Cultura

"El año de Lázaro Cárdenas"*, un texto de Javier Garciadiego

Cárdenas no procedió como si fuera un agitador social con el poder presidencial. Actuó como un hombre de Estado, como un auténtico estadista. Otorgó muchísimas concesiones económicas y sociales a los campesinos y obreros, pero también coadyuvó a su organización nacional, pero no en una organización radical sino en una vinculada al Estado

El general Francisco Franco y el dictador Francisco Franco Bahamonde
El general Francisco Franco y el dictador Francisco Franco Bahamonde El general Francisco Franco y el dictador Francisco Franco Bahamonde (La Crónica de Hoy)

El próximo 19 de octubre se cumplirán cincuenta años del fallecimiento de Lázaro Cárdenas, uno de los mexicanos más distinguidos de nuestro agitado siglo XX. Fue el presidente-caudillo que llevó a la Revolución a su máxima etapa de radicalismo, pero luego fue fundamental para darle al país la posibilidad de tener un proyecto moderado. Acaso sea el único mexicano con un lugar protagónico en dos ‘altares patrios’: en el de los constructores del país y en el de los inconformes, el de la llamada ‘izquierda’. Lázaro Cárdenas es, además, una paradoja histórica: siendo su gobierno reconocido por todos, ningún político, salvo su hijo Cuauhtémoc, intentó reanimar su proyecto. Su legado es básicamente moral.

Su edad justifica que no haya podido ser un revolucionario temprano. Luchó contra el gobierno de Victoriano Huerta a las órdenes de jefes locales (Guillermo García Aragón y Eugenio Zúñiga). Su verdadero ingreso a la lucha tuvo lugar hacia 1915, cuando el Cuerpo de Ejército del Noroeste dominaba desde Sonora hasta Jalisco, Colima y buena parte del centro-occidente del país. Desde entonces se vinculó a Calles y a Obregón, y bajo su protección participó en campañas pacificadoras contra los yaquis, contra el bandolero michoacano José Inés Chávez García y contra los rebeldes contrarrevolucionarios —felicistas y pelaecistas— que operaban por la región de Papantla y Martínez de la Torre, en Veracruz.

Pronto alcanzó el generalato; y pronto fue responsable de tres diferentes jefaturas de operaciones militares, lo que le permitió empezar a conocer el país en toda su extensión y su complejidad: Michoacán, el istmo de Tehuantepec y la huasteca veracruzana, donde conoció la problemática petrolera en forma directa.

A finales de ese decenio decisivo, en 1928 fue electo gobernador de Michoacán. Siguió ganando experiencias, madurando. El reto fue mayúsculo: pasar del ámbito militar al político sin experiencia previa alguna. Michoacán enfrentaba la Guerra Cristera y pronto padecería, como todo el mundo, la peor crisis económica del siglo. No fue represivo con los cristeros; más bien negociador. Ante las secuelas sociales de la crisis económica, la clase política nacional, recién organizada en el Partido Nacional Revolucionario —creado en marzo de 1929— se dividió en dos posturas: los que proponían soluciones conservadoras, y los que optaron por apoyar a los sectores populares. Si bien no estaba en éstos la solución de la crisis, sí eran los que más la padecían. Obviamente, Cárdenas se decantó por apoyar a los sectores populares: fomentó la organización de los campesinos y trabajadores michoacanos; los ayudó a enfrentar el desempleo y el hambre.

Además, en dos momentos de su gubernatura pidió sendas licencias para ocupar la secretaría de Gobernación con Ortiz Rubio y para dirigir el PNR. Así, Cárdenas pasó de político estatal a político nacional. Su bagaje y su experiencia crecían; su perfil se definía.

Sin un auténtico competidor electoral, ¿por qué y para qué hizo una campaña atiborrada de giras, tan extenuantes como innecesarias? Cárdenas lo dijo: quería conocer personalmente los problemas del país; y aunque esto no lo dijo, también quería conocer a los actores políticos y sociales locales y regionales, hasta entonces unánimemente callistas; pronto dejarían de serlo.

