupan los capítulos de este libro.
Para acercarse y entender mejor esta obra es oportuno comentar dos hechos generales de tal actividad transversal cotidiana que dieron identidad a la lengua española en América, a la cultura con ella creada y a la sociedad en ella soportada: contactos y nivelaciones lingüísticas, aquéllos y éstas con ángulos múltiples, diversos y complejos. En cuanto al primer hecho, hay que enfatizar que el estado natural de los seres humanos es el contacto y que, cosa sabida, éste puede, y suele, devenir en recíproco enriquecimiento lingüístico y conceptual de las personas que lo experimentan, bien porque el ser humano se apropia de nuevos referentes a los que hay que dar nombre, bien porque resignifica referentes ya conocidos, esto es, aparecen en su mundo nuevas conceptualizaciones gracias al contacto. Cosa sabida también es que toda lengua, sea cual sea su número de hablantes y sean cuales sean sus coordenadas geográficas, experienciales o conceptuales, es autosuficiente para expresar el mundo que le es pertinente. La autosuficiencia cognitiva parece entrar en conflicto con la naturalidad del contacto, pero no es así porque casi siempre los resultados de éste terminan por formar parte integral de las coordenadas vivenciales del otro. El contacto es inherente a la vida de todo ser humano.
Las convergencias y los trasvases culturales y comunicativos resultantes del contacto introducen nuevas realidades y conceptos en los grupos humanos, de manera que en las respectivas lenguas y sociedades usuarias se produce un enriquecimiento, sea porque se incorporan nuevas voces para nombrar la nueva realidad o renombrar realidades parecidas, en forma de préstamos y de calcos léxicos, sea porque se suscitan, aunque con menor frecuencia, modificaciones morfosintácticas en las lenguas en contacto, o también, dentro de la misma lengua, en las variedades que entran en contacto, sea porque, con mucha frecuencia, se generan nuevos hábitos de pronunciación, sea porque, por lo general, se abre la puerta a nuevos modos de entender y apropiarse del mundo, ya que el contacto obliga a un mejor entendimiento de la otredad y resulta en una mayor tolerancia hacia el otro.
En el caso del español arribado a América, éste experimentó un enorme enriquecimiento mediante múltiples contactos. El fundamental, prolongado hasta la fecha, fue resultado de la compleja convivencia entre españoles e indígenas originarios de muy distintas etnias amerindias, el cual dio lugar a un profundo mestizaje léxico hispano-amerindio en muchos países americanos. Pero también hubo un contacto constante y complejo desde las primeras travesías transatlánticas porque, ya en los barcos mismos, debieron convivir en estrecha intimidad pobladores de muy distintas procedencias geográficas de la península ibérica, españoles que hablaban variedades dialectales de castellano bien diferenciadas ya en el momento de su arribo a este continente; es decir, hubo contactos entre andaluces, extremeños y castellanos propiamente, además de con hablantes de otros dialectos peninsulares, así como contactos entre peninsulares de lengua castellana y peninsulares de otras lenguas iberorromances, como el portugués, el gallego o el catalán, así como entre españoles y europeos no españoles, todos ellos, a su vez, en contacto y convergencia comunicativa con muy diferentes pueblos amerindios. En suma, se trata de contactos multidireccionales en un complejo entramado y superposición: de lenguas amerindias a español; de lenguas amerindias a otras lenguas, vía el español las más de las veces; de español a lenguas amerindias; de otras lenguas no americanas, fundamentalmente europeas, a lenguas amerindias; de otras lenguas no americanas, europeas en su mayoría, a español, etcétera.
[...]
Los más de quinientos años de profundidad histórica del español en América dieron lugar, por supuesto, a numerosas transformaciones internas, que han generado muy diversas variantes americanas, bien diferenciadas entre sí y notablemente diferenciadas del español europeo. No obstante, son muchas más las continuidades que las discontinuidades en el español americano, de manera que son muchos más los fenómenos lingüísticos que compartimos los casi quinientos millones de hispanohablantes americanos que aquellos en los que diferimos...
![](https://lacronicadehoy-lacronicadehoy-prod.web.arc-cdn.net/resizer/v2/I4ROAA5DY5CNPDDMVNR6JJ3FIQ.jpg?auth=8f3f9fe59f39fad21ec577e7b2aacfa4578869fe5f52e54da17c789a45dd0e44&width=800&height=949)