Cultura

Con motivo de la inauguración del ciclo Táctil, a cargo de la escritora, El Colegio Nacional nos comparte un fragmento de su lección inaugural

“Escribir con el presente: archivos, fronteras y cuerpos”, de Cristina Rivera Garza

Cristina Rivera Garza Cristina Rivera Garza obtuvo el Premio Pulitzer en 2024. (ECN)

Un poco después de 1901, una pareja de campesinos sin tierra emprendió la caminata desde el altiplano potosino hasta el norte de Coahuila, donde esperaban encontrar empleo en las minas de carbón entre Barroterán y Nueva Rosita, cerca de la frontera con Estados Unidos. Se dejaron guiar por las vías del tren, que desde 1888 pasaban ya junto a Venado, y por los rumores que se abalanzaban desde los caminos de tierra y se metían con el viento hasta sus casas: allá sí hay para comer, siempre hay trabajo, la paga es buena. Los nombres de esa pareja de migrantes, que ahora podríamos denominar refugiados climáticos, eran José María Rivera Doñez y María Asunción Vásques, mis abuelos paternos.

Empiezo a hablar del presente con una historia muy vieja, tal vez porque el pasado nunca se va del todo o porque el presente también es esta vasta acumulación material de experiencias humanas y no humanas en un tiempo profundo que se extiende hacia el pasado y también hacia el futuro.

No es una idea nueva y la han experimentado otros con gran acierto y más valentía, visitando el pasado y avizorando el futuro, y mientras tanto complicando las historias oficiales donde los migrantes y las mujeres brillan por su ausencia o son reducidos a caricaturas de sí mismos.

Todos estos años después de haber llevado a cabo la investigación que resultó en la escritura y eventual publicación de Autobiografía del algodón, el libro en el que primero exploré estos sucesos, todavía dudo, todavía tengo que hacer una pausa y poner todo en cuestión.3 Pero ¿realmente fue así? ¿Estoy haciendo honor a la verdad u honor a la ficción, o deshonro a ambas, cuando produzco una escena de la que no fui parte y que reconstruyo a cuentagotas, laboriosamente, muy cerca del trabajo meticuloso de investigadores y archivistas, gracias a la existencia de documentos añejos, y tan cerca también de la imaginación?

Estas preguntas me han atareado y me han puesto simultáneamente en alerta por años enteros. A todas ellas, de una u otra manera, he respondido con un sonoro sí en Había mucha neblina o humo o no sé qué, Autobiografía del algodón y El invencible verano de Liliana, libros que he publicado en lo que llevamos del siglo xxi y que oscilan entre la ficción y la no ficción, valiéndose de la investigación de campo y la investigación de archivo, de la entrevista y la reescritura, para aproximarse lo más posible a experiencias de acumulación y de justicia que, más que estar a punto de difuminarse, han quedado sedimentadas, materialmente, en las capas de tierra y en las capas de la atmósfera que me alientan a manifestarlas como preguntas en primer lugar.

Los archivos incompletos

José Revueltas tenía apenas diecinueve años cuando llegó, a caballo, hasta Estación Camarón, un poblado que quedaba a unos quince kilómetros de la frontera con Estados Unidos y donde había estallado una huelga que amenazaba la producción algodonera de toda la región.

Pronto, en las cartas que escribió a su familia, compartió sus andanzas en bailes y comidas, así como su febril entusiasmo por una movilización de trabajadores agrícolas que ponía en jaque al Sistema de Riego Número 4 y los bancos ejidales que “refaccionaban” a los agricultores, abriendo la posibilidad de un cambio radical.

Con base en esas notas y en los recuerdos de la persecución de la que tanto él como sus amigos comunistas fueron objeto —una persecución que llevó al escritor por cárceles de Tamaulipas y Nuevo León, hasta terminar en el penal de las islas Marías—, Revueltas compuso Los muros de agua, su primera novela, en 1941, y El luto humano, publicada dos años más tarde, en 1943.

Los telegramas en los que quedó asentada la comunicación entre autoridades locales y estatales mientras se organizaban para responder a lo que consideraban como “amenaza comunista” constituyen una prueba fehaciente no sólo de la presencia de Revueltas en el área, sino también de la existencia misma de una huelga que, aunque según los activistas conminó a unos 5 000 trabajadores agrícolas, no aparece en los registros oficiales ahora albergados en distintos archivos de la región.

Traigo a colación El luto humano aquí, pues, no sólo porque en este texto se registra la presencia de Revueltas en los campos de algodón donde, quiero creerlo así, se encontró con mis abuelos paternos y maternos que se asentaron ahí hasta 1937, sino también y sobre todo porque su participación personal en la huelga Ferrara incitó, ¿debería decir provocó?, un experimento literario que resulta especialmente significativo para las lecturas de hoy.