Lázaro Cárdenas asumió la silla, pero no el poder presidencial, el 1° de diciembre de 1934. La asumió como un miembro del círculo callista. Daba la impresión de que continuaría el ‘Maximato’. Así lo creía Calles, el ‘Jefe Máximo’, pero no Cárdenas, quien ahora era el presidente del país y ya no su subalterno. Este fue el primer gran error del ‘Jefe Máximo’: no darse cuenta que el ‘Maximato’ estaba condenado a ser un proceso temporal, incluso atinado, para resolver el vacío de poder provocado por la muerte de Obregón, pero no podía ser un proceso largo o indefinido. Sería gravísimo para el país.

Fiel a sus antecedentes y a sus convicciones, Cárdenas inició su presidencia ofreciendo incrementar el reparto agrario y dar su apoyo a los reclamos de los trabajadores. Calles, en ciertos aspectos miembro de la facción conservadora dentro del PNR, procedió como el ‘Jefe Máximo’ que era y conminó al presidente Cárdenas a tener políticas más prudentes en las materias agraria y obrera. El regaño fue público, lo que permite suponer que ya Calles lo había reprendido personalmente, o mediante algún influyente mensajero. La respuesta de Cárdenas también fue pública, pero también fue política y social. Ratificó sus convicciones agraristas y obreristas y comenzó inmediatamente a desmontar el aparato callista: cambió todo el gabinete, al presidente del PNR, desaforó a una veintena de diputados y senadores, removió varios gobernadores y cambió de Jefe de la 1ª Zona Militar para evitar un eventual cuartelazo. Procedió como relojero; también podría usarse el símil de cirujano, pero lo cierto es que todo este cambio lo hizo Cárdenas sin derramar una gota de sangre, muy diferente a como se habían resuelto los conflictos políticos en el decenio anterior. La opinión pública lo apreció y lo aplaudió.

El segundo gran error de Calles fue haberse declarado contrario al reparto agrario y a los derechos de los trabajadores. Por lo tanto, los campesinos y los obreros vieron que su futuro dependía del resultado del enfrentamiento entre el experimentado ‘Jefe Máximo’ y el nuevo y joven presidente. Obviamente apoyaron a éste: fueron muchas y claras sus manifestaciones: las masas organizadas participaron por primera vez en la gran política nacional, y lo hicieron pacífica pero contundentemente. No sólo apoyaban a Cárdenas: a finales de 1935 pidieron la expulsión de Calles del PNR, su partido; a principios de 1936 pidieron su expulsión del país. Pretextando el gobierno que había habido un acto de sabotaje —menor— atribuido a algunos callistas, el ‘Jefe Máximo’ fue enviado al exilio.

En ausencia de partidos de oposición, los únicos obstáculos para que Cárdenas aplicara su programa de gobierno estaban al interior del PNR. Con Calles fuera del país, la transmutación de callistas en cardenistas, iniciada meses atrás, ahora se consumó en forma inmediata.

La presidencia de Cárdenas es de sobra conocida, por lo que es innecesaria su descripción: reforma agraria, obrerismo, educación socialista y diplomacia antifascista, nacionalista y soberana, que se materializó con la expropiación petrolera en marzo de 1938. Debe subrayarse que Cárdenas no procedió como si fuera un agitador social con el poder presidencial. Actuó como un hombre de Estado, como un auténtico estadista. Otorgó muchísimas concesiones económicas y sociales a los campesinos y obreros, pero también coadyuvó a su organización nacional, pero no en una organización radical sino en una vinculada al Estado. Así nacieron la CTM en 1936 y la CNC en 1938, que fueron integradas al nuevo Partido de la Revolución Mexicana, que vino a sustituir al PNR callista. Gracias a esta alianza entre gobierno, campesinos y obreros, el Estado adquirió amplias bases sociales. Es casi seguro que la estabilidad social habida en México desde entonces se debe a esa gran estrategia de Cárdenas y a la disciplina, corporativa sin duda, de campesinos y obreros.

