Cultura

¿Qué somos: miseria o grandeza? Blaise Pascal y el enigma de la existencia humana

Un día como hoy, hace 401 años, nació una de las mentes más geniales de la modernidad. Desde niño, el pequeño Blaise Pascal dio señales de una prodigiosa inteligencia

universidad panamericana

Blaise Pascal.

Blaise Pascal.

Un día como hoy, hace 401 años, nació una de las mentes más geniales de la modernidad. Desde niño, el pequeño Blaise Pascal dio señales de una prodigiosa inteligencia. Se le atribuye el diseño y la construcción de la primera computadora –la pascalina–; a los 16 años escribió un importante ensayo sobre las secciones cónicas; contribuyó de manera significativa al desarrollo del cálculo infinitesimal, del cálculo integral y del cálculo de probabilidades. A él le deben su inspiración Newton y Leibniz, los cuales, como bien apunta el teólogo Edward T. Oakes, dedicaron demasiado tiempo a disputar quién había descubierto el cálculo, en vez de abocarse a reconocer su deuda mutua con Pascal.

El 23 de noviembre de 1654, el genio francés experimentó un tipo de “visión” que produjo en él una profunda conversión religiosa. El recuerdo quedó escrito en un pequeño trozo de pergamino conocido como el Memorial, el cual fue descubierto poco tiempo después de su muerte, cosido en el dobladillo de su chaqueta. A partir de su conversión, Pascal se volcó con toda su energía a elaborar una apología de la fe cristiana, misma que no llegó a concluir. A pesar de haber dejado tan solo una colección de fragmentos incompletos que parecen, en palabras de Romano Guardini, “un taller abandonado en total confusión”, hay quienes consideran que se trata de la obra de apologética cristiana más grande jamás escrita. Hoy la conocemos como los Pensées (pensamientos).

Lo novedoso de su método es que no se entretiene en abstracciones, ni comienza con argumentos para demostrar la existencia de Dios, sino que se concentra en reflexionar sobre los enigmas de la experiencia humana. A partir del análisis de la situación existencial del ser humano, Pascal muestra que la vida está sometida a una serie de tensiones dramáticas que tienen la forma de un enigma. El ser humano se experimenta a sí mismo como un cúmulo de contradicciones que parecen un rompecabezas imposible de resolver, especialmente porque podemos reconocer simultáneamente tanto su grandeza como su miseria.

El primer síntoma de que algo no está bien con nuestra condición lo detecta Pascal en el hecho de que “no sabemos quedarnos tranquilos en un cuarto”, de aquí procede “toda la infelicidad de los hombres”. ¿Has intentado estar en reposo contigo mismo una hora, sin hacer otra cosa que estar presente ante ti mismo? Pascal piensa que cuando intentamos ese estado de quietud nos encontramos paradójicamente con una profunda inquietud que nos impide estar en paz con nosotros mismos. En la soledad, nos enfrentamos normalmente con la fragilidad de nuestra realidad, lo cual se experimenta como un aburrimiento insoportable, que no es otra cosa que un deseo de huir de la confrontación del yo consigo mismo. Esta inquietud nos revela que no estamos conformes con la condición en la que nos encontramos. Algo en nosotros parece estar dislocado. Se siente el aburrimiento existencial y “de ahí viene que a los seres humanos les guste tanto el bullicio y el movimiento”. “No hay nada que no hagan para buscar la agitación. Queremos paz, pero cuando la tenemos nos aburrimos y buscamos el ruido y el alboroto. ¡Qué paradoja! “Buscamos el reposo superando algunos obstáculos y, cuando los hemos superado, el reposo se nos hace insoportable por el tedio que engendra”.

La experiencia del yo también es enigmática. Por un lado, cada ser humano se percibe a sí mismo como una totalidad llena de significado: “cada cual es un todo para sí mismo. […] Cada cual cree ser todo para todos”. De hecho, “somos tan presuntuosos que quisiéramos ser conocidos por toda la tierra, e incluso de las gentes que la habiten cuando ya no estemos en ella”. Por otro lado, al mismo tiempo percibimos que el yo que se ama a sí mismo como a un absoluto está “lleno de defectos y miseria; quiere ser grande, se ve pequeño; quiere ser feliz, se ve miserable; quiere ser perfecto, se ve lleno de imperfecciones”. Cuando miramos lo que somos en el contexto de la totalidad del universo, quedamos sumidos en una terrible perplejidad. “Porque, en fin –escribe Pascal–, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, un punto medio entre la nada y el todo”.

Otro tema que pone el genio francés sobre la mesa es la cuestión de la muerte. La finitud ante la que nos enfrenta el hecho de que vamos a morir saca a la luz de manera punzante nuestra amarga contradicción. “El último acto es horrible por muy hermosa que sea la comedia en todo lo demás. Finalmente se vierte tierra sobre la cabeza y todo se acaba para siempre”. La certeza que tenemos de que vamos a morir nos asegura que todo lo que amamos se nos escurre de las manos, lo cual es un sentimiento verdaderamente horrendo, tanto, que hacemos todo lo posible para olvidarlo. “Corremos despreocupados hacia el precipicio después de haber puesto algo ante nosotros para que no nos deje verlo”. Podríamos resumir la situación contradictoria de la experiencia humana con este fragmento: “Deseamos la verdad y no encontramos en nosotros más que la incertidumbre. Buscamos la felicidad y solo encontramos miseria y muerte. Somos incapaces de no desear la verdad y la dicha y no somos capaces ni de certidumbre ni de felicidad”.

Pascal no se limita a poner en foco nuestra miseria. De hecho, está convencido de que nuestra miseria es directamente proporcional a nuestra grandeza. Hay miseria en la realidad humana porque estamos llamados a ser más de lo que somos. La conciencia de nuestra miseria nos revela al mismo tiempo que anhelamos ser algo más grande de lo que actualmente somos. “¿Quién se siente desgraciado de no ser rey, sino un rey destronado? […] ¿Quién se siente desgraciado de no tener más que una boca y quién no se sentiría desgraciado si no tuviese más que un ojo?”. Podríamos decir que la miseria consiste en la desproporción que hay entre los infinitos anhelos del hombre y su situación actual, la cual es incapaz de saciarse. “Se es tanto más miserable cuanto de más alto se ha caído”, escribe Pascal. En otras palabras, si la miseria es grande es por la dignidad del infinito hacia el cual el ser humano se encuentra orientado y del cual se encuentra dislocado.

Cuando Pascal describe la miseria humana y su grandeza proporcional tiene siempre presente que, aun en su condición caída, el hombre es portador de una dignidad majestuosa: “todos los cuerpos, el firmamento, las estrellas, la tierra y sus reinos no valen lo que el menor de los espíritus”. Sin embargo, esto no hace más que agudizar el problema. “¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¿Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué montón de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, indefenso gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desecho del universo. ¿Quién desenredará este embrollo?”

La estrategia apologética de Pascal responde a esta pregunta con la persona de Jesucristo. Solo él, piensa el filósofo francés, es verdaderamente capaz de resolver el acertijo, especialmente con la doctrina de la caída. Le parece que la existencia humana es como una cerradura muy extraña –explica Peter Kreeft–, con protuberancias y hendiduras raras, y que el cristianismo es como una llave, también muy extraña, que encaja perfectamente en la cerradura. El ser humano es la gran pregunta y Jesucristo es la gran respuesta.

Los Pensées de Blaise Pascal siguen siendo hoy una poderosa invitación a reconocer con honestidad la condición humana y a abrirnos a una genuina búsqueda de la verdad. La distinción que propone entre nuestra situación actual y nuestra nostalgia de una grandeza soñada nos abre nuevos horizontes para caminar hacia un proyecto humano que responda a los grandes ideales de caridad y fraternidad que intuimos como llamado universal en el fondo de nuestra conciencia.

* Académico de la Unoversidad Panamericana