
LABORES
Pajarito
He loves to seat and hear me sing,
Then, laughing, sports and plays with me;
Then stretches out my golden wing,
And mocks my loss of liberty.
William Blake
(Fragmento)
Kokorito es un gato de pelo negrísimo, huraño y de siete kilos de peso. Cada cierto tiempo trae en su hocico respingado pájaros en agonía o ya muertos a la casa. Dicen que los gatos traen animales muertos a las casas de sus dueños como una forma de regalo o de trofeo. Quién sabe. Kokorito nunca se come a los pájaros: los tortura, juega con ellos como si jugara con su pelota de lana y al final los deja siempre en mi cama, lugar desde donde últimamente suelo hacer todo, hasta comer.
Kokorito, con sus siete vidas en América y nueve en la Península Escandinava, me regala la muerte, pero yo ya le he visto la cara varias veces y me basta por ahora.
Sin embargo, a veces creo que mi gato insiste en que debería ver aún más de cerca a la muerte para que no me pese tanto. Él lo sabe, porque, como ya lo dije, tiene por lo menos siete vidas y ya debió haber perdido algunas cuando pasó veinte días desaparecido en el invierno polar y un día regresó, abrió la ventana con su pata derecha, como acostumbra hacerlo, bebió un poco de agua y durmió casi por dos días en mi cama; luego se levantó, maulló y empezó una nueva vida.
Intuyo también que Kokorito intenta darme un regalo único y extraordinario, pretendiendo que contemple la agonía de esos animales tan pequeños y frágiles, y que todo sea un gerundio de latidos, respiraciones, movimientos que se vuelven de pronto pretéritos indefinidos para siempre. Quizá se empeña en que entienda y aprecie (en todo el sentido de la palabra) que ese preciso segundo en que la vida desaparece es único en todo ser vivo y no puede repetirse más.
Cuando encuentro a estos animalitos muertos, que generalmente son pájaros, lo que suelo hacer es buscar un Kleenex o una servilleta de papel, y escojo cuidadosamente el color, como si les escogiera la mortaja, para luego enterrarlos o esconderlos entre las hojas secas y los abedules. Cuando están en agonía, los envuelvo en papel de cocina ligeramente húmedo y les dejo la cabeza al descubierto para que respiren. Los caliento entre mis manos, les limpio la sangre, les acaricio la cabeza y trato de abrirles el pico.
La línea 2 que parte desde Øvre Hunstadmoen es la única que me lleva al centro de Bodø y pasa exactamente cada veintisiete minutos a partir de las seis de la mañana. Siempre me sucede que llego muy temprano a las citas; de lo contrario, si perdiera el autobús, siempre llegaría tarde.
Hoy, saliendo hacia el paradero de Øvre Hunstadmoen con los minutos justos para llegar al centro puntualmente, veo un pajarito moribundo escondido en un rincón del pasillo, cerca del lugar donde dejo mis bolsos y chaquetas cuando llego a casa. No puedo dejarlo allí muriendo e irme, tampoco puedo perder el bus. Voy a la cocina, humedezco con agua tibia la toalla de papel, lo recojo y me lo guardo en el bolsillo derecho del abrigo. Salgo de casa corriendo.
Al abordar el bus, el chofer observa que solo uso la mano izquierda con mucha dificultad para abrir mi bolso, sacar el monedero y pagar el pasaje. Observa mi torpeza para maniobrar con una sola mano y repara en que mantengo la otra en el bolsillo del abrigo. Sabrá ahora que algo me traigo entre manos, escondido en el bolsillo derecho: una navaja, un teléfono, mi puño congelado o quién sabe; quizá sepa que llevo un pajarito agonizando o ya muerto.
Los noruegos suelen quitarse el abrigo inmediatamente después de ingresar a un lugar cerrado, pues todos tienen calefacción. Si es un lugar familiar, además del abrigo, también se quitan los zapatos. Hay perchas empachadas de abrigos y chaquetas como hombres inmensos, con guantes y gorros; otras están fijas en la pared en una línea, una fila de hombres y mujeres colgados, desollados, muertos como las reses aún enteras y despellejadas del matadero.
En una entrevista de trabajo para obtener el puesto de asesora de proyectos del Departamento de Cultura es mala señal no quitarse el abrigo al entrar a la oficina y saludar al entrevistador, pues eso demuestra que no eres una persona abierta, que llevas una coraza y que por debajo de ella habrá varias capas que el entrevistador no podrá ver, pero quizá sí podrá imaginar. Si no te quitas el abrigo, el entrevistador imaginaría todas las capas de tu personalidad hasta llegar al color del sostén que llevas puesto y no necesariamente imaginará las cualidades y el sostén adecuado para obtener el cargo. Con esa coraza te presentas como un armadillo, una tortuga o un puerco espín que no se comunica, que esconde la cabeza y muestra las púas, que va lento, y todo esto no sirve para este caso; pero yo le sonrío, eso ayuda según los consejos para lograr una buena impresión en una entrevista de trabajo. Sonrío, pero sin exagerar o parecería nerviosa. Mi dentadura es blanca y mi sonrisa ganó una vez un concurso que organizó mi dentista. Me premiaron con veinte tubos de pasta dental y tabletas de flúor.
El entrevistador me sonríe también y ahora soy consciente de que tengo que usar otras partes de mi cuerpo para darle una buena impresión, pero sigo con la mano derecha metida en el bolsillo del abrigo y ha llegado el momento de estrecharnos las manos. Aquí puedo hacer dos cosas: si le estrechase la mano al entrevistador con la izquierda y sin sacar la derecha del abrigo, pensaría que soy extraña y que escondo algo. Puede también que anote que soy arrogante, pues espero que el otro use la mano izquierda para devolver el saludo, y el estrecharse las manos es un gesto universal que se hace con la mano derecha. Lo otro que podría hacer sería sacar la mano derecha del bolsillo con mucho cuidado y ofrecerle mi mano tibia y húmeda, con gérmenes de un pájaro que quizá ya esté muerto, arriesgándome a dejar en su mano restos muy finos pero visibles de plumas amarillas, y eso no sé cómo podría ser anotado en mi perfil como aspirante al puesto. Al final, decido darle la mano derecha con un firme apretón y eso parece darme un punto a favor, aunque le haya dejado la mano húmeda, con bacterias y babas de mi gato, con pelusas de papel de cocina, pelillos y quizá sangre de pájaro.
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