
“Gaspar y Violeta” es una obra que reflexiona sobre el golpe de Estado en Chile y el sobre poder transformador del arte como respuesta al autoritarismo, la obra basada en la historia real del ex militante de izquierda revolucionaria Patricio Rivas, estará en temporada del 5 de mayo al 10 de junio en el Teatro Helénico, lunes y martes a las 20:00 horas, dice el director Sergio López Vigueras.
La obra escrita y dirigida también por Vigueras cuenta además con un equipo creativo que combina teatro, poesía, música y humor negro que busca generar una reflexión crítica.
¿Qué fue lo que te motivó a hacer este proyecto?
Me motivó recuperar al menos una parte de la compleja historia del MIR, que muchas veces queda en segundo plano cuando se habla del golpe de Estado en Chile, especialmente en México. La figura de Patricio Rivas me pareció clave porque ofrece una mirada única sobre esa militancia, pero más allá de su historia personal, me interesa abrir una conversación sobre las implicaciones políticas, éticas y humanas de la resistencia en la clandestinidad. Desde la escena, quise generar una experiencia estética que no solo confrontara la dureza de esa historia, sino que la hiciera sensible y compleja, y en eso la figura y la música de Violeta funcionan como un contrapunto poético: permiten que la memoria se vuelva cuerpo, emoción y pregunta.
La historia basada en la vida de Patricio Rivas, abarca acontecimientos previos al golpe de estado de 1973, su vida clandestina, detención y exilio. ¿Qué testimonios clave nos puede revelar este personaje de estas etapas?
Patricio Rivas representa a una generación que vivió la utopía socialista, el trauma del golpe, la crueldad de la represión y el largo exilio. Su vida es un archivo viviente que articula la historia desde la experiencia subjetiva. En la línea de autores como Walter Benjamin, podríamos decir que su testimonio interrumpe la linealidad del relato oficial para abrir fisuras desde donde mirar críticamente el pasado. Nos revela, por ejemplo, la dimensión cotidiana de la clandestinidad: cómo se duerme y come, cómo se discute colectivamente, cómo se ama en la incertidumbre. Pero, también, su testimonio mismo nos habla desde el presente de la paradoja del exilio como lugar donde se reconstruyen identidades y se reconfigura la militancia. Su voz, lejos de ser solo un documento histórico, se convierte en materia poética y política.
En este contexto político polarizado, con crisis económica y presión militar, ¿qué características o habilidades tiene Gaspar, el protagonista?
Gaspar encarna lo que Gramsci llamaría un “intelectual orgánico”: alguien que piensa y actúa desde su comunidad, sin desvincular teoría y práctica. Su fuerza no radica en el heroísmo épico sino en una ética resistente, una capacidad de sostener ideales incluso cuando todo a su alrededor se desmorona. Además, tiene la sensibilidad necesaria para no endurecerse ante el dolor, lo que lo mantiene humano incluso en condiciones extremas. En términos dramatúrgicos, esto lo convierte en un personaje complejo, contradictorio, que se transforma a lo largo del relato sin perder su núcleo ético.
Si Gaspar tuviera que darles un consejo a las actuales generaciones, ¿cuál sería?
Hablo, por supuesto, a nombre del personaje de la obra, pues seguramente Patricio tiene mucho qué decir por su cuenta. Gaspar invitaría a no renunciar a la memoria, a entenderla como una forma de acción política. Dice Paul Ricoeur que recordar es también hacer justicia. Gaspar diría que la historia no es un libro olvidado en una biblioteca sino una herramienta para leer el presente. Y que comprometerse no implica caer en el dogma, sino encontrar formas de apoyar críticamente y resistir creativamente. El consejo sería: “Cuando los tiempos sean más oscuros, no pierdan su núcleo ético y, por medio del arte y el pensamiento, reconecten con la fuerza de la vida”.
También en la obra se retoma la figura de Violeta Parra. ¿Cómo se hace esta alusión en la historia?
La figura de Violeta Parra aparece como un eco emocional y simbólico. No se trata de una aparición literal ni de una biografía escénica, sino de una presencia que acompaña los momentos más íntimos del personaje. Patricio cuenta que, en los momentos más difíciles de su reclusión, el recuerdo de las canciones de Violeta Parra le ayudaba a seguir vivo. Esto nos motivó a retomar su obra, profundamente arraigada en la denuncia social y en la poesía popular, que aún resuena como una forma de resistencia desde el arte. Si bien citamos algunos fragmentos mínimos de sus canciones, principalmente hemos trabajado con Isay Ramírez para crear nuevas canciones, acordes con la trama de la obra, que mantengan la fuerza de su contenido lírico y su sonoridad. La voz de Violeta funciona como una suerte de coro trágico que acompaña y comenta la acción, al modo del teatro griego, pero siempre manteniendo una raíz profundamente latinoamericana.
La historia política nos hermana en América Latina, sobre todo en la lucha por la democracia y la justicia social. ¿Qué otros puntos de coincidencia encuentras entre Chile y México?
Ambos países comparten procesos de represión estatal, desapariciones forzadas, y la persistente impunidad. El intervencionismo derivado de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos, aplicada con matices distintos, tuvo consecuencias similares en el control militar y paramilitar de la disidencia. Pero también nos une la potencia del arte como forma de resistencia: por un lado, pienso en la Nueva Canción Chilena, pero hablando de México pienso en el Salón Independiente de 1968, por nombrar solo dos ejemplos de cómo la estética puede devenir ética. En ambos países, las juventudes siguen luchando por una democracia más profunda, por una justicia social que no sea solo enunciativa o de campaña política. La violencia estructural, el despojo territorial y la criminalización de la protesta siguen siendo puntos de encuentro.
¿Algo más que quisieras agregar?
Quisiera enfatizar que esta obra no es un monumento a una persona, sino una invitación a dialogar con una época. No buscamos sacralizar el pasado, sino interrogarlo. El teatro aquí funciona como un espacio donde se cruzan la historia y la ficción, lo real y lo poético, la memoria y el presente. Me interesa un teatro que no enseña lecciones, sino que crea espacios donde el espectador puede pensar. Eso buscamos: una historia sensible para repensar la política, la memoria y la resistencia.
“Gaspar y Violeta” cuenta con las actuaciones de Horacio Trujillo, Alberto Cerz, Nora Del Cueto, Daniela de los Ríos y Tony Corrales y el equipo creativo: Carolina Jiménez (escenografía), Jerildy Bosch (vestuario), Isay Ramírez (diseño sonoro y composición), Miriam Romero (video), Sergio López Vigueras (Iluminación), Pepe Morales (asistencia de dirección).