“Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más”, dijo Paul Auster (1947-2024)en la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006.
En ese momento, el autor de “El Palacio de la luna” y “Leviatán” comentó que durante años, en una gran mayoría de países se han publicado artículos sobre la baja de lectores en el mundo.
“Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten ‘en la página impresa o en la pantalla de televisión’, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas”, afirmó.
El discurso de Auster se centró también en hablar sobre la inutilidad de la literatura, ya que es casi una falacia que ésta detenga una guerra.
“¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra”, dijo.
Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos, añadió en 2006 Auster.
“Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?”, señaló.
En palabras de Auster, el arte es inútil en comparación con el trabajo de un plomero, de un médico o un maquinista.
“Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo”, afirmó.
Auster se preguntaba constantemente sobre su oficio y llegaba a la conclusión de no saber bien por qué se dedicaba a la escritura.
“Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real”, indicó.
La vida de escritor, agregó, es extraña porque es habitar un cuarto con un bolígrafo esforzándose por llenar cuartillas de palabras para dar vida a algo que no existe, que sólo está en su imaginación.
“¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa”, externó.
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