
“Todos los temas que sirven para pensar sirven para entretener. Nos entretienen las historias porque nos dan vuelo a la imaginación y nos dan miradas nuevas sobre el mundo que nos rodea, nos devuelven un mundo mejor equipado para vivirlo”, expresa en entrevista el escritor, guionista y dramaturgo Santiago Roncagliolo (Perú, 1975).
En el marco de la primera edición de la Feria Internacional del Libro y Medios Audiovisuales, el autor de “Pudor” y “La pena máxima” (ambas adaptadas a la pantalla) afirma que las buenas historias meten a los lectores o espectadores en problemas y les complican la vida.
“Las malas historias sólo repiten, no te dicen nada nuevo. La típica mala historia es la telenovela donde una chica muy buena se enamora de un tipo papanatas y en donde una señora muy mala, la madre o esposa, hunde la vida de todos. Son malas porque la vida no es así, la vida no es completamente buena ni mala y eso no te sacude emocionalmente ni te deja pensando”, comenta.
¿Por qué se considera más entretenimiento al cine y no la literatura?
Hay menos gente que lee que aquella que ve películas porque la lectura requiere que el espectador invente, que sea casi tan creativo como el escritor porque todo lo hace en su cabeza: la forma de hablar del personaje, cómo se ve…
A quien ve una película le entregan más hecha la historia. Eso hace que los lectores tengan más ganas de darle vueltas a las cosas que aquellos que ven películas, pero también hay quienes ven películas y le dan mucha vuelta a la historia. Además, el audiovisual es más popular.
Sobre lo popular, Roncagliolo afirma que proviene de esa cultura y de ahí brota su flexibilidad hacia los formatos.
“Crecí en una ciudad que estaba en guerra, había cadáveres por la calle, te podían pegar un tiro si salías, entonces en mi casa había libros y películas. Nunca hice una gran diferencia entre alta cultura y cultura popular, consumía historias y sigo pensando así, en qué historia quiero contar”, afirma.
Soy un público que no le hace asco lo popular, añade. “Al contrario, me gusta y también puedo apreciar las cosas más complejas. En ese sentido, soy bastante flexible, por eso puedo hacer guiones porque escucho mucho a los demás y trato de entender lo que ellos quieren ver”.
En palabras del autor, la mitad del trabajo como guionista es político. “Es ver cómo negociarás con las demás partes y con sus ideas, es mejor que la política porque nos ponemos de acuerdo si no nos quedamos sin proyecto, en la política deberíamos de saber eso: que si no nos ponemos de acuerdo nos quedamos sin país”.
¿Hoy se le exige al escritor ser multiformato?
No creo que sea obligatorio, hay guionistas a los que no les interesa hacer libros y hay escritores que están entregados a su propia voz. Tengo muchos compañeros escritores que me dicen: cuándo haces guiones, ¿hablas con gente? ¿y ellos opinan sobre la historia? Les parece una pesadilla la idea de crear una historia colectivamente, es muy raro que un guionista sea el único haciendo un propio guion.
“En mi caso, me interesan las dos cosas. Escribir un libro es un trabajo muy solitario, estás encerrado en tu cabeza durante mucho tiempo, luego sales, haces la promoción, hablas de ti mismo y se espera que siempre te parezcas a lo anterior porque sale tu nombre, tu nombre es más importante. Eso tiene muchas ventajas: una gran libertad y control absoluto de lo que haces creativamente, lo cual disfruto”.
Pero hacer guiones le da a Roncagliolo la posibilidad de trabajar con otros artistas de diferentes países.
“Los equipos con los que trabajo me aportan, aprendo mucho de ellos, me dan mucho oxígeno, pero hay que ser sociable, tienes que valorar las ideas de los demás no creer que tu idea es la buena, no aferrarte a tu propia creatividad sino dejarte llevar por la creatividad de los demás y saber que nadie, ni siquiera el productor, es capaz de saber cómo va a salir la historia”, señala.
Adaptar un libro al cine no es ataque a la obra, afirma. “Lo que hace buena a una película no hace bueno a un libro, cambiarla es obligatorio, hacerla exactamente igual, hacer las mismas cosas en el mismo orden sería hacer una mala película. Disfruto mucho de ver cómo cambian mis historias cuando alguien las adapta a la pantalla, me resulta muy difícil juzgarlas”.
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