En su novela “Feral”, Gabriela Jauregui (Ciudad de México, 1979) imagina un futuro destruido por los feminicidios, los despojos y la violencia hacia la mujer; sin embargo, a pesar de dichas fatalidades sobrevive una generación de mujeres que resguarda la semilla de libertad.
La obra editada por Sexto Piso inicia con la noticia del asesinato de la arqueóloga Eugenia, quien compartía departamento con tres amigas, espacio que tras su muerte se transforma en una comuna, es decir, un lugar donde se unen diferentes personas con una misma circunstancia: saber qué le pasó a su ser querido desaparecido o asesinado.
“Quería que Eugenia fuera una de las personajes principales porque está y no está, porque sabemos desde el principio que fue asesinada. De manera inconsciente decidí que fuera arqueóloga, que trabajara en un túnel de Teotihuacan y que de cierta forma hubiera una trágica similitud con la labor de las personas buscadoras, quienes están haciendo los trabajos que no hacen los peritos y fiscales en este país”, expresa Jauregui.
¿Por qué abarcas los tres tiempos: pasado, presente y seguro?
Agregué la capa de las arqueólogas excavadoras del futuro porque también están encontrando los restos de nuestra “civilización”, nuestro presente y el pasado de ellas.
Quise que en el futuro hubiera la posibilidad, tal vez, de un escape de violencia, de la muerte, del despojo, pensando que tal vez ahora sí esas mujeres del futuro están resguardando archivos-semillas para que florezcan en un jardín.
En medio de tanto dolor y desesperanza real que vivimos en México desde el 2006, busqué dejar un poco de luz, una esperanza, una grieta que se abriera y pensar que las cosas pueden cambiar, de lo contrario nos condenamos al ciclo de ‘así es, estamos condenadas a vivir esa violencia y no hay nada que pueda cambiar’.
En esta novela, la autora quiso recuperar el significado de instinto, alejarlo de la muerte y violencia.
“Lo feral es algo que fue domesticado y que después se liberó. Me interesaba esa idea porque cuando se habla de crímenes y de temas de lesa humanidad se exclama ¡qué salvajes!, pero en realidad los animales no hacen esas cosas, son raros los casos en que un animal asesina, devora, mata y hace daño a su propia especie”, indica.
Hay circunstancias como el capitalismo tardío que nos ha hecho en expertos que naturalizan la violencia como parte de los instintos cuando eso no es necesariamente cierto, agrega.
Jauregui menciona un ejemplo de lo salvaje: las plantas.
“Han sobrevivido miles de años y eso podría darnos luz de otras formas de instinto, de naturaleza, de salvaje pero no en el sentido de violencia, destrucción, asesinatos, sino en el sentido de resiliencia, belleza, de florecer. No lo salvaje como muerte que así siempre fue visto desde la mirada colonial, sino como la vida misma sobreviviendo a toda esa muerte y destrucción”, señala.
¿Qué representa la comuna?
No quería narrar la historia donde hubiera una protagonista principal y las amigas como personajes secundarios, me importaba que cada una tuviera su lugar protagónico de manera horizontal, que tuvieran su punto de vista y se tejieran a través de este espacio que empieza siendo llamado la comuna de cotorreo, de diversión.
Después se convierte una comuna politizada conforme van llegando mujeres de otros estados buscando a sus seres queridos, que van a la fiscalía a saber qué pasó con sus hijas, sus hermanas, sus amigas. Ahí se vuelve una comuna real.
¿Hay una intención de que los personajes sean jóvenes?
Pensaba en mis amigas y en mi de 25 años, una edad en donde muchas mujeres teníamos que reírnos de los chistes malos de un profesor machista. Escribí pensando en esas personas que fuimos y que ahora ya no es del todo así, porque aunque la violencia sigue, las mujeres cambian al igual que las leyes del derecho a decidir.
Pasamos del aborto aprobado en la Ciudad de México a 11 estados más, es decir, creo que hay cosas que están cambiando. Las mujeres como agentes de cambio y de resistencia encarnada de nuestro país y si no fuera por esas morras estaríamos mucho peor, lo mismo por actos como el de la señora que cuida a los hijos de la vecina o las mujeres de la periferia que se organizan para cuidarse.
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