La geografía del silencio que ha producido la guerra entre los grupos del crimen organizado en México también está constituida del injusto trato que reciben los familiares de un desaparecido en su búsqueda; está compuesta del silencio de las oficinas de gobierno para brindar ayuda y de las heridas que quedan en las personas y en su entorno después de trabajar con los carteles, aseguró el antropólogo social Claudio Lomnitz, miembro de El Colegio Nacional, al ofrecer la cuarta lección de su curso Antropología de la "zona de silencio".
Desde el Aula Mayor de la institución, Lomnitz dictó la lección titulada “Los espectros y la geografía del silencio”, donde habló “de la microsociología del silencio y de la presencia social de los ausentes”, centrada en el caso del estado de Zacatecas.
Uno de los efectos de buscar a una personas desaparecida, señaló Lomnitz, “es que obliga a sus familiares a repensar cada uno de los actos que le ocurrieron antes de desaparecer, obliga, en otras palabras, a la reconstrucción puntillosa de la vida social del desaparecido al momento de su desaparición: los caminos andados, las llamadas telefónicas presididas, los mensajes de texto enviados, los compañeros de escuela o de trabajo, los novios o novias que tuvo, sus deudas o vicios , las envidias que lo tocaban, todo eso”.
La vida del desaparecido se convierte así “en un terreno sospechoso” y los familiares se ven en la necesidad de arrear, durante años, a las autoridades en busca de indagaciones: “Con la fiscalía para que sus ministerios públicos, policías de investigación y peritos hagan su chamba y entrevisten testigos o posibles involucrados; pero los familiares se van topando con silencios, con testigos que no quieren hablar, con policías que no quieren investigar, con profesionales forenses que no hacen bien su trabajo, sea por negligencia o por falta de apoyo”.
“La realidad toda, la vida en que estuvo inmerso el desaparecido, y el retorno en que sus familiares lo buscan, se convierte en un terreno sospechoso en que los buscadores tienen que enfrentar la mentira, la mala voluntad, la indiferencia, el temor a la coparticipación y la negligencia frente a las oposiciones y responsabilidades de un trabajo. La región de silencio es también esto”, aseguró Lomnitz.
El dilema de buscar o no buscar, “la impotencia de no poder ni buscar ni exigir que se busque, aunque sean los restos desaparecidos” conlleva dificultades como “divisiones en el interior mismo de las familias respecto de si tomar una actitud o la otra, o sea, buscar o no buscar. Son divisiones que a veces llevan a divorcios o separaciones entre parejas, a distancias entre madres o padres buscadoras y los hijos que reclaman su presencia en casa, es decir, percibir que no han sido desaparecidos”.
Esa situación “posiblemente contribuya a explicar datos demográficos que son a la vez misteriosos, escandalosos” en Zacatecas, donde los suicidios pasaron de 38 en 2000 a 130 en 2022; los matrimonios se redujeron de 12 mil 800 a 7 mil 39, en el mismo periodo y los nacimientos disminuyeron de 40 mil 494 a alrededor de 18 mil en 2020. “Las cifras zacatecanas sí parecen extremas y me parece muy real la posibilidad de que las desapariciones y el terror que las acompañe expliquen una parte de ese extremo”, sostuvo el colegiado.
Características especiales
Una estrategia antropológica para acercarse al problema de la relación entre violencia y silencio, explicó Claudio Lomnitz, es a través de los fantasmas y, especialmente, de la presencia espectral del crimen organizado.
“Es evidente que en un país que tiene ya más de 111 mil personas desaparecidas, oficialmente registradas, se vive con el espectro de la figura misma del desaparecido”, agregó.
Otro espectro en el paisaje es el de las mismas bandas o carteles en “la no guerra del Estado” contra el crimen organizado. “La saturación de los espacios públicos con la presencia militar hace crecer la imagen espectral del crimen organizado; la militarización de las calles, ciudades, carreteras del país, invoca el fantasma del crimen organizado, pues la omnipresencia militar viene justificada por la ubicuidad del crimen, en otras palabras, cuando uno ve muchos soldados uno no ve la fuerza contra la que están peleando: es una presencia espectral”.
