Otorgar el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español a Elena Poniatowska es un acto de justicia que el inescrutable destino hizo posible. El Premio lleva el nombre de uno de nuestros máximos escritores de la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, y hoy venturosamente se entrega a una de nuestras máximas escritoras durante el mismo periodo de tiempo. Los hermana su grandeza. Los acercan los tiempos y momentos que compartieron. Los identifican sus inagotables afanes, compromisos, esfuerzos y luchas. Si algo caracterizó a Carlos Fuentes fue haberse entregado por entero a la literatura; si algo ha distinguido a Elena Poniatowska es haberse dedicado, denodadamente, a las letras. La pasión de los dos, la literatura; su objetivo común, hacer de México un país más civilizado y más justo.
Con apenas cuatro años de diferencia de edad, ambos vivieron el declive del proceso revolucionario, cuando la corrupción y el conservatismo desplazaron al compromiso por una vida pública limpia y a los anhelos por un cambio justiciero. Iniciadas ya sus carreras como escritores, también los marcó la Revolución Cubana, la partición de Europa con el muro de Berlín, la guerra de Vietnam, el pinochetazo y la guerra de los Balcanes, entre otros conflictos de finales del siglo XX. No cabe duda, por el trabajo diplomático del padre de Fuentes y por los orígenes europeos de Elena, ambos crecieron con una perspectiva cosmopolita, lo que explica que fueran ciudadanos del mundo: tanto Fuentes como Elena Poniatowska leyeron escritores de aquí y de allá.
Acaso por haber pasado su niñez y adolescencia lejos de México, al encontrarse con este país se integraron rápida e intensamente a él: como bien dijera la académica Sara Poot de nuestra homenajeada, ésta cayó inmediatamente en “Elena/moramiento de México”. Pero su cosmopolitismo nunca hizo que menguara su preocupación por México, centro de sus miradas y reflexiones. No sólo eso: la ciudad de México es uno de los mayores elementos vitales de ambos, una obsesión compartida. Si Fuentes irrumpió en el ámbito literario con La Región más transparente, dejando claro que la capital del país ya no era la risueña población de principios de siglo, Elena Poniatowska nos dejó un estremecedor testimonio, pero también muy vigorizante, de lo que sufrieron sus habitantes por el sismo del 85, cuando la generosidad y el valor vencieron al miedo y al instinto de sobrevivencia.
Son muchas más sus similitudes: ambos dieron voz a varios grupos sociales de nuestra vida pública. Lo más valioso, sin embargo. es que no dieron voz a grupos homogéneos, pues ambos han hecho eco de varias voces: si en las obras de Fuentes los protagonistas pueden ser gente de la noche en las barriadas de la ciudad, hombres de poder o elementos de la sociedad más beneficiada, lo mismo puede decirse de la complejidad social de la literatura de Elena Poniatowska.
Las paredes de este Palacio me permiten pensar en una analogía: Fuentes y Elena Poniatowska son los máximos muralistas de la literatura mexicana. En sus obras están ‘dibujados’ el mayor número de nuestros compatriotas, sobre todo mujeres en el caso de Elena. No hay tema relevante que no les haya interesado; no hay asunto significativo que hayan pasado de largo. Sí, ambos se preocuparon por las heridas del país. Por ejemplo, si Fuentes escribió una severa crónica sobre el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo, Elena Poniatowska le dedicó varias páginas a la admirable colonia en Cuernavaca que lleva su nombre. Asimismo, si Carlos Fuentes siempre resaltó la importancia histórica de Lázaro Cárdenas, Elena Poniatowska hizo un muy valioso rescate novelado de la vida del líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo.
Podría seguir enumerando características e intereses comunes. Acaso su afinidad electiva más importante sea que ambos fueron los primeros y los más decididos profesionales de nuestras letras. No sólo me refiero a que fueron escritores de tiempo completo, con una apabullante capacidad de trabajo. Juntos lograron que la literatura fuera vista como un ingrediente imprescindible de nuestra vida pública. Es más, gracias a ellos se hizo patente la necesidad de que el país contara con voces fuertes y prestas, de mentes claras y sensibles. La salud de toda sociedad radica en su capacidad de crítica, de denuncia y de reclamo. Esta es la principal aportación vital de Elena Poniatowska al país.
Su total dedicación a la literatura y su disciplina de trabajo explican que ambos hayan sido asombrosamente prolíficos. Prueba de su talento, ambos cuentan con legiones de lectores, traducciones y reconocimientos. Más importante aún, ambos, Fuentes y Poniatowska, pueden presumir de ser escritores que crearon lectores en varias geografías y en todas las recientes generaciones. Esto también incidió en la profesionalización de nuestra literatura. Gracias a su evidente capacidad para crear lectores, terminaron beneficiando a muchos otros miembros del gremio. Es más, los miembros del jurado estamos seguros que este Premio multiplicará el número de sus seguidores y creará nuevos lectores en general, para el beneficio de todos los escritores y escritoras del país. Que grata fortuna para el ámbito literario mexicano, y ahora pienso en las editoriales, es contar con Carlos Fuentes y con Elena Poniatowska.