Así como Cárdenas se había dado cuenta que para la estabilidad del país eran imprescindibles las concesiones a los sectores populares, después de la expropiación petrolera se dio cuenta que no podía continuar, y menos aumentar, el radicalismo de su política. Desde finales de 1938 percibió serias amenazas: la rebelión de Saturnino Cedillo, las aspiraciones presidenciales de Juan Andrew Almazán —ambos militares—, la creación del Partido Acción Nacional en septiembre de 1939 y, sobre todo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ante eso, durante sus dos últimos años de gobierno decrecieron notablemente las medidas reformistas. Su discurso se hizo distinto al de los años iniciales del sexenio; de hecho, este se acercaba a su fin y se imponía como prioritario el tema de la sucesión.

Mucho se ha dicho, incluso por notables cardenistas, que fue un error, el único del sexenio, el apoyo a Manuel Ávila Camacho; que éste lo engañó, o hasta lo traicionó; que el sucesor debió haber sido Múgica. Falso lo primero e imposible lo último. Cárdenas tenía muy claro que Múgica no era un buen candidato: aunque tenía grado militar, carecía de apoyos en el ejército; padecía el repudio de la CTM, prosoviética, por su apoyo a Trotsky; la Iglesia católica no le perdonaba haber sido el autor del artículo 3° constitucional y hasta Estados Unidos lo veía con desconfianza por haber sido decisivo en la expropiación petrolera. En síntesis, con Múgica se corría el riesgo de perder las elecciones si se articulaban los otros aspirantes —digamos Almazán— con los muchos opositores a la radicalización del cardenismo. Imponer a Múgica en esas condiciones tendría un costo muy alto, y daría lugar a una presidencia deslegitimada, y por ende vulnerable.

Por lo tanto, optar por Ávila Camacho fue una de las decisiones más sabias en toda la biografía de Cárdenas. Eran muy cercanos, pues había sido su Jefe de Estado Mayor por muchos años. Luego fue su Secretario de Guerra, y Cárdenas pensó que era conveniente tener a un militar en la presidencia una vez estallada la Segunda Guerra Mundial. Además, era moderado en términos sociales, y prudente en sus conductas políticas. Dentro del grupo cardenista no había mejor opción. Para 1939 y 1940 Cárdenas sabía que no había posibilidades de continuar o radicalizar su proyecto. Sabiamente, prefirió consolidar las reformas logradas, a ponerlas en riesgo. Fue un gran estadista, al inicio y al término de su mandato.

Cárdenas tuvo diferencias notables con los siguientes presidentes, pero nunca fue estridente en sus críticas; jamás hizo descalificaciones; tampoco rompió con el PRI, a pesar de que vino a reemplazar al PRM, su partido. Eso sí, abandonó toda política partidista. De Alemán lo separaba todo su proyecto de gobierno; Ruiz Cortines sospechó siempre que Cárdenas había apoyado al movimiento henriquista; con López Mateos tuvo diferencias por las abiertas simpatías de Cárdenas con la revolución cubana; finalmente, consideró excesiva la respuesta represiva de Díaz Ordaz al movimiento estudiantil. Por otro lado, Cárdenas aceptó involucrarse con un par de proyectos de desarrollo integral, tanto social como económico: a partir de 1947 fue Vocal Ejecutivo de la Cuenca del Tepalcatepec; a partir de 1960 encabezó la Comisión del Río Balsas, que englobaba a la anterior; en 1969 quedó al frente de la Siderúrgica Las Truchas, proyecto suyo que hoy lleva su nombre. Murió al año siguiente.

* Agradezco a Omar Urbina por su cuidadosa colaboración

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