Leída como una operación literaria en la que la ficción y la no ficción cumplen funciones igualmente cruciales, y en la que la ubicación, es decir, la pertenencia humana y no humana a una tierra radicalmente compartida constituye una “cuestión ardiente”, El luto humano es menos política por la ideología de su autor en cuanto militante comunista, y más por la red de relaciones materiales que expone y problematiza en grados de absoluta concreción.

Esta exploración profunda de la ubicación como pertenencia, o de la política de la huella, tiene, por otra parte, la virtud de introducir la novela en el marco de la historia de la literatura norteña, aún más: fronteriza, dentro del canon mexicano.

No sería descabellado considerar entonces El luto humano como un ejemplo de las textualidades que, al decir del crítico catalán Jorge Carrión, han ido generando el interés por y el contacto con el astro geología, una disciplina que, por cierto, no era extraña a ese joven José Revueltas que albergaba la ilusión brutal de escribir una historia material del mundo.

Los archivos de la tierra del en-medio

Al comienzo de Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, el libro que transformó la manera en que investigábamos, e incluso concebíamos, la frontera entre México y Estados Unidos, la autora chicana Gloria Anzaldúa cuenta cómo, al igual que les aconteció a mis abuelos paternos, una sequía afectó radicalmente la historia migratoria de su núcleo familiar a principios del siglo xx.

La desposesión, narra Anzaldúa, fue social y no sólo personal, al ocurrir de manera paralela a la creciente violencia, que incluía tanto persecuciones como los linchamientos de mexicoamericanos y chicanos que se sucedieron consuetudinariamente de California a Texas desde 1848, después del Tratado de Guadalupe, hasta inicios del siglo xx.

Como la vida de tantas familias fronterizas, la historia de los Anzaldúa estuvo íntimamente ligada a los vaivenes del algodón, y fue ahí precisamente, en un campo de algodón, mientras ella “was chopping cotton”, donde la joven Gloria Anzaldúa tuvo su primer encuentro con la mordida de la serpiente de la que, en su propia genealogía espiritual, provino su fuerza, su sentido de pertenencia y, en conjunto, su cambiante identidad física y cultural.

El libro también intercalaba párrafos y versos libremente, citas de la alta teoría y pedazos de corridos o dichos, ofreciendo una serie de recuentos históricos, ensayos académicos, textos autobiográficos, así como reflexiones lingüísticas y apartados terapéuticos que, yuxtapuestos unos contra otros, en constante y ardua interacción, no se limitaban a explorar el tema de la frontera, sino que la encarnaban propiamente en el lenguaje mismo.

Desde el inicio, pues, Borderlands fue menos un texto sobre la frontera y más un libro fronterizo en toda la extensión de la palabra. Se trata, sin duda, de un claro ejemplo de lo que he venido llamando escrituras colindantes: aquellas que utilizan estrategias asociadas a un género literario para interrogar, o de plano hacer explotar, los confines de otro.

La justicia. Se trata, incluso y también, de un ejemplo de las escrituras que he denominado geológicas debido al esfuerzo crítico y eminentemente material por identificar y examinar las capas de experiencia que se han superpuesto una sobre otra bajo nuestros pies o una sobre otra en el aire que respiramos hasta dar la apariencia de ser el orden natural de las cosas.

Para cuestionar el pasado en cuanto pasado, para identificar lo que de pasado hay en el presente, e incluso en el futuro, utilizo, como Yusoff misma, el término desedimentación en cuanto operación crítica.

Tal vez por eso no es tan extraño que la academia estadounidense le haya otorgado un doctorado a Anzaldúa sólo después de su muerte, y que la crítica tanto local como mundial se comportara con algo de reticencia y otro tanto de suspicacia ante sus múltiples retos estéticos y políticos.

Pero Borderlands se hizo de un público propio y leal entre feministas y migrantes, tránsfugas y activistas y demás lectores atentos, y a la larga se colocó en las inmediaciones de una tradición de creatividad bilingüe (o multilingüe) que, hasta el día de hoy, siguegenerando “literatura latinoamericana” desde Estados Unidos, a veces con textos escritos en español y, a veces también, en inglés.

A la manera de Revueltas, Borderlands se inicia descifrando la relevancia histórica y política, siempre mutante pero estructural, de una ubicación —que es a la vez material y espiritual— muy precisa.

Cartelera de ECN Cartelera de ECN

Lo más relevante en México