El próximo viernes 23 de agosto a las 18 horas, El Colegio Nacional celebrará las siete décadas de vida de Vicente Quirarte, poeta, dramaturgo, narrador, docente e investigador, con la puesta en escena "Melville en Mazatlán". A lo largo de su trayectoria, Quirarte ha desempeñado diversos cargos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre ellos, director general de Publicaciones, del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y miembro de la Junta de Gobierno. Para honrar al colegiado, compartimos algunos poemas de su libro El tiempo y sus mastines (El Colegio Nacional, 2018).
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Mañana te espera la ciudad.
Sus sentidos presienten
el color de tu aliento,
la emboscada de lujo de tus ojos,
el compás de las piernas que sostienen
tu cotidiano imperio.
Mañana la ciudad será tuya.
Te negará secretos,
no te dirá su nombre ni sus mapas.
Mas paulatinamente, como el cuerpo
añoso que en el jardín recibe la bendición solar,
hará de tu breve falda su bandera.
Mañana la ciudad será más joven
con tu sangre en sus venas
y en el aire el perfume de tu nombre.
Adelgazado, ya casi transparente,
vaticina en la palma de la mano
los senderos del día.
Me iré antes que él, y su perfume
no tocará la piel del otro cuerpo
sucesor de mi espacio.
Te doy las gracias
por hacerme mirar mejor plantado
el árbol que sostiene a la mañana
o por abrir con tu mejor frescura
las faldas de la noche.
Breve como el amor, insuficiente,
te juntarán con otros
pequeños restos de lo que fuiste
y seguirás corriendo bajo el agua,
pero no serás más tú,
ni tú ya más en mí.
Para Julieta Fierro
El Sol que nos alumbra
no es un sol presente:
ocho minutos tarda
en llegar a la Tierra.
Cuando dejas la casa
la hermosura prospera:
tu perfume en la cama
lentamente madura
como un sol generoso
que en presente redime
la pequeña hecatombe
de la alcoba desierta,
la memoria viviente
de dos planetas solos
que entre veinte millones
se encontraron.
Me fragmento
porque no te soporto tan entera.
Para no ser ya más
el primero en saber de tus mañanas.
Ni el eco de tu aliento. Ni tu nota.
Por mis venas sonrió el agua de tu día.
La boca de otra sangre,
acerada en el riel de tu sonrisa.
En este fugaz azogue se copiaron
pocos, pero profundos, nacimientos.
Me los llevo en mi cauda.
Los arrastro en mi quiebre luminoso.
Ardo helado, celoso, intolerante.
Cada trozo refleja tu mirada
y la luz de otro cielo que no es mío.
Tiempo donde la memoria nos alcanza.
De la piel tersa y dura,
del aliento de vidrio
y el animal intacto.
País llamado Infancia.
Compás que dura poco pero marca
con hierro indeleble a su creatura.
Tarde o temprano,
cuando se mira la verdad desnuda,
sabemos que no basta la emoción transmitida,
aquel jirón del cielo que regresa
a contemplar su rostro en este charco.
Y hay que armarse de valor para aceptar que repetimos
lo que otros han escrito mejor:
tener la humildad para aceptarnos
felizmente mediocres,
más dueños de la calle que de los libros alcahuetes,
andar bajo la lluvia
sin buscarle palabras a ese acto
y empaparse hasta el alma,
y empaparse.
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