Cultura

Fueron unos cuantos minutos los que charlamos, frente a frente Vargas Llosa y yo.

El día que conocí a Vargas Llosa

Escritor. Mario Vargas Llosa.

Conocí a Mario Vargas Llosa en dos ocasiones, más fortuitas que planeadas pero ambas me generaron la misma sensación: que era un ser etéreo.

Lo veía caminar erguido entre la multitud de la gente, con una personalidad y una mirada que deslumbraba, parecía que flotaba al caminar y tenía una seguridad tan imponente, como pocas veces he visto en una persona.

Era un ser etéreo, universal, atemporal, como lo es también su literatura.

El autor peruano ganador del premio nobel de literatura en 2010 cuenta con una obra que abarca distintos géneros como la novela, el ensayo y títulos entre los que destacan La ciudad y los perros, conversación en la catedral, la fiesta del chivo y mi favorito, travesuras de la niña mala.

Lo vi por primera vez en la Feria del libro de Guadalajara. En una de las entradas lo encontré de repente y como siempre he tenido más audacia o impertinencia que pudor, me lancé a saludarlo y a pedirle una fotografía. Quedó congelada y capturada mi sonrisa tímida, intimidada por ese novelista ejemplar de las letras latinoamericanas. Luego de eso, pasó rápidamente a otra persona de fotografía y se fue. En el marco de esa misma Feria del Libro tuvo una presentación teatral a la que pude ir gracias a mi admirado amigo Braulio Peralta; y no pude hacer más que maravillarme ante ese personaje multifacético y atemporal al igual que sus obras.

Fue en 2015 cuando pude hablar con él. Eso significó tanto para una estudiante de literatura y amante de historias. Lo había leído, sabía de la importancia de sus libros y de su herencia a la literatura. Sabía también que mi obra favorita era Travesuras de la niña mala. Todos o la mayoría preferían sus obras famosas, cumbres, pero yo prefería esa obra de la que sentía era imposible no identificarse con un personaje o con el otro, me gustaba ese Vargas Llosa que escribía historias de amor, me gustaba ese Vargas Llosa que escribe literatura. La novela es una historia de amor, trágica y cómica a ratos, con pinceladas de realidad y con revolución. Vargas Llosa es en sí mismo una revolución, fiel a su literatura y a sus ideas.

Mario Vargas Llosa

Lo conocí en Houston porque participé en la organización de un festival de literatura latinoamericano en el que el personaje estelar era él. Fue en la Universidad de Rice en Houston, Texas y tuve la oportunidad de conocer a grandes escritores y trabajar para llevar sus voces en ese festival gracias a mi maestra, la gestora cultural Elizabeth Quila. No había tenido oportunidad de hablar con él a solas porque siempre estaba rodeado de gente hasta una mañana muy temprano que lo encontré tomando café. Sufro (o gozo ahora) de insomnio desde hace muchos años, y en plenos veintes con tres o cuatro horas tenía suficiente para andar todo el día siempre y cuando tomara café. Ese día bajé muy temprano a una pequeña cafetería en el lobby del hotel, me compré mi café y mientras lo tomaba, vi a ese ser étero deambulando en el pasillo. Me daba pena interrumpir y acercarme a él en ese caminar casi mecánico que tenía, de un lado a otro, de un lado a otro. Me apenaba actuar desde ese fanatismo ridículo, pero cuando se sentó en uno de los sillones del lobby me parecía una pena enorme que tremendo personaje estuviera tan solo y nadie lo abordara. Había escuchado malas historias y anécdotas con él y pensé que tal vez me arrepentiría si me trataba con desdén, pero luego pensé que me arrepentiría toda la vida si no lo hacía. Era la primera vez que conocía a un premio nobel de literatura. Me acerqué temerosa y lo saludé. Me senté a su lado sin preguntarle y le dije que cómo estaba, él dijo que bien y quedamos en silencio. Me sentía aterrada. Luego le dije que lo había leído y que era una gran fanática de sus libros, que me gustaba mucho. Me dijo que gracias y me preguntó de dónde venía, le dije que de Chihuahua, que estudiaba letras en la Iberoamericana y que era parte de la organización del festival al que ese día acudía. Le dije que amaba Travesuras de la niña mala y que era mi libro de cabecera. Se rió y me empezó a hablar de México. No podía evitar sentirme como una niña chiquita y solo miraba, escuchaba y asentía. Entonces le pregunté de esa novela que tanto me había acompañado y había releído y de las notas que hablaban de su amor por Flaubert. Empezamos a hablar de Madame Bovary. Yo era fanática también de Flaubert pero sobre todo de Madame Bovary. Me gustaban esas historias de mujeres disruptivas aunque su final no fuera bueno, vivían en la rebeldía. Yo llevaba en mi mochila el libro de Vargas Llosa porque ese día que se presentaba en la universidad quería acercarme a él y que lo firmara, pero el café lo puso frente a mí. Le dije si podía firmarlo y dijo que sí. Yo sentía que temblaba, sentía que todas esas veces que lo había leído, todas esas historias, se concentraban de pronto frente a mí, como en una especie de sueño. Fueron unos cuantos minutos los que charlamos, frente a frente Vargas Llosa y yo. Tenía diecinueve años y estudiaba literatura. Ese momento fue decisivo y gratificante para continuar con esa labor de promover y compartir mi pasión por los libros.Yo no era uno de sus grandes escritores que se acercaban a él. Era una estudiante de letras que venía de un pueblo pequeño del desierto de Chihuahua donde poco se sabe de libros y poco se sabe de él. Su charla fue breve pero amena, fue comprensiva. Firmó mi libro y de repente nos interrumpieron los otros organizadores del evento. Teníamos que irnos. Aproveché ese momento y me tomaron una foto. Conservo esa foto como un grato recuerdo de ese día y de ese momento en el que el café nos reunió. Conocer a ese titán de las letras para mí fue conmovedor e inspirador.

Esa fue la última vez que lo vi. Seguí leyendo y siguiendo cada una de sus obras y personajes hasta le dedico mi silencio, su última obra y una suerte de adiós para sus lectores. Murió ayer y el legado de Mario Vargas Llosa en la literatura universal es indudable. Más allá de su postura política, fue siempre un escritor que fue fiel a sí mismo, a su estilo, sus letras e ideas. Y yo admiro totalmente a la gente que es fiel a sí misma pese a todo. Y este personaje lo fue, hasta la muerte. Un amante de las palabras y fiel al oficio de escritor.

Una personalidad etérea, como sus letras, imponente, una mirada fuerte y una pluma poderosa. El legado seguirá presente, palpandose entre sus letras y permeando en cada una de sus historias y libros para siempre.

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