Cultura

Escribir con el presente: archivos, fronteras y cuerpos

Mañana martes 5 de diciembre, a las 18:00 horas, la escritora Cristina Rivera Garza inaugurará su ciclo Escritoras latines: una nueva generación, su primera actividad como parte de este órgano colegiado. Apropósito de esta actividad, compartimos con los lectores de Crónica un fragmento de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional

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Cristina Rivera Garza, integrante de El Colegio Nacional.

Cristina Rivera Garza, integrante de El Colegio Nacional.

Colnal

                                         (fragmento)

Un poco después de 1901, una pareja de campesinos sin tierra emprendió la caminata desde el altiplano potosino hasta el norte de Coahuila, donde esperaban encontrar empleo en las minas de carbón entre Barroterán y Nueva Rosita, cerca de la frontera con Estados Unidos. Se dejaron guiar por las vías del tren, que desde 1888 pasaban ya junto a Venado, y por los rumores que se abalanzaban desde los caminos de tierra y se metían con el viento hasta sus casas: allá sí hay para comer, siempre hay trabajo, la paga es buena. Allá no es como aquí. Tal vez se echaron a andar una tarde de primavera, cuando se dieron cuenta de que ni el maíz ni el frijol se darían esta vez. Quizá arrancaron su larga caminata una mañana de verano, días después de otra cosecha ínfima, calculando que entonces las peripecias del clima no se sumarían a las amenazas propias de la travesía.

[…] Los nombres de esa pareja de migrantes, que ahora podríamos denominar como refugiados climáticos, eran José María Rivera Doñez y María Asunción Vásques, mis abuelos paternos. Y Florentino era el nombre de su primer hijo, similar al del gobernador guachichil Felipe Florentino del barrio de San Jerónimo de Agua Hedionda quien, después de participar en el gran tumulto de 1767 contra la corona, fue condenado a la pena capital junto con doce rebeldes más.

[…] Habrán notado la gran cantidad de incertidumbre, materializada en la repetición de los “tal vez”, “quizá”, “acaso”, que se desprende de los párrafos anteriores. Todos estos años después de haber llevado a cabo la investigación que resultó en la escritura y eventual publicación Autobiografía del algodón, el libro en el que primero exploré estos sucesos, todavía dudo, todavía tengo que hacer una pausa y poner todo en cuestión.2 ¿Pero realmente fue así? ¿Estoy haciendo honor a la verdad u honor a la ficción, o deshonro a ambas, cuando produzco una escena de la que no fui parte y que reconstruyo a cuentagotas, laboriosamente, muy cerca del trabajo meticuloso de investigadores y archivistas, gracias a la existencia documentos añejos? ¿Hago bien en sugerir, a través de la repetición de un nombre propio, una conexión a través del tiempo y del espacio, bien anclada en la memoria colectiva, entre el destierro de la familia y descendientes de un guachichil tumultuario de finales del siglo XVIII y la destitución de mis antepasados a inicios del XX? Y, más al punto, ¿es posible, desde el siglo XXI, dar cuenta cabal de esa realidad que incluye el drama del territorio y el drama de la migración?

[…] Estas preguntas me han atareado y me han puesto simultáneamente en alerta por años enteros. A todas ellas, de una u otra manera, he respondido con un sonoro sí en Había mucha neblina o humo o no sé qué, Autobiografía del algodón, y El invencible verano de Liliana—libros que he publicado en lo que llevamos del siglo XXI, y que oscilan entre la ficción y la no ficción, valiéndose de la investigación de campo e investigación de archivo, de la entrevista y la rescritura, para aproximarse lo más cerca posible a experiencias de acumulación y de justicia que, que más que estar a punto de difuminarse, han quedado sedimentadas, materialmente, en las capas de tierra y en las capas de la atmósfera que me alientan a manifestarlas como preguntas en primer lugar.3

Se dicen fácil todos estos conceptos, pero cada uno de ellos—la ficción y no ficción, investigación y escritura, sedimento y acumulación, tierra y atmósfera, y archivo y materialidad—llevan dentro de sí discusiones largas.

