Una arqueología de la fantasía basada en registros literarios, es decir, una búsqueda de las tumbas de personajes míticos como Teseo, Drácula, Madame Bovary y las sirenas, es la exploración que hace el autor José María Herrera en el libro “La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)”, editado por Turner.
El primer personaje que rastrea es a Adán cuyo árbol sembrado para recordar su vida termina en la cruz de madera donde Jesús fue crucificado. El autor también narra cómo la tumba de ese “primer hombre” muchos la situarían en un monte en Sri Lanka o en un punto cercano al Gólgota, además especula sobre cómo fue el asombro de Adán ante la muerte.
“Una de las cosas que pensé fue que en realidad tuvo que ser muy impresionante para los primeros hombres encontrarse por primera vez con la muerte porque no sabían lo que era. Cuando Adán y Eva son expulsados del paraíso se les avisa que morirán, ésa es la maldición, pero no tienen experiencia del acabamiento y el primer caso no fueron ellos, fue su hijo Abel matado por Caín”, narra Herrera.
A diferencia de esa hipotética impresión, hoy nos hemos acostumbrado a la muerte, señala el autor. “Por ejemplo, en el siglo XX las muertes se han contado por millones y los muertos han sido matados masivamente, no parece que nos impacte de esa misma manera”.
Herrera no se considera experto en el tema, pero opina que hoy la muerte es menos trascendente que en el pasado.
“Es verdad que podemos perpetuar la memoria de nuestros antepasados, pero si eso era algo que ellos tenían que hacer físicamente cavando una tumba, construyendo una pirámide, haciendo un sarcófago, hoy simplemente recurrimos a los medios tecnológicos y casi nos deshacemos del muerto sin preocuparnos mucho de él”, indica.
El autor observa un pesimismo porque a pesar “de que de que el mundo ha evolucionado para mejor, también se ha hecho más frío, las relaciones son más impersonales y nosotros tenemos una visión de nuestro cuerpo y destino menos trascendente de la que tenían nuestros antepasados, ya no creemos tener un alma inmortal”.
En el libro de ensayos, Herrera juega con personajes que no se sabe al cien por ciento si fueron reales o no, pero sobre los que hay muchos textos escritos. “Es como buscar la tumba de Don Quijote que dicen que está en México, hay personajes que incluyo como el Rey Arturo, de quien en varias ciudades de Gran Bretaña presumen tener su tumba”.
Otro protagonista de Herrera es Drácula, personaje de Bram Stoker que no está enterrado en ningún sitio porque es ficticio, aunque el hombre en el que se basó es Vlad El Empalador, una persona real. “Vlad sí podría estar en algún sitio, tampoco se sabe exactamente dónde, hay diversas hipótesis y ninguna es demostrable”, afirma.
¿Hablar de mitos es hablar de cómo nos concebimos como cultura?
Nos hacemos a la idea de ser conocedores de la historia, pero no nos damos cuenta que lo que nos interesa de la historia lo decidimos en el presente y son los intereses del presente lo que hace que nos fijemos en unas cosas u otras.
“La historia de Teseo es interesante en ese sentido porque los atenienses no necesitaron conocer sus orígenes, ni venerar al fundador de la ciudad de Atenas hasta que se convirtieron en un imperio, mucho después de que la ciudad se constituyó.
“El interés por las mujeres se ha acrecentado en el siglo XXI comparado con otras épocas y no es que de pronto nos interese el pasado de las mujeres, es que el presente de las mujeres es completamente diferente”.
En palabras del autor, es desde el presente donde se remueven las tumbas. “Cuando los pueblos remueven las tumbas es porque necesitan una figura en el presente y naturalmente la figura heroica y mítica rinde más, es más efectiva que la figura viva”.
Dios ha muerto
En el libro, Herrera coloca la tumba de Dios en un monumento funerario dedicado a las víctimas del holocausto porque cuando la vida humana no vale nada, cuando no se respeta la libertad de las personas “uno puede apelar todas las veces que quiera a Dios, pero Dios ya ahí no está”. En su opinión, existen más dificultades para aceptar que el mundo es un cosmos y, por lo tanto, lo divino resulta cada vez más difícil de interiorizar.
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