Cultura

Oriundo de Guadalajara, Jalisco, Luis Barragán se formó como ingeniero para engrosar las filas de los grandes hacedores del siglo XX

Barragán, demiurgo moderno

Su figura, a la par de otros grandes nombres como Pedro Ramírez Vázquez, Mario Pani o Ricardo Legorreta, se regodea como uno de los aportes más sagaces a la arquitectura y el arte contemporáneos.

Luis Barragán Morfín

Barragán el arquitecto paisajista

Quizá por sus estancias en la Hacienda Los Corrales, de aquellos primeros años de vida familiar, Barragán cosechó una perenne preocupación por la consonancia entre el entorno natural y la creación arquitectónica. Y, aunque adepto a Le Corbusier y a su escuela funcionalista, la etapa madura de Barragán versó sobre las líneas de la simbiosis con lo agreste y los flujos naturales; la luz, el agua, la topografía y los accidentes orográficos. Así, este hábil demiurgo formuló una serie de axiomas en los que la integración del paisaje sería toral.

En sus creaciones más íntimas, e inspirado por los solares mediterráneos, aprendió a reconciliar los elementos endémicos y vernáculos con las presiones del modernismo y la holgura minimalista.

Estancia y ventanal

Hacia el ocaso de su carrera, y de sus 86 años de vida, Luis Barragán obtuvo el Premio Pritzker de Arquitectura en 1980. En magnitud y fanfarria, éste es un símil al Premio Nobel en esta materia.

La Casa Luis Barragán: La subjetividad hecha materia

La hoy Casa-Museo Luis Barragán, en la que éste habitó desde 1948 a 1988, es decir, hasta su muerte, representa el paroxismo de su ideario y ecléctico imaginario.

Como el único inmueble individual en América Latina elevado a Patrimonio Mundial por la UNESCO, la casa obtuvo reconocimiento internacional como arquetipo y obra maestra del movimiento moderno.

La Casa es una suerte de sortilegio que, recinto a recinto, amiga y concilia las contradicciones semióticas y semánticas propias de occidente.

El capital simbólico que Barragán infunde a su casa sincretiza diversas corrientes filosóficas que le mantienen afín a los preceptos modernos, al mismo tiempo que le aventaja a los agigantados pasos de la posmodernidad.

Maqueta de estudio, muestra la fachada simple sin ornamentación

La Casa es el cuerpo de la mente

La morada de Barragán abarca 1162 m² y la cara que da hacia afuera es la de una vivienda más.

Sin ornamentos ni complicados trabajos de cantería, o singularidad alguna, la fachada de la casa se antoja gris, como inacabada.

Esto a razón de no desentonar o quebrar la relativa homogeneidad del barrio de clase trabajadora en el que se emplaza. Barragán priva de picardía su fachada al mismo tiempo que acentúa el ascetismo que colma el interior del solar.

El recorrido por la Casa Barragán se afinca en un onírico deambular por la mente de su creador. Cada recoveco está finamente trazado y conjurado con una estética propia que, por momentos, evoca geografías de corte mediterráneo, recintos monacales y exuberantes jardines abandonados al capricho de la naturaleza.

Barragán, un viaje iniciático

Desde su entrada, la Casa Barragán echa mano de los componentes naturales que le emplazan, la mano industrial no alcanzó esta sacra morada.

El piso lo continúa la abundante roca volcánica, los muros, cuando no en cromáticos de pasteles, permanecen yesosos y calizos.

La luz que domina el vestíbulo es cálida y amortigua la transición hacia el intenso sol que penetra el ventanal que domina más allá del comedor.

Escalera en cantiliver hacia la planta alta

El caprichoso jardín presume verdes zarcillos y lianas a través del cristal y la luz solar que consigue asirse a los muros interiores para aprovechar el albedo calcáreo de éstos e iluminar sin esfuerzo toda la planta baja.

Le sigue al viajero onírico una estancia-biblioteca que antecede a la escalera en cantiliver que, suspendida e ingrávida, conduce a la planta alta.

Como lugar de la sapiencia, la consulta y el estudio, la estancia-biblioteca experimenta aquello que ha sido descrito como una dilatación del espacio, el aire y la luz.

La planta alta, el refugio del anacoreta

Al emprender el ascenso por los voladizos escalones que parten desde la biblioteca, como quien de la teoría se lanza a la práctica, se desdobla el taller.

El taller de Barragán es amplio, su techo, de madera e inclinado, es lo suficientemente alto como para que los efluvios creativos saturen el aire y revoloteen esperando a ser entintados.

Las habitaciones, también en el piso superior, son curiosos recordatorios de la dialéctica que presidía el actuar de Luis Barragán. El arreglo de la habitación de huéspedes, por ejemplo, evoca la devoción franciscana de su estirpe, su pulsión de anacoreta y ermitaño terminó por replicar la celda de quien se rodea solo de lo necesario.

Sólidos rosados se insertan en el vestíbulo, para jugar con la densidad volumétrica del color

La habitación principal, por el contrario, se baña de cálidos matices luminosos entre los cuales conviven una pintura de la Anunciación y las sensuales imágenes de una modelo de tez negra.

Ambas habitaciones, como si representaran la atigrada condición humana que se bate siempre entre opuestos irreconciliables, dan fe del jaranero Barragán, pero también de Luis, el asceta; de su tendencia barroca, temerosa frente al vacío, pero también minimalista; de sobriedad y delirante genialidad.

Finalmente, la terraza, vacía como un lienzo potencial presto a representar, termina por crear un marco para el cielo.

Una postal para los entes uranios del azul infinito delimitada por el poroso marco calizo que encierra esta solana.

Vista de la biblioteca desde el umbral del taller en la planta alta

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