LOS ARCHIVOS INCOMPLETOS

[…] Cada vez tiene menos sentido hablar de una separación estricta entre ficción y no ficción. Ya Josefina Ludmer, la crítica argentina, denominó como literaturas post-autónomas a aquellas que, partiendo de y acuerpando la realidadficción que nos constituye, se inscriben de manera ambivalente tanto dentro como fuera de lo literario. Menos preocupadas por asentir a las “leyes internas del campo” o a interrelacionarse con otras esferas, como lo económico y lo político, por ejemplo, como si se trataran de unidades discretas, son escrituras a las que poco les ha importado adquirir el epíteto de literarias y de las que no se puede decir con precisión si son ficción o recuento de los hechos.10 La función de esas escrituras era, y es, en cambio, producir presente. En muchos sentidos, estas literaturas pos-autónomas comparten el espíritu irreverente y combativo de los relatos que eligen “quedarse con el problema”, como lo enuncia la pensadora Donna Haraway al referirse al reto de construir una vida y una simpoiesis en cercana colaboración con entes humanos y no humanos con los que compartimos un planeta dañado.

Leída como una operación literaria en la que la ficción y la no ficción cumplen funciones igualmente cruciales, y en la que la ubicación, es decir, la pertenencia humana y no-humana a una tierra radicalmente compartida constituye una “cuestión ardiente”, El luto humano es menos política debido a la ideología de su autor en tanto militante comunista, y más por la red de relaciones materiales que expone y problematiza en grados de absoluta concreción. Como lo he discutido antes, tanto las alianzas como el encono entre los complejos personajes que atestiguan los estertores últimos de un pueblo otrora productivo corren el riesgo de volverse simples parapetos esencialistas o psicologizantes si no se toma en cuenta su relación orgánica con el drama material del desierto norteño a inicios del siglo XX: la lucha entre la tierra árida y la imposición de la agricultura, en tanto un proyecto de estado posrevolucionario; la lucha entre los trabajadores agrícolas y las nuevas formas de desigualdad generadas por el proceso de colonización; la lucha entre los que insistían en reproducir jerarquías del pasado y aquellos que avizoraban una sociedad más justa a través de la organización colectiva de la huelga.

Esta exploración profunda de la ubicación como pertenencia, o de la política de la huella, tiene, por otra parte, la virtud de introducir a la novela en marco de la histórica de la literatura norteña, aún más: fronteriza, dentro del canon mexicano. Tal vez solo un testigo presencial, un observador puntual de las relaciones humanas, pudo distinguir con tanta sagacidad el sedimento indígena en los rostros y manos de los campesinos sin tierra y los deportados que coincidieron en uno de los proyectos económicos más fructíferos, y de consecuencias ecológicas más devastadoras, de inicios del siglo XX en México.

LOS ARCHIVOS DE LA TIERRA DEL EN-MEDIO

Al comienzo de Borderlands/La frontera. The New Mestiza, el libro que transformó la manera en que investigábamos, e incluso concebíamos, a la frontera entre México y Estados Unidos, la autora chicana Gloria Anzaldúa cuenta como, al igual que les aconteció a mis abuelos paternos, una sequía afectó radicalmente la historia migratoria de su núcleo familiar a inicios del siglo XX.14 Viuda y con 8 hijos, la abuela de Anzaldúa fue presa fácil de depredadores inmobiliarios quienes, aduciendo falta de pago de impuestos, confiscaron su tierra. La desposesión, narra Anzaldúa, fue social y no solo personal, aconteciendo de manera paralela a la creciente violencia, que incluía tanto persecuciones como los linchamientos contra méxico-americanos y chicanos que se sucedieron consuetudinariamente de California a Texas desde 1848, después del Tratado de Guadalupe, hasta inicios del siglo XX.

Publicado en 1987, 45 años después de su nacimiento en 1942, Borderlands se convirtió poco a poco en un hito intelectual. Escrito en inglés y en español, y tocado también por algunas de las lenguas indóciles practicados en la frontera, a saber, inglés o español estándar, inglés en slang, español mexicano, español norteño, chicano, tex-mex y pachuco o caló, Borderlands maniobró así, por principio de cuentas, contra el terrorismo lingüístico que engendró una tradición monolingüe de silenciamiento a la que Anzaldúa aborrecía.

Actividades.

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