Cultura

"Examen extraordinario", de Juan Villoro

Fragmento de uno de los cuentos reunido en este volumen

Mujer joven en un jardín de rosas
Una obra de Vladimir Volegov. Una obra de Vladimir Volegov. (La Crónica de Hoy)

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  •                               MAREA ALTA

Q

uisiera decir que soy pintor, pero la sinceridad me obliga a confesar que soy retratista. Nunca dejaran de fascinarme los vasos capilares en lo blanco del ojo o los incisivos levemen-te separados; aun así, mi oficio depende de una limitación; reduce el catálogo del mundo a una posibilidad: las caras. A veces incluyo un torso, una mano adornada por un anillo, una planta o los arabescos estampados en una tela, pero en esencia reproduzco facciones y sobre todo ojos.

He pintado gallos de pelea, vacas, coches abandonados en el desierto, una calle bajo la lluvia sin que eso tenga relevancia. Me buscan para que recupere las cejas pobladas y el peinado severo de la abuela. Llevo cuarenta años en la brega y a últimas fechas mis cuadros se han convertido en una especie de consagración para el retratado. Acabo de hacer un par de óleos para una universidad de Culiacán. Dos doctores honoris causa que se incorporaron a su galería de celebridades académicas. Retraté a un astronauta mexicano que jamás ha tornado un cohete pero pertenece al programa de la NASA y a un argentino que estudia la ausencia de seguridad en cincuenta países y pasa la mayor parte del tiempo en México.

¿Qué sonido tiene una imagen? El retrato al óleo es una forma de la conversación. Me gusta asistir a sesiones de fotografía para estudiar el use de las voces. Las modelos callan mientras el fotógrafo da indicaciones (“relaja la boca”, “así, así”) o recompensa el esfuerzo con elogios. El pintor trabaja de otro modo; la voz del retratado explica su carácter; busco el aura interior que nunca tendrá la fotografía.

Con el astronauta me fue mal en este aspecto. Su padre es un migrante que cultivaba tomates en Sinaloa y lo llevó de niño a Estados Unidos. Apenas habla español y tiene poco que decir. Su mayor mérito ha sido esperar. Lo aceptaron en el programa espacial para cubrir la cuota de latinos, pero no le ha llegado el turno para un despegue. Sólo ha conocido la gravedad cero por simuladores. Vive un limbo, dispuesto a abandonar la Tierra. Mi retrato reflejaba esa am-bivalencia, pero él odió que le atribuyera inquietudes que no ha asumido. Está orgulloso de ser astronauta; no necesita practicarlo. Quería sonreír en el lienzo como un vendedor de coches que entrega las llaves de un Cadillac.

El experto en seguridad reaccionó de mejor manera: no se interesó en el resultado. No tuvo tiempo de posar y lo retraté a partir de una fotografía.

Estos son mis antecedentes. Ahora conozcan a Dennis Walker. Si están suscritos a Artforum, Parkett o cualquiera de las revistas que muestran arte contemporáneo en sus páginas satinadas no tengo mucho que decirles. 0 tal vez sí. Ahí no se habla de Troncones, la playa donde el leopardo australiano tiene una de sus guaridas. Walker detesta la contaminación y el tráfico de la Ciudad de México, pero ama el oleaje del Pacífico. Está casado con Cynthia Cervantes, bióloga mexicana de primera fila que no abandonó su carrera por él ni se mudó a un campus cercano a las galerías que su marido inquieta con instalaciones. Se conocieron cuando él llenó la Sala 4 del Museo Tamayo con una red de sargazos para protestar contra el cambio climaticó. La exposición llevaba el título de La maleza del engaño, como se conoce a las algas que se apoderan del Caribe. En ese contexto, Cynthia dio una conferencia en la que demostró la falta de conocimientos del artista. Fue el primer paso para iniciar un romance similar a una partida de ajedrez en la que ella siempre jugaría con las blancas.

Sé todo esto por mi amigo Servando, que pertenece al Institute de Investigaciones Biológicas. Aunque se dedica a la ciencia experimental, ama a Cynthia de un modo intensamente teórico y sigue los movimientos de Walker para descubrir con deleite que el dia en que el inaugura una muestra en la Galería Gagosian de Nueva York ella participa en un congreso en Morelia.

Servando es experto en citología exfoliativa. Sería simplista suponer que su estudio de las células de la mucosa oral lo ayuda a apreciar la obra de Walker, dedicada a “resignificar” excrecencias y desechos. Mi amigo lo admira con la persecutoria dedicación que sólo puede teller un rival.

Servando nació para compararse. Lo conocí en la preparatoria, cuando alardeaba de haberse acostado con la aman-te de un galán de la telenovela Los ricos tambien lloran. Durante dos anos me ha hablado más de Dennis Walker que de su mujer. La causa de esta vida en espejo es común: su matrimonio con Esther ha durado demasiado. Cuando sus hijos se fueron a estudiar al extranjero, sintió la asfixia de un bienestar sin sorpresas. Ni siquiera le intrigan los whatsapps que ella recibe a cada rato.

Su crisis de pareja deriva de haber cumplido todas las metas; la mía, de no haber alcanzado ninguna. Melanie trabaja en publicidad y nunca llegamos a dos puntos de rating. Me separé cuando mi hijo Jacobo tenía seis meses. No me recordará durmiendo en casa.

Es posible que el vínculo más fuerte entre mi mejor amigo y yo consista en asombrarme de que se compare con tanta gente mientras yo me comparo con él.

Las historias verdaderas se cuentan rápido; las que no han sucedido necesitan más palabras. Mi divorcio no requiere de elaboración; en cambio, la infatuación de Servando por Cynthia es compleja. Comenzó con un sueño en el que ella se quitaba las sandalias sobre la arena de Boca Ratón para entrar a un mar iluminado por fosfenos. Luego escuchaban el rumor de un helicóptero que poco a poco se convertía en el ventilador de un cuarto de hotel que giraba despaciosamente en el techo mientras ellos empapaban las sábanas .

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