En México no vivimos un Estado fallido ni un Estado que lucha contra las drogas, vivimos en un Estado con mucha soberanía y poca capacidad administrativa, esto es, un gobierno que se aleja –por ejemplo– de sus policías judiciales y un gobierno que apela a la moral porque a los delincuentes se les ha olvidado las enseñanzas de sus padres.
Esas son algunas ideas que expresa en entrevista Claudio Lomnitz (Chile, 1957), antropólogo social y miembro de El Colegio Nacional, a propósito de su libro “El tejido social rasgado”, editado por Era.
–¿Vivimos en un Estado que no sabe nombrarse así mismo?
–Ha habido un cambio no sólo en lo que es el Estado y cómo funciona, sino en las expectativas de lo que debe de ser el Estado y lo que realmente es. El problema del deber ser del Estado es que ante una realidad que permea desde hace un par de décadas, del uso de la violencia del Estado a organizaciones informales, se tiende a ver un “Estado fallido” y eso nos ha dificultado ver lo que tenemos.
Nos imaginamos un Estado colapsando, pero estamos ante un nuevo Estado que nos toca definir. Hay que entender que no es una falla, es una nueva normalidad, es un Estado mexicano con mucha soberanía y poca capacidad administrativa. El sentido del libro es reconocer dónde estamos porque el rumbo que han tomado las cosas en México, sobre todo, desde el ángulo de la violencia, va tan al revés de todo lo que quisiéramos y nos cuesta ver que no es una falla.
–¿Es insuficiente apelar a la moral, esa que han olvidado los delincuentes?
–No es suficiente porque la violencia ha sido tal, y no sólo en términos de cantidad sino de tipo, que ha habido tanta transgresión que antes no había. Antes, un asesinato era un asesinato, ahora puede haber desaparición y no le dan a la familia la posibilidad de vivir un duelo, de hacer un entierro; o puede haber desmembramiento de un cuerpo, decapitaciones…
La segunda parte de mi argumento es que sí hay cambios morales en la sociedad mexicana. Uno bueno es el ingreso de las mujeres al mercado laboral y ¿por qué es moral? porque tiene que ver con las costumbres. Hay otros que son terribles, estamos viendo los problemas con una juventud que no tiene una escolaridad suficiente para acceder a cierta clase de trabajos y vemos la extensión del consumo de drogas baratas.
Tendemos echarle la culpa a la moral cuando en realidad tenemos un Estado que se ha replegado de sus obligaciones en el terreno de la procuración de justicia y que incluye a la policía, se ha reconcentrado en el poder de la Presidencia y sus extensiones: el Gobierno Federal y sobre todo la militarización que no es nueva.
Llevamos ya 20 años en un proceso de militarización. El gobierno se desentiende del proceso de justicia y luego le echa la culpa a la gente, a sus costumbres, y eso, en mi opinión, no es correcto.
–Hablas de un extrañamiento del gobierno hacia sus policías judiciales, ¿ése el origen de la violencia?
–El sistema que operó hasta 1980, una época relativamente más pacífica y más segura, se caracterizó por un Estado que casi no pagaba por la justicia. La policía se sostenía en un negocio de extorsión y no necesitabas una policía altamente entrenada.
Un gobierno como el mexicano que cobraba pocos impuestos y que se sostenía de los ingresos petroleros podía darse el lujo de no gastar en policías ni ministerios públicos y tener más o menos un control político.
Lo primero que debemos enfrentar es que parte del problema que tenemos nace porque en México no se invirtió en policías ni en el sistema de justicia por muchísimos años y, después, cuando entró la transición democrática trataron de profesionalizar un poco, pero tenían ya un sistema descompuesto.
Tenemos que ver por qué es tan difícil reformar el sistema de justicia y qué tipo de inversión se necesitaría, a mi modo de ver, tendría que ser altísima.
Lo primero es hacer un diagnóstico serio y eso no lo ha habido porque cada gobierno quiere volver a inventar todo, entonces le cambia el uniforme, pinta las patrullas de otra manera, le pone un nuevo cuerpo especial y le quita el viejo, pero básicamente no hay una política con la profundidad y continuidad que debería de haber para empezar de nuevo. Está tan descompuesto que no se le puede poner un parchecito.
–¿Por qué es una falacia la figura del narcotraficante bueno que ayuda a su comunidad tan presente en televisión?
–Es una figura que el gran historiador Eric Hobsbawm llamó en los años de 1960 un bandido social, como una especie de Robin Hood que le roba a los ricos para darles a los pobres. Ese tipo de figura frecuentemente coincide, en cierto aspecto, con los grandes jefes del crimen organizado, quienes son benefactores en sus pueblos.
Incluso los jefes de Los Zetas –que son quizá de los grupos criminales más sanguinarios– como Heriberto Lazcano, cuando lees entrevistas, hablan de cómo no le niegan un favor a nadie, que en su pueblo en Hidalgo pagó para que se construyera una nueva iglesia, etcétera.
Las economías ilícitas son negocios trasnacionales, entonces no puedes juzgar la naturaleza del líder simplemente por lo que hace en su pueblo, tienes que ver lo que hace en su pueblo y en todos los lugares que opera.
El ejemplo que pongo es Caro Quintero quien en los años 80 fue uno de los grandes héroes de los narcocorridos, su imagen apareció como benefactor de su pueblo y sí estuvo respaldada porque pagó escuelas, alumbrado público y caminos en Badiraguato, Sinaloa, pero si ves afuera de esa zona, en el Rancho El Búfalo de 500 hectáreas de marihuana, operaba con gente raptada y con mano de obra esclava: trabajadores que habían sido reclutados con una promesa de trabajo y que nadie les dijo que no iban a poder salir.
Para entender qué tipo de persona es un jefe del crimen organizado hay que entender que la geografía donde opera no es la de un pueblito, es una geografía transnacional que llega a California o a Centroamérica y que sus decisiones para operar ahí o en Michoacán o Guerrero no serán benefactoras.
Lomnitz expresa que la intención de su libro “El tejido social rasgado” es que los lectores se rebelen contra la naturalización de nuestra realidad, esto es, de frases como: ‘siempre ha sido así’ o ‘no hay nada de nuevo’.
“El ejemplo de la violencia contra la mujer es el rapto de mujeres, hay quienes podrían decir que no hay nada nuevo porque en México siempre ha habido rapto de mujeres, ha habido feminicidios en toda su historia”, señala.
Lo que hay que hacer para evitar eso es entender cuál era la naturaleza de la violencia de antes, qué aspectos de esa violencia se han potenciado, ¿es parecida la violencia o está peor?, ¿qué novedades hay?, añade.
“Una de las novedades es el movimiento feminista y la opinión general que empieza a rebelarse contra esta violencia. Esto es algo positivo, hay una conciencia y una fuerza política”.
Lomnitz menciona que desde los 70 el inicio del trabajo remunerado y de cierta dependencia monetaria de las mujeres, ha sido un proceso objeto de mucha violencia. “Hay muchos hombres que han quedado perturbados por la nueva igualdad de las mujeres”, indica.
Copyright © 2022 La Crónica de Hoy .