Cultura

Asombro, gratitud y felicidad. Aprender a mirar con los ojos de Chesterton

. Quienes lo conocen suelen pensar en él como una figura delirantemente inmensa, que desborda un gozo existencial por cada detalle de la vida ordinaria

El escritor irlandés James Joyce en 1922
Gilbert Keith Chesterton. Gilbert Keith Chesterton. (Wikipedia)

Gilbert Keith Chesterton es mundialmente reconocido por su filosofía de la gratitud y la alegría. Quienes lo conocen suelen pensar en él como una figura delirantemente inmensa, que desborda un gozo existencial por cada detalle de la vida ordinaria. Sin embargo, no todos saben que detrás de la plenitud de esta vitalidad alegre se oculta una historia oscura y dolorosa. La mirada contemplativa, exultante y poética tuvo que atravesar la prueba de una noche oscura.

En 1883, el joven Gilbert de 19 años se inscribió en Slade School para estudiar arte. En medio de un ambiente sombrío en el que estaba de moda el nihilismo y el pesimismo existencial, Chesterton empezó a experimentar un periodo de desolación y desencanto. En sus memorias relata cómo se sentía impulsado a dibujar imágenes horribles y se dejaba arrastrar cada vez más hacia una especie de suicidio espiritual. Sentía constantemente como un olor nauseabundo en la mente. Sumido en ese hedor pesimista, se despertó en su interior “un gran impulso de rebeldía” para liberarse de aquella pesadilla. No estaba dispuesto a vivir atosigado por esos fantasmas. Se convenció a sí mismo de que “la mera existencia, reducida a sus límites más primarios, era lo bastante extraordinaria como para ser emocionante”. Le comenzó a parecer fantástico, como si fuera una experiencia de ensueño, el mero hecho de poder agitar los brazos y las piernas. Podríamos decir que comenzó a ver las cosas con el asombro y la fascinación del que las descubre por primera vez. El resultado de esa apreciación mística de la existencia en su forma más simple fue un enorme sentido de gratitud que lo hacía estallar de gozo. ¿Quién era él para merecer mirar la luz del día? ¿Qué gran proeza habría realizado en alguna otra vida para merecer vivir un día más? Sus cuadernos de aquella época empezaron a llenarse de pequeños himnos de gratitud:

Aquí muere otro día

durante el cual he tenido ojos, oídos, manos,

y el gran mundo a mi alrededor;

y mañana comienza otro.

¿Por qué se han permitido dos?

Chesterton se siente rebosante de alegría por las realidades más ordinarias. La palabra que llena su pecho y su boca es “gracias”.

Tú das las gracias antes de la comida.

Muy bien.

Pero yo doy gracias antes de la obra y la ópera;

y gracias antes del concierto y la pantomima;

y gracias antes de abrir un libro;

y antes de dibujar, pintar,

nadar, esgrimir, boxear, caminar, jugar, bailar;

y gracias antes de mojar la pluma en la tinta.

Toda su obra está repleta de este espíritu de humildad, asombro, gratitud y alegría. Sus textos son una revolución contra los pesimistas. Está indignado, no por la maldad de la existencia, sino por “la lentitud con la que las personas se dan cuenta de su bondad”. La existencia entera le parece como la veía en su niñez. Él es ahora el loco que protagoniza uno de sus primeros cuentos, que trata de un niño al que sus vecinos consideran un lunático. El niño, no obstante, presiente el misterio de la vida que normalmente se percibe como cosa común y corriente, y tiene la capacidad de mirar todo como si lo acabara de descubrir. Para Chesterton, es poca cosa decir que el mundo está lleno de milagros, pues en realidad habitamos un mundo milagroso. Leer sus textos nos ayuda a tomar distancia de las cosas que nos parecen prosaicas, habituales y rutinarias, para mirarlas con el asombro original. Si no somos capaces de darnos cuenta de que el mundo es como un cuento de hadas es por la arrogancia de nuestros corazones, porque el mundo es realmente un cuento de hadas.

La aventura suprema es nacer. Al hacerlo, entramos de pronto en una trampa espléndida y desconcertante. Al hacerlo, vemos algo con lo que no habíamos soñado. Nuestros padres están ahí, al acecho, y se lanzan sobre nosotros, como bandoleros ocultos tras unos arbustos. Nuestro tío es una sorpresa. Nuestra tía surge de la nada. Cuando, mediante el acto de nacer, entramos en la familia, entramos en un mundo incalculable, en un mundo que cuenta con sus propias leyes, en un mundo que podría seguir existiendo sin nosotros, en un mundo que no hemos construido nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia, lo hacemos en un cuento de hadas.

Chesterton está fascinado con las realidades más simples. En todo encuentra poesía. Cualquier cosa lo hace sentir intoxicado de gozo. No existen para él temas o cosas sin interés; lo que hay, en cambio, son personas desinteresadas. La medida de este asombro, que nos hace experimentar la realidad como un don milagroso, que nos hace estallar de gratitud, es la humildad. Solo la persona humilde puede percibir el secreto del prodigo de las cosas. “El disfrute más pleno posible se logra reduciendo nuestro ego a cero”. De ahí se ve siempre todo nuevo. “Si viéramos el sol por vez primera –escribe–, nos parecería el meteoro más temible y hermoso de todos. Pero como lo vemos por centésima vez, lo llamamos, por usar el odioso y blasfemo verso de Wordsworth, ‘la luz del día común’. Nos sentimos inclinados a incrementar nuestras exigencias. Nos sentimos inclinados a exigir seis soles, a exigir un sol azul, a exigir un sol verde. La humildad nos devuelve siempre a la oscuridad primera. En ella, toda la luz resulta deslumbrante, desconcertante, instantánea”. Es por nuestra arrogancia y orgullo que un vaso de agua nos parece una bebida demasiado simple y austera. La realidad es que la humedad del agua, su frescura y su encanto, deberían de ser suficientes para darnos como a Chesterton un “placer feroz”, un gozo embriagante. La vida es maravillosa, pero a la mirada dura del arrogante le parece poca cosa. Solo los humildes puede percibir el don milagroso que se oculta en cada cosa y experimentar la gratitud que llena el corazón humano. Felices ellos, porque heredarán la tierra.

*Por: Dr. Alejandro Sada. Profesor investigador de la Universidad Panamericana.

Tiene un Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra y una Maestría en

Filosofía por la UNAM. Experto en temas de cultura. Ha participado en múltiples

congresos nacionales e internacionales. Entre sus títulos más recientes destacan

los libros: Asentimiento y certeza en el pensamiento de John Henry Newman: una

defensa de la creencia religiosa (Nun 2021); Sentido y verdad: hacia una

renovación de la filosofía desde el pensamiento de Joseph Ratzinger (BAC, en

prensa). Actualmente dirige un grupo de investigación internacional sobre la

relación entre filosofía y teología en el pensamiento de Joseph Ratzinger.

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