Aún más allá, Lomnitz cuestionó: “¿Por qué las guerras entre cárteles, llamémosle así, generan silencio? Me refiero al uso conocido de vigilantes, halcones, así como de informantes infiltrados en organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil. La gente en Zacatecas tiene cuidado no sólo de con quién habla, sino de qué habla y a dónde lo hace. Hay temas delicados para quienes participan de la construcción ilícita y que enfrentan muchas dificultades para hacerse del negocio, ya que pueden crear tanta desconfianza que ellos mismos pueden acabar siendo desaparecidos”.
“La paranoia de la infiltración corre tanto en la sociedad, entre comillas, normal, como entre quienes se dedican a la economía ilícita. Esto genera lo que podríamos llamar aros de silencio, que circundan especialmente a personas normales que se sienten físicamente cercanas a los informantes de la economía ilícita, especialmente a los miembros de las organizaciones criminales, cuya expresión es esperada y obligatoria”, definió el antropólogo.
Testimonio de un sicario
En su cuarta lección, Claudio Lomnitz citó frecuentemente el testimonio recogido por el filósofo Omar Espinosa, un joven citado como José, quien trabajó durante varios años con una banda criminal, muy probablemente el Cartel Jalisco Nueva Generación, de la que logró huir para intentar rehacer su vida.
“Lo primero que enfrenta José tras ser reclutado es la realidad material del trabajo, lo primero que explica es que lo investigaron antes, pues no saben ellos si es un encubierto o de otro cartel, o sea, no se sabe ni qué. En otras palabras, antes de dar trabajo, el cartel busca vacunarse contra alguna posible traición o infiltración. La estructuración del silencio está entonces presente desde el momento mismo del reclutamiento”, abundó.
Castigos, prohibiciones, reclutamientos en campos de adiestramiento e, incluso, desapariciones son atestiguadas por el joven sicario, quien inicialmente acude a “pedir trabajo” interesado por el dinero. José queda como responsable de una “tiendita”, en la que también se engancha con la droga para aguantar las largas y severas jornadas de trabajo; para, posteriormente, ser ascendido a sicario, labor por la que gana más, pero en la que consume sus recursos comprando droga.
Hijo de un padre que le castigó severamente, el testimonio de José “incluye descripciones importantes de las torturas, desmembramientos y asesinatos que el propio José tuvo que hacer o ver durante su temporada de sicario, incluye descripciones del dolor, de la sangre y de una persona quemándose, de cuánto pesa una cabeza humana y otras atrocidades verdaderamente angustiantes”.
José termina huyendo del grupo al que pertenece y “regresa a casa como un hombre vuelto a nacer, besa no solo a su madre, sino incluso también a su padre, que es un personaje al que en otros momentos de su narración le tiene alguna hostilidad, y permanece escondido en su casa durante seis meses, cito: ‘no se asomaba ni en la ventana’. Vivía aterrado de que lo fueran a matar, ya fueran unos o los otros”.
Después de trabajar como sicario: “José tuvo la fuerza de volver a ganarse la vida como la gente normal; sin embargo, las imágenes de la violencia que vivió y la que él mismo ejecutó con sus propias manos lo invade, ahora el espectro es el de su pasado, es de la realidad paralela que él dejó pero que sigue existiendo. Esa es la ausencia que se hace presente en su espíritu y José lo explicó así: ‘yo siento, profe, que yo no, ¿cómo le puedo decir?, yo siento que yo no siento como las demás personas’”.
‘Yo no sé sentir, por ejemplo, los miedos que sienten otras personas, ¿si me entiende? También los sentimientos, eso se daña mucho porque he visto parejas de, ¡ay mi amor te amo mucho!, entonces eso yo no lo siento, por eso es que le digo que yo no siento así como las demás personas, ¿si me entiende? Eso, todo eso se pierde’, citó Lomnitz.
“Eso que se pierde puede ser descrito como la pérdida del saber dar y recibir y de saber dar sin la amenaza de quitar, de saber recibir sin pensar que eso que uno recibe lo podría uno arrancar por la fuerza, se pierde, podría decirse así, los sentimientos de espontaneidad y apego que florecen en un mundo dominado por la reciprocidad, por el dar y recibir debido al trauma de haber existido en un mundo en que para darte te quitan todo antes”.
La geografía del silencio, reiteró el colegiado, “es también, y quizás sobre todo, esa cicatriz imborrable que separa a la gente que ha vivido en una sociedad normada por la reciprocidad positiva y aquellos que optaron o fueron obligados a trabajar en una organización social que vive de la reciprocidad negativa”.
La cuarta lección del curso Antropología de la "zona de silencio", ya se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.
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