Cultura

"El laurel invisible", de Vicente Quirarte

El Colegio Nacional nos comparte un fragmento del discurso de ingreso del poeta, para conmemorar su cumpleaños número 70

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Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional.

Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional.

Para conmemorar el natalicio del poeta Vicente Quirarte, a celebrarse el 19 de julio, compartimos con los lectores de Crónica un fragmento de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional. Quirarte ha influido notablemente en géneros como el ensayo, la narración, la traducción y la crítica literaria, obteniendo grandes reconocimientos; sin embargo, su inclinación hacia la poesía, según el colegiado, se debe al encuentro con una forma de vida que reside donde está la belleza, la emoción y la intensidad.

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Discurso de ingreso de Vicente Quirarte a El Colegio Nacional (Fragmento)

…puede leerse que uno de los propósitos de El Colegio Nacional es “fortalecer la conciencia de la nación”. ¿Cómo pueden contribuir la poesía y el poeta a esta finalidad práctica? Alí Chumacero dejó claro que los poetas “no son ciudadanos recomendables para disponer de algo más que de su propia conciencia”. Pero el joven que a los veintidós años publicó Páramo de sueños era consciente de que la rebeldía y la inconformidad son inicio obligatorio para que el trabajo invisible y constante del poeta sea tan vital y exigente como el del médico y el abogado.

“Fortalecer la conciencia de la nación.” Se fija y se mantiene ardiente la llama de un país cuando sus integrantes la animan con la provocación y el cambio. El pensamiento crítico es incómodo para el Gran Hermano, y no hay obra de arte ni hallazgo científico sin perturbación. A lo largo de la historia de El Colegio Nacional y en su divisa “Libertad por el saber” se demuestra el poder del discurso de las letras sobre el discurso de las armas. Más idealmente, las armas y las letras concertadas en un solo, invencible argumento.

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José Emilio Pacheco.

[…]

La ciudad que lleva en su nombre las seis letras no repetidas y siempre pronunciables del país que somos; la ciudad como máquina del tiempo donde mejor pueden examinarse los caminos paralelos y divergentes de la historia y la literatura; la ciudad como gran acumuladora de vidas más reales por ser imaginadas; la ciudad como mujer nutricia o devoradora; la ciudad en sus mujeres, desde la muchacha que rumbo al trabajo emprende su gesta cotidiana hasta la mujer dormida que conserva el nombre otorgado por los primeros mexicanos; la ciudad y sus imágenes, desde las pintadas por tlacuilos sobre papel amate hasta su actuación cinematográfica en la Época de Oro; la ciudad de la gran década nacional, cuando sus hombres de leyes, armas y letras cimentaron nuestro nacionalismo, nuestra existencia soberana.

La ciudad y sus poetas, con las escrituras que consuman la epifanía. Poeta no es solamente el hacedor de versos, sino quien consagra su energía a perpetuar la iluminación del instante o a levantar edificios verbales inmunes al paso de los años: Carlos Fuentes al celebrar en varias de sus páginas la diaria ceremonia del amanecer en la infame y milagrosa región más transparente; Fernando del Paso al dar testimonio de la polifonía urbana a través del mendigo que camina las calles en compañía de su perro; Gonzalo Celorio, autor de la afortunada metáfora ciudad de papel para todos quienes han contribuido a edificarla con palabras; Vicente Leñero al observar la luz que se apaga tras la jornada laboral de su vecino, o la ventana iluminada de Sor Juana Inés de la Cruz en el convento de San Jerónimo, evocada por Genaro Estrada en breve y perfecta prosa; la lectura de las azoteas emprendida por Valeria Luiselli; Ignacio Solares al hacer la odisea de quien prefiere imaginar la ciudad prohibida antes que destruir su sueño; Eusebio Ruvalcaba, que en su taller de reclusos encuentra otras formas de escribir la palabra libertad; la fascinación y el terror del personaje adolescente de José de la Colina a punto de recibir la zarpa de la pantera; la pesca que Cristina Pacheco hace en el mar de historias de una ciudad que todas las contiene; la pasión inteligente de Ignacio Padilla al hacer la relación fragmentaria y puntual del terremoto de 1985; Bernardo Esquinca al develar con su prosa hechicera rincones ignorados de la ciudad fantasma.

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[…]

No se escribe para los jóvenes pero ellos son los mejores jueces y lectores, los más proclives a acudir al conjuro del desastre. En 1969 apareció la primera edición de los Cármenes de Cayo Valerio Catulo. Rubén Bonifaz Nuño trajo a la modernidad a un poeta que en el siglo I sintetizó en dos versos la condición humana:

Odio y amo. Por qué lo haga, preguntas acaso.

No sé. Pero siento que es hecho, y me torturo.

Quienes en esos tiempos nacíamos a los poderes de la poesía, reconocimos la dualidad acendrada en tiempos de pasión. A la exigencia de su traslado a nuestra lengua, el poeta y traductor añadía un estudio introductorio. En este caso se trataba no sólo de iluminaciones sobre la vida y la obra de Catulo, sino de la biografía de una colectividad que vio en la toma de la calle y el nuevo ejercicio de la libertad, una justificación para sus combates. De ahí que las primeras palabras del citado prólogo constituyan una poética generacional:

Toda juventud es sufrimiento. Asomado al mundo con la plenitud voraz de sus propias herramientas sensuales, el joven, como si hiciera uso de una prerrogativa indudable, pretende apoderarse de él, mediante un esfuerzo inútil de antemano, y fracasa. Y el mundo se le aparece como un mundo de poderes hostiles, y hasta el milagroso placer de un instante, por su brevedad misma, se le vuelve dolor: dolor sin esperanza. Y de nuevo, con acrecentada rabia, se tiende hacia lo que considera, acaso sin saberlo, el objeto último de su vida; y el placer, si no se le entrega, lo lleva a sufrir otra vez; y otra vez lo lleva a sufrir, si se le entrega. Y así siempre, hasta que la misericordia del tiempo lo apacigua con la resignación, con la sabiduría o con la muerte.

De la conclusión del maestro Bonifaz, elijo la palabra sabiduría. Sobre ella descansan las ansias sin apagarse; la energía, sin agotarse; la voluntad, sin doblegarse. Heredero de esa amorosa rabia es un libro que marcó a fuego a mi generación. Me refiero a El tigre en la casa de Eduardo Lizalde. Se trata de un libro para jóvenes porque el tigre es, como cualquier adolescente que se respete, un enorme animal por dentro y fuera, dando golpes de ciego, tirando dentelladas en un mundo donde la vida está pendiente.

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Concepción Company Company es miembro de El Colegio Nacional.

Un gran poema, ¿se construye o nos construye? Inicialmente nos destruye al poner en duda todo cuanto antes concebíamos de la creación verbal. Cuando finalmente David Huerta dio a la luz el libro Incurable, que en este nuevo siglo seguiremos admirando, leyendo y descifrando, llevaba a la práctica la maximínima escrita por el irreverente y sabio cocodrilo Efraín Huerta:

Sólo

A fuerza

De poesía

Deja uno

De ser

Un poeta

A fuerza

Con todo, hay un instante de peligro que acecha a los creadores. La aparición de ese muro tiene lugar casi siempre al fin de la primera juventud, cuando se tiene toda la energía pero sobreviene una particular forma de aridez. Aparecen entonces los ángeles de sombra, la escisión cuando el ser que nos contempla en el espejo es un antagonista y el impulso inicial desemboca en un limbo donde el poeta descubre que se cansa de ser hombre. Octavio Paz lo resume en el umbral de uno de sus libros seminales, ¿Águila o sol? El poeta debe elegir entre el silencio y la palabra:

Ayer, investido de plenos poderes, escribía con fluidez sobre cualquier hoja disponible: un trozo de cielo, un muro (impávido ante el sol y mis ojos), un prado, otro cuerpo. Todo me servía: la escritura del viento, la de los pájaros, el agua, la piedra. ¡Adolescencia, tierra arada por una idea fija, cuerpo tatuado de imágenes, cicatrices resplandecientes!

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Pablo Rudomin es investigador del Cinvestav y miembro de El Colegio Nacional.

Ese ayer puede ser evocado en distintos momentos. Paz lo hace a sus 36 años, cuando aún es joven pero ya hace suya “la pesadumbre de la historia”. Por su parte, Bonifaz lo inscribe en uno de sus libros de madurez, As de oros:

Yo amé, se hace insigne en mi memoria,

el honor del peligro; el alma

de gozosas herramientas: nervios

de espadas, sangre destellando

por el codo abajo, resquebradas

corazas. Yo amé los oleajes

sórdidos de la noche; el viento

donde enraiza el árbol de los hombres

y el vuelo sabe a trizas de oro.

El doctor Bonifaz evoca los años de la infancia y adolescencia heroicas del muchacho Rubén, que por fortuna lo acompañaron toda su vida. La congruencia, la lealtad y la victoria sobre uno mismo no son tarea fácil. José Emilio Pacheco lo dijo de manera devastadora:

Ya somos todo aquello

contra lo que luchamos a los veinte años.

Y más aún cuando rescató la frase de que la niñez es miserable porque toda la maldad aún está por delante. José Emilio creía en ambas ideas pero también en esa forma de plenitud que es darse a los otros. Plenitud y no felicidad. La felicidad es para los superficiales, a largo plazo perdedores.

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