Cultura

"Turandot"

crítica

Una escena de la ópera

Una escena de la ópera "TurandoT en el Palacio de Bellas Artes.

"Turandot" (1926) es la última ópera del gran compositor italiano Giacomo Puccini (1858 – 1924). Esta obra quedó inconclusa y se comisionó a Franco Alfano (1876 – 1954) para que completara el tercer acto. Alfano tiene en su haber una docena de óperas propias además del tercer acto de Turandot, que lo completó siguiendo los esbozos, bocetos y anotaciones de Puccini y utilizando temas musicales que Puccini ya había usado en los dos actos precedentes de la propia Turandot.

La Ópera de Bellas Artes se dio a la tarea de reponer esta obra con una nueva producción. Asistimos a la primera función del 23 de junio pasado, y es tristemente, la peor que hemos visto en la vida. Esto se debe a lo escénico, al vestuario, a la escenografía, al pobre desempeño de los dos principales y a que nos presentaron incompleta la obra; con la justificación de que, como celebración al centenario luctuoso de Puccini tocarían sólo la música de éste y no el final de Alfano. La justificación es absurda pues ¿de qué forma es eso una celebración u homenaje? Pero además el final de Alfano está basado en los temas y las indicaciones que dejó claramente escritas Puccini. Y el problema es que el público dirá: “¿En qué acaba esto?”. Además, convierte a Liú en la heroína de la noche, pues ella sí puede cantar todo su rol; mientras que la Turandot, solo canta dos tercios de su personaje.

No todo fue malo, la actuación y el canto de Leticia de Altamirano que personificó a Liú, fueron memorables y el público le obsequió el mejor aplauso de la noche ¡Enhorabuena a Leticia de Altamirano!

La Turandot de la canadiense, Othalie Graham, ya vio pasar sus mejores tiempos: voz ya muy desgastada, con un vibrato muy amplio, cortando frases, ya no llena satisfactoriamente los requerimientos de su personaje. Conozco al menos dos cantantes que viven en CDMX, que han probado hacerlo mucho mejor; entonces ¿para qué traer una cantante desde Canadá que no tiene la magnitud vocal que se requiere y con todo el derroche económico que ello implica?

El Calaf del mexicano Héctor López, no convenció a nadie; por más que se esforzó, ensanchó la voz sacrificando el legato, empujó a más no poder y se desgañitó; no lució, pues cantó un personaje que no le va bien; que no es para su voz, le queda demasiado grande. Quizá sea magnífico en otras obras, en ésta no. Al grado de que al final de su aria “Nessun Dorma” -el clímax virtual de la obra-, donde normalmente el público explota en entusiastas aplausos y a veces hasta pide bis (repetición), no le aplaudió nadie, nadie y en el aplauso final nadie le gritó “bravos”, un frío aplauso de cortesía ¡y ya!

El Coro: magnífico como ha sido los últimos años; estridente a ratos, pero en una obra majestuosa como esta, se vale. La orquesta: muy bien salvo por los metales que a veces se oían cansados (tal vez tocan en dos orquestas y además dan clases).

Patrón de Rueda: excelente en la dirección orquestal. No se me ocurre quién pudiera hacerlo mejor que él en México. Lástima que el gran final (repito) no se tocó. Nos sentimos timados sin ese tercer acto; desde el punto de vista del espectáculo ¿qué nos importa que Puccini no haya completado la obra? La completaron muy bien otros, y queremos verla y oírla toda.

Jesús Hernández diseñó la escenografía, -si es que se le puede llamar así- consistió en 27 escalones, y ya! Y se usó durante toda la obra. No hay ningún elemento que nos permita tener la ilusión de que la historia se desarrolla en China, durante el segundo acto colgaron unas banderas y unos pendones blancos y rojos. Y había atrás un ciclorama sobre el que se proyectaban ya sea una luna o un gong.

Carlo Demichelis es quien diseñó el vestuario: todos los del coro hombres y mujeres uniformados en una pulcra toga gris toda la obra. Y quienes van a salir de “sabios” en el segundo acto, no tenían doble vestuario y salían desde un principio, con su toga dorada, del segundo acto. Ya no son pobres, andrajosos y sucios, como corresponde al libreto de la obra; ahora pulcros y limpios, parecen coro escolar.

Sobre los errores de la dirección escénica de Ignacio García, hay tanto que decir, que no nos da el espacio que aquí tenemos; lo peor fue cuando Liú le “sopla” a Calaf, la respuesta del segundo enigma; además de su constante choque de frentes al estilo “tope borrego” de pena ajena. Imperdonable que el emperador Altoum se arrodille ante Calaf.

No hablo del segundo elenco pues el INBA nos negó boletos para la tercera función, pese a que los solicitamos con tiempo; a última hora la taquilla liberó setenta boletos. ¿Qué oscuro manejo están haciendo con los boletos?

El público de Bellas Artes merece lo mejor, ya que ese recinto es el máximo escenario operístico del país. Por este palacio han desfilado figuras inmortales de la ópera y no merecemos menos. No hay que olvidar que el INBA es pagado por los impuestos de todos; y los trabajadores y empleados de este Instituto, son servidores públicos.