La poesía, a lo largo de la historia, ha sido una herramienta poderosa para la denuncia, el testimonio y la resistencia. En sociedades atravesadas por la violencia, la desigualdad y la injusticia, los poetas han utilizado sus palabras como un eco que resuena más allá de las estructuras de poder, dando voz a quienes han sido silenciados.
Dos obras contemporáneas que encarnan esta vocación son El libro centroamericano de los muertos de Balam Rodrigo y Antígona González de Sara Uribe. Ambas exploran, desde perspectivas distintas pero complementarias, las heridas profundas que atraviesan a México y Centroamérica.
El libro centroamericano de los muertos: Un testimonio de las rutas del sufrimiento
En El libro centroamericano de los muertos, Balam Rodrigo construye un mosaico poético que documenta las tragedias vividas por migrantes que atraviesan México en busca de un futuro mejor. La obra se erige como un memorial para las personas desaparecidas, asesinadas o despojadas de su dignidad en un trayecto plagado de peligros y deshumanización.
Rodrigo utiliza un lenguaje crudo pero profundamente humano, creando imágenes que oscilan entre la belleza poética y la brutalidad de la realidad. Sus versos no solo narran historias individuales, sino que también interpelan a la sociedad entera, obligándola a mirar de frente las consecuencias de la indiferencia y la violencia sistémica. Este “libro de los muertos” se convierte en un acto de memoria colectiva, un espacio donde las víctimas recuperan su nombre y su historia.

Antígona González: La búsqueda incansable de los desaparecidos
Por su parte, Antígona González de Sara Uribe parte del mito clásico de Antígona para abordar la realidad de las desapariciones en México. La protagonista, Antígona, busca el cuerpo de su hermano desaparecido, una búsqueda que la conecta con miles de familias mexicanas que han vivido el mismo dolor. Uribe mezcla fragmentos de testimonios reales con reflexiones personales y referencias literarias, creando una obra que trasciende los géneros y se posiciona como un manifiesto político y literario.
La autora utiliza la figura de Antígona como símbolo de resistencia frente a un Estado que no solo falla en proteger a sus ciudadanos, sino que también perpetúa la violencia. En su escritura, la ausencia se convierte en presencia: los cuerpos que no están, las voces que ya no se escuchan y los nombres que el tiempo intenta borrar cobran vida a través de la palabra poética.

Ambas obras destacan la capacidad de la poesía para documentar y denunciar. En un contexto donde los datos y las cifras suelen deshumanizar a las víctimas, la poesía restituye su humanidad, nombrándolas, recordándolas, y exigiendo justicia. Tanto Balam Rodrigo como Sara Uribe recurren a un lenguaje que rompe con la estética tradicional de la poesía para reflejar una realidad desgarradora. Sus textos no buscan consolar, sino incomodar; no buscan belleza, sino verdad.
La poesía de denuncia, como la que encontramos en El libro centroamericano de los muertos y Antígona González, es un recordatorio de que el arte tiene el poder de confrontar las estructuras de poder y de iluminar las sombras donde se ocultan las injusticias. En un mundo donde la indiferencia puede ser tan letal como la violencia, estas obras nos invitan a resistir, a recordar y a actuar. Al leerlas, no solo nos enfrentamos a las heridas de nuestra sociedad, sino también al compromiso de no olvidarlas.