Su inmensa obra literaria puede diferenciarse por sus preferencias en cuanto a géneros y registros. Carlos Fuentes fue más novelista y cuentista, aunque su obra ensayística es igualmente notable; incluso incursionó en la dramaturgia y en la elaboración de guiones cinematográficos. Por su parte, Elena Poniatowska ha dedicado más tiempo al periodismo, a la crónica y a ese delicioso e instructivo género que llamamos “entrevista”; obviamente, tiene varias obras de creación literaria que le han dado un lugar único en nuestra literatura. Hablando como historiador que soy, el rescate de mujeres como Nellie Campobello, Leonora Carrington, Rosario Castellanos, Elena Garro, Frida Kahlo, Lupe Marín, Nahui Ollin, Tina Modotti y Mariana Yampolski, algunas de las cuales agrupó con el cariñoso epíteto de “cabritas”, porque “las tildaron de locas”, y sus semblanzas sobre personajes de la cultura mexicana como Miguel Covarrubias, Gabriel Figueroa, Octavio Paz y Juan Soriano, así como el más íntimo de sus retratos, el del astrónomo Guillermo Haro, a quien prefiere llamar “estrellero”, son una invaluable aportación a ese mural interminable que es la historia mexicana del siglo XX.
Permítanme subrayar el siguiente punto: Carlos Fuentes y Elena Poniatowska son autores de varios ‘clásicos’ auténticos e indiscutibles. Pienso en La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Aura y Cambio de piel —la novela preferida por Elena Poniatowska entre los escritos de Fuentes—. Por otra parte, pienso en Lilus Kikus, su primer libro, al que Juan Rulfo saludó como “mágico”; pienso también en Hasta no verte Jesús mío y, claro está, en La noche de Tlatelolco, crónica insustituible para comprender aquellas horas trágicas.
Sin embargo, insisto en que gran parte de la importancia de Elena Poniatowska radica en haber personificado el género en el que inició su carrera como escritora, el de la entrevista. Son tan vívidas sus entrevistas, tan bien armadas y elaboradas, tan literarias, que más bien son unas muy nutritivas conversaciones gracias a las cuales podemos conversar con Alfonso Reyes en su ‘palomar’; con Siqueiros en Lecumberri, mismo sitio en el que conversó con Álvaro Mutis; con Lázaro Cárdenas en un avión al regresar de Cuba, poco después del triunfo de su revolución; con Rulfo poco después de que publicara Llano en llamas. La lista puede prolongarse de forma inacabable, pues el México de Poniatowska es inmenso, aunque para ella, como tanto le gusta decir: ‘todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar’.
Como bien lo dice el título de una multivoluminosa compilación de sus entrevistas, Elena conversó con “todo México”. Así, por su mural conversado se recuperan las voces de María Félix y de Benita Galeana, siempre “perseguida y ninguneada”; de Gabriel Vargas y Chucho Reyes; de Cri-Cri y Carlos Chávez; de José Revueltas, cuyo comunismo era como una religión, y de Renato Leduc, el de “la inagotable leyenda”; de Lola Beltrán y María Rojo; las de los exiliados ‘transterrados’ Max Aub y Luis Buñuel; la del ‘Indio’ Fernández, “el más macho de los mexicanos”, y la de Juan Gabriel, entre muchísimas otras, como las voces de las estridentes Pita Amor, Irma Serrano, Tongolele y Gloria Trevi, o las de los introspectivos Luis Barragán, León Felipe y Mathias Goeritz, sin faltar las de Cantinflas y ‘Palillo’, o las de Lola Álvarez Bravo y María Izquierdo junto con las de Salvador Novo y Jacobo Zabludovsky. No hay duda, Elena Poniatowska dio voz a multitud de personajes, sin distingos ni remilgos. Para Elena Poniatowska, la abigarrada sociedad mexicana no tiene “zonas sagradas”. Como bien dijera Rosa Beltrán, la Elena entrevistadora es la Elena “de las mil y una voces”. Cierto es, le dio numerosas voces colectivas a los ‘muchos Méxicos’.
Fuentes y Poniatowska no son autores de libros aislados. Más bien son como esos escasos escritores que son en rigor autores de una obra orgánica, monumental y entrelazada, con afanes totalizadores. Permítanme insistir en la analogía: no son pintores ‘de caballete’; Fuentes y Poniatowska son los mayores muralistas de la literatura mexicana. Además de muralistas, en términos arquitectónicos son pilares. Pertenecieron a una misma generación y al mismo grupo de amigos. Se conocieron siendo poco más que adolescentes, y desde un principio Elena calificó a Fuentes como un “fenómeno”, como un “joven genio”. Junto con algunos de sus amigos, como Fernando Benítez, Jaime García Terrés y Ramón Xirau; con Octavio Paz, el hermano mayor, y con sus amigos más jóvenes, Monsiváis, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, fueron fundamentales en la creación de la literatura mexicana moderna —urbana y cosmopolita— y son pilares de la literatura mexicana de nuestros días.
Nuestra deuda con ambos es impagable. Incluso este premio, por significativo que sea por la añosa relación habida entre ellos, no cubre nuestro adeudo. En el jurado sabíamos que este premio tendría un significado muy especial para Elena Poniatowska. Elena: hace casi cuarenta años confesaste por escrito que estabas “enfuentizada” y que pertenecías a una generación que ni podía ni quería “desenfuentizarse”. Repito, el jurado —al que aquí represento— deseaba que reanimaras y consagraras tu “enfuentizamiento”, así como los mexicanos y mexicanas, de todas las edades, orígenes, regiones y gustos, estamos desde hace tiempo ‘elenizados’.
Javier Garciadiego
Capilla Alfonsina
1. Una versión abreviada de este texto fue leída en la ceremonia de entrega del Premio Carlos Fuentes, el 9 de noviembre, en el Palacio de Bellas Artes.
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