Cultura

Raúl Barrera Rodríguez: “Siempre he sido arqueólogo de campo"

Buscamos soluciones para que urbes como la Ciudad de México puedan vivir en armonía con sus vestigios, añade el especialista que trabajó en excavaciones en Nayarit, Estado de México, Oaxaca, Ciudad de México y su natal Guerrero

entrevista

Siempre quise estudiar arqueología y eso sólo era posible en la Ciudad de México, dice Raúl Barrera Rodríguez

Siempre quise estudiar arqueología y eso sólo era posible en la Ciudad de México, dice Raúl Barrera Rodríguez

INAH

Mirar a los pueblos indígenas porque son parte de la sociedad actual, regresar a la gente su pasado exhibiendo vestigios arqueológicos hallados en excavaciones y buscar soluciones para que urbes como la Ciudad de México puedan vivir en armonía con sus vestigios, son afirmaciones que expresa en entrevista el arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez, director del Proyecto Arqueología Urbana (PAU) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Originario de Ixcateopan de Cuauhtémoc, Guerrero, Barrera Rodríguez se define como un arqueólogo de campo ya que ha trabajado alrededor de 56 proyectos de excavación en estados como Nayarit, Estado de México, Oaxaca, Ciudad de México y su natal Guerrero.

“Siempre quise estudiar arqueología y eso sólo era posible en la Ciudad de México”, narra. Su fascinación por el pasado nació gracias a su padre y a su tío, ambos campesinos que aprendieron a leer y con quienes (en específico, con su tío) recorría campos de cultivo y cerros donde era común hallar figurillas, malacates o restos óseos antiguos.

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Otro punto clave para Barrera Rodríguez fue que de adolescente miró el trabajo de los entonces ya reconocidos arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma, Manuel Gándara, Eulalia Guzmán y Juan Yadeun, quienes analizaron en Ixcateopan (en 1976) los supuestos restos del tlatoani mexica Cuauhtémoc.

Barrera Rodríguez migró a la Ciudad de México para estudiar arqueología y pronto empezó a trabajar. “Estuve en algunos salvamentos en Azcapotzalco y Cuicuilco, pero me interesaba salir y conocer. Siempre he sido arqueólogo de campo, desde 1987 hasta hoy, llevo alrededor de 56 proyectos o excavaciones, por ejemplo, estuve en Teotihuacán con el profesor Matos Moctezuma de 1994 a 1998, trabajé en la Pirámide del Sol, y con el arqueólogo Rubén Cabrera la zona de La Ventilla”.

CORAS Y LAS ESTRELLAS

Una entidad que marcó a Raúl Barrera fue Nayarit. Ahí el arqueólogo realizó trabajos de salvamento arqueológico en las orillas del Río Santiago a propósito de la construcción de la presa Aguamilpa, además hizo excavaciones en Ixtlán del Río y salvamentos antes de la construcción de la presa El Cajón.

“Recorrí alrededor de 68 kilómetros siguiendo las márgenes del Río Santiago. En El Cajón nos fue bastante bien, es una zona agreste y pensábamos que no encontraríamos muchos vestigios, no fue así, encontramos varios sitios pequeños: asentamientos habitacionales prehispánicos, aldeas, centros ceremoniales, ocupación en cuevas y en abrigos rocosos”, narra.

Además, registraron tumbas de tiro. “Excavamos 12 tumbas de tiro intactas, éstas son de hace 2 mil años de antigüedad y encontramos en el interior ofrendas de acompañamiento que son diferentes objetos como representaciones de guerreros en arcilla, mujeres embarazadas, animales como tlacuaches y aves, y vasijas utilitarias”.

El arqueólogo destaca que había restos de unidades habitacionales con características prehispánicas, pero al excavar detectó objetos modernos pertenecientes a una familia de huicholes.

“Entonces pensé: aquí estamos haciendo trabajo arqueológico, pero tenemos en vida a quienes trabajan todo esto, no podemos dejar de lado a los grupos actuales. Empecé a ver que había mucha relación entre lo arqueológico y lo actual”, recuerda.

Barrera Rodríguez regresó a las figurillas de guerreros que excavaron en las tumbas de tiro, representaciones que estaban decoradas con círculos, líneas y símbolos de diferentes colores, tenían pigmentos en todo el cuerpo y llevaban una macana como arma.

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“Tuve la oportunidad de ir a Santa Teresa del Nayar, el punto más alto de la Sierra Madre Occidental del lado Nayarit, estuve ahí en Semana Santa, temporada en la que hacen la Judea cora, una representación del mitote guerrero cora, donde todos los guerreros se decoran con círculos en un fondo blanco (cal con miel) para representar estrellas”, explica.

