Recientemente, como señalan varios periódicos: “en la Ciudad de México un juez federal prohíbe de forma definitiva las corridas de toros en la Plaza México”. Esto, sin duda, ha despertado reacciones en pro y en contra, pero analizaremos el problema desde un punto de vista ético y, por ende, filosófico.
Si bien es verdad que el maltrato animal tiene que parar y que deben existir leyes que protejan a los animales, no hay que caer en radicalismos que no se sostienen y dan lugar a controversias. El tema de las corridas, en los últimos años, ha provocado muchas reacciones por partes de los así llamados protectores de los derechos de los animales. Pero el problema no se analiza de modo integral y de fondo.
Parto de la idea que yo misma soy una persona que he vivido toda mi vida rodeada de animales domésticos, con animales de compañía que han sido, y siguen siendo, parte integral de mi familia. Desde hace años me sigo ocupando de defender a los animales vulnerables y hemos esterilizado y curado muchos gatos callejeros, así como hemos adoptado tanto perros como gatos. Por lo tanto, hablo desde la perspectiva de una persona que sabe qué significa el amor y el cuidado hacia un animal, y se preocupa por su bienestar. Pero las prohibiciones radicales son un acto que moralmente no se justifica; pues, ¿cuánto faltará hasta prohibir a las personas que consuman carne porque también es un “maltrato” animal?
Si bien los animales deben ser cuidados y protegidos, cosa que implica hacernos cada uno responsables y no dejar todo en manos de una “ley”, creo que hay unas cosas que debemos considerar. Hay muchas culturas dentro de las cuales el hombre y el animal han tenido una relación milenaria, de respeto, de cuidado, aunque al final implicaba el sacrificio. Así pasa con en el sacrificio de toro en las corridas que es un acto tiene un símbolo especial; no es matar por matar, sino que refleja toda una vivencia compleja entre el toro y el torero; hay una simbiosis difícil de entender, que explica el profundo sentido de la vida y de la muerte. Igual la cultura de donde provengo tiene también rituales en torno al sacrificio de un animal, sea el cerdo de Navidad o el cordero de Pascua. Los que se llaman “animalistas” -que han hecho de la defensa de los animales una ideología que cae en argumentos absurdos cuando se trata de tradiciones ancestrales-, muestran una ignorancia en cuanto la cultura de los pueblos y la preservación de estas, que tienen que ver con la vida, la muerte, sacralidad y sacrificio.
El hecho de que se prohíben las corridas en la Ciudad de México no es una “victoria” en cuanto el tema de la protección de los animales. ¿Por qué? Porque hay una paradoja: se prohíbe utilizar los toros en estas corridas, pero nadie considera que las calles de la Ciudad de México están llenas de animales (en especial gatos y perros) tirados y maltratados. Es más, existe la práctica de abandonar a los animales en las carreteras; y nadie hace una ley drástica contra este tipo de maltrato; hay un comercio ilegal con los animales, y ningún juez actúa; hay personas que no pueden sostener el cuidado de los animales domésticos y, tampoco, hay muchas fundaciones que vengan en su apoyo.
Entonces, a lo que voy, es que, si tanto nos manifestamos en pro de la vida animal, empecemos con las sanciones contra la crueldad y el abandono animal. Honestamente, el problema de la Ciudad de México, en cuanto el tema de los animales, no son los toros, sino las mascotas abandonadas, tiradas en la calle por falta de una educación en cuanto el tema del significado de la vida animal y de la vida, en general. Las personas “compran” animales y después los abandonan porque no tienen la conciencia del significado de cuidar una vida vulnerable.
Y sí, estoy de acuerdo que los animales (inclusive los destinados a la industria) deberían tener un trato digno, crecer en condiciones propicias y no ser maltratados; pero no me gusta esta contradicción moral: prohibir las corridas de toro en una ciudad (o país) lleno de maltrato animal.
No comulgo con la matanza de animales de manera cruel y descontrolada; no me gusta tampoco lo que la industria hace con los animales. Creo, al contrario, que es nuestro deber, como seres humanos, cuidar de los animales y entender nuestro vínculo estrecho con ellos. Pero también entiendo el sentido de ciertas tradiciones ancestrales que dan valor a una cultura. El toro es un símbolo totémico, que representa el rito arcaico de la muerte del tótem; esto ha generado una tradición, la tauromaquia, en la cual el toro no es visto como un animal doméstico, porque no lo es.
El cuidado de los animales no es un tema politically correct; no se hace para alinearse a un discurso político e ideológico; al contrario, es un tema de educación, de sentido y de respeto. Las leyes, aunque deben existir, no resuelven del todo el problema. Está bien que exista una ley que señala el hecho de que los toros no sean maltratados, pero no entiendo la prohibición; así como no entiendo por qué no mirar a los problemas reales y profundos de esta ciudad con relación a los animales -como antes mencionaba- donde existe una verdadera hostilidad mucho más cruel y violenta que la que pasa en una Plaza de Toros.
El filósofo francés Jaques Derrida hablaba claramente sobre el hecho de que las condiciones del progreso de nuestra sociedad determinan, a pesar de cosas buenas, un dominio y una explotación del mundo animal inmerso a violencias de todo tipo, abusos, maltrato, experimentos de todo tipo. El abuso gratuito sobre los animales, la violencia y la crueldad, son hechos que muestran que el ser humano no solo no debería llevarlos a cabo, sino que contradicen su propia condición ontológica de ser un ser abierto, un ser hospitalario.
El problema de relación hombre-animal refiere más al tema de cómo nos relacionamos y cómo respondemos nosotros en calidad de seres humanos ante la presencia del animal; es decir, cómo nos hacemos responsables.
Los animales son seres con vida propia, con mundo propio y distinto, tienen vulnerabilidad, son sensibles, sufren, tienen miedo, y además una necesidad de vínculo. No se puede decir que se ama a un animal sin hacer nada por ello; no se puede decir que cuidamos la naturaleza sin hacer nada por ella. Aunque parezca duro, pero a veces hay que juzgar la indiferencia, la pasividad y la demagogia cuando se trata de los animales. Los animales no necesitan de discursos y de intereses políticos; necesitan de nosotros, necesitan saberse amados, cuidados y respetados. Pero todo esto, es un tema de educación y de conciencia, más que un tema de “ley”.
Según la clasificación que hace la filósofa Ursula Wolf, en su artículo Ética de los animales, el toro será un “animal útil” (junto con “animales de compañía”, “animales de caza” y “animales extraños”). ¿Qué significa un animal útil? Un animal que sirve para una finalidad. Esto no significa que, mientras, no disponga un trato digno. Pero está claro que un toro sirve para reproducción y, después, su carne para consumo. Esta es la realidad. De hecho, en las fiestas de corrida, el toro que se sacrificaba era consumido en un festín por todo el pueblo, comunidad, etcétera.
En lugar de prohibir, mejor vigilar que los toros, en una corrida, tengan un buen cuidado. Las prohibiciones no son éticas. En mi país se prohibió la caza de los osos desde el año 2016. ¿Qué está pasando? Resulta que hay una sobrepoblación de osos, que a falta de alimentos atacan a los poblados, a los turistas, etcétera. ¿Qué se resolvió con semejante prohibición? Nada. Ya que la caza, también, tiene un papel de equilibrar el ecosistema. En lugar de prohibir la caza, mejor que la ley vigila la corrupción que pueda surgir en la caza. Y así los ejemplos pueden ser múltiples. Las leyes no tienen que prohibir, tienen que vigilar. La prohibición no es una solución, pero sí el cuidado, el asegurar un equilibrio ecosistémico, y, sobre todo, fomentar la educación para el respeto a los animales y a la naturaleza.
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