Para su sorpresa, los mismos elementos decorativos eran los mismos que tenían las figurillas de la tradición tumbas de tiro. “Me di cuenta que los guerreros de Santa Teresa del Nayar muy poco tienen que ver con el catolicismo, es decir, sí adoptaron elementos pero los ajustaron a sus propias necesidades, a su culto indígena”, añade.

En palabras de Barrera Rodríguez, los pueblos indígenas de México conservan mucho de la época prehispánica.

“Creo que los arqueólogos debemos voltear la mirada hacia estos pueblos porque ahí están, hay cosas que nosotros vemos en los materiales arqueológicos que podemos ver en la vida actual. Los indígenas no han desaparecido. Hay comunidades en que podemos sentirnos como si estuviéramos en la época prehispánica”, expresa.

El ritual cora que observó el investigador tiene que ver con la muerte y la vida, con el fin de la temporada de secas y el inicio del periodo de lluvias.

“Es una guerra astral representada por los forrados, es decir, los coras que se pintan como representantes de las estrellas, igual que en época prehispánica; ellos pierden su personalidad, dejan de ser humanos en el momento que entran al ritual, se borran, entonces pelean y entran en trance. Son enfrentamientos fuertes, pero son sagrados y aceptados en su tradición”.

¿Ha regresado al Nayar?, se le pregunta. “Cada año voy, tengo más de 18 años visitando la zona”, responde.

CIUDAD SUBTERRÁNEA

“La ciudad prehispánica de Tenochtitlan nos sostiene”, afirma Raúl Barrera Rodríguez, quien desde 2007 está a cargo del Proyecto de Arqueología Urbana, investigación que estudia el recinto sagrado mexica y gracias a la cual se han hallado el Calmecac, el tzompantli, el juego de pelota y el templo Ehécatl.

“Nuestra área de estudio es lo que comprendió el recinto sagrado que más o menos abarca, por el lado norte, las calles de Luis González Obregón y San Ildefonso; por el este, Correo Mayor y El Carmen; por el lado sur, el ala norte de Palacio Nacional y el arroyo vehicular del Zócalo; y por el oeste la calle Monte de Piedad y su continuación que es República de Brasil”, detalla.

El centro ceremonial de Tenochtitlan tenía alrededor de 78 templos, según lo informa Bernardino de Sahagún, pero alrededor estaba la zona de palacios de los tlatoanis, por ejemplo, el Palacio de Axayacatl (debajo del actual Monte de Piedad) y el Palacio de Moctezuma (en Palacio Nacional).

“Vivimos en el fondo de un lago, a veces lo olvidamos, tenemos cerca de 50 metros de profundidad de arcillas inestables y el agua de cierta manera le da estabilidad a ese relleno, sin embargo, al extraer agua empieza a comprimirse y con ello un hundimiento diferencial”, señala el arqueólogo.

Tenemos en el subsuelo los restos de basamentos prehispánicos y están estables, lo que no están estables son los edificios actuales, agrega. “Donde no hay basamento, los edificios se hunden y por eso están inclinados. En donde hay fracturas sabemos que debajo hay un muro prehispánico. Los vestigios sostienen la ciudad”, afirma.

En opinión del experto, el futuro de la Ciudad de México es la existencia de espacios subterráneos. “Tenemos un gran potencial arqueológico aquí, además la sociedad tiene mucho interés en su pasado”.

Una de las prioridades del arqueólogo es devolverle su pasado a las personas a través de ventanas arqueológicas o de museos debajo del piso del Centro Histórico de la CDMX, como sucede con el Calmécac y como sucederá con el Templo de Ehécatl, ambos en la calle de Guatemala.

“La ciudad sí puede vivir en armonía con el pasado, es posible encontrar un equilibrio entre los vestigios mexicas, las casas virreinales y las edificaciones contemporáneas”, señala.

Centro sagrado

En palabras de Raúl Barrera, el Zócalo es el centro de confluencia de la gente porque es un espacio que no ha perdido su sacralidad. “Sigue siendo un espacio sagrado, quizá no seamos muy conscientes, pero sí hay una necesidad de la gente de venir aquí”, indica. El arqueólogo explica que Tenochtitlan era una ciudad sagrada por su forma en cómo la concibieron los mexicas: una representación del cosmos por la orientación de sus calzadas y por el centro ceremonial.

“En época prehispánica, en el siglo XVI, el espacio era imponente para cualquier comunidad o persona que llegara a Tenochtitlan. Entonces creo que esa sacralidad todavía sigue existiendo y por eso la gente ahí se concentra